Sólo puede haber algo parecido a estar bajo un sol de julio a las tres de la tarde, sin sombras ni brisas, sin posibilidad de resguardarte, desesperado: el desamor. O lo que es lo mismo: los amores no correspondidos o imposibles, la llama que calcina sólo a uno, la impotencia de no poder obligar al otro a que te ame, o al menos, a que te bese. «Ya no puedo vivir sin ti… no… ya no puedo vivir sin ti… tú, como sí puedes vivir sin mí… debes vivir sin mí…». Y con estas reveladoras palabras deja intuir la jovencísima Marga Gil Roësset –sólo tenía 24 años– su intención de quitarse la vida ante la indiferencia del poeta Juan Ramón Jiménez, de 51 y casado con Zenobia Camprubí. Marga, editado –y de qué forma tan exquisita por la Fundación José Manuel Lara–, compila los escritos, las cartas y las ilustraciones de la joven escultora y, además, los completa con poemas del Nobel y confesiones de la propia Zenobia y de familiares de Marga. Y entre todos han conseguido hacer un libro aterrador y desgarrado, una radiografía perfecta del desamor en carne viva, una de esas historias grises y terribles que ocurren en las casas y en los corazones y ante la que uno sólo puede llevarse las manos al pecho. Una verdadera catástrofe.La hermosa, dramática y conmovedora historia de Marga Gil Roësset y de su amor imposible por Juan Ramón Jiménez ha quedado impresa en una serie de textos y anotaciones entre los que destaca el Diario, donde la propia artista reflejó su pasión no correspondida, que la llevó a suicidarse con tan sólo 22 años. El poeta lo guardó en una carpeta junto con otros papeles asociados a su vida y muerte, inéditos hasta ahora, dedicado a su memoria. Las estremecedoras palabras de la artista se presentan acompañadas de poemas, prosas o apuntes de Juan Ramón y de su mujer, Zenobia Camprubí, a los que se suman reproducciones facsimilares, ilustraciones o fotografías.
La historia es, grosso modo, así:
Marga, una joven tímida y talentosa –sus dibujos de adolescente son,
sencillamente, apabullantes– hace amistad con el matrimonio Jiménez-Camprubí, que actúan, en cierto modo, como mecenas.
La aconsejan, le dedican largas tardes, la acogen, la guían. Y ella, fascinada,
les trae regalos y les promete esculpir un busto de cada uno. La joven empieza
a obsesionarse con el poeta y, ante la imposibilidad de ser correspondida, decide suicidarse pegándose un tiro, no sin
antes visitar a Juan Ramón y dejarle una carpeta con papeles que decía: «No
la leas ahora». Ahí contaba todo: sus tristezas y sus desvaríos, las ganas de
un beso, la necesidad de estar con su amado. «Mi amor es infinito… La muerte es infinita». Era 28 de julio de
1932. Y en esos escritos, con su letra temblorosa, queda retratada esa mujer
agonizante que iba marchitándose por horas por culpa del amor. Hay un fragmento absolutamente MARAVILLOSO
en el que Marga le escribe a Zenobia y le dice que, aunque la considera una
amiga muy cercana, no dudaría en traicionarla si Juan Ramón quisiera algo con
ella. Leedla:
«Zenobita…
vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! Y aunque enamorarse es algo que te ocurre porque sí,
sin tener tú la culpa… a mí al menos, pues así me ha pasado… (…). En fin me he
enamorado de Juan Ramón… y siendo tu amiga… y aquí está mi culpa… le he dicho
que le quiero… y le he pedido que se case conmigo… ¡estaré loca! (…) perdóname…
porque si me hubiera dicho que sí… ¡ay!... a pesar de que la idea de la amistad
para mí es sagrada… yo habría pasado por todo… por todo lo que fuera preciso.»
Y uno
lee, pero tiene las manos atadas porque en esto del amor no se puede hacer
nada. ¿Quién se atreve a juzgar a un
enamorado? Marga se disfruta o se
sufre, porque disfrutar con semejante tragedia da un poco de rubor. Su prosa es
vibrante, está llena de vida y parece susurrada. A veces me pregunto si ella
llegó a imaginarse que estas cartas iban a ser publicadas, porque están
escritas desde el lirismo, desde la desesperación más bella. Las penas con
poesía parecen menos penas. Me gustaría
destacar aquí el estilo de Zenibia Camprubí –«Marga, quiero contar tu
historia, porque tarde o temprano la contarán quienes no te conocieron o no te
entendieron»–: una armonía interna perfecta, una gran sonoridad, una capacidad
maravillosa de hablar de sentimientos.
Marga
es un libro, una explosión, un rato de llanto: una de esas catástrofes
domésticas e íntimas que lo arrasan todo. Su tsunami particular. Su desamor
queda dibujado aquí como un absoluto, como un agujero que la traspasaba. Amar así,
sufrir así está permitido en la literatura. En la vida, uno debe ser más práctico.
Por eso, lean este diario, lloren y tomen aire cuando el pellizco en el
estómago no les debe seguir. El retrato de Marga como mujer no deseada es
sublime: «Por momentos veo que me ¿quieres? menos,
que no me necesitas en absoluto, que te hastío…»
PS: Y
yo, les confieso, he llorado en la playa, junto al mar, con este peculiar
triángulo amoroso, con tanta tristeza por culpa de un corazón débil.
PS: Tras la muerte de Marga, Juan Ramón Jiménez mandó hacer
un aparador de roble sobre el que puso el busto de Zenobia que esculpió “la
niña”. La cara de su esposa cincelada por la mujer que no quiso vivir sin él.
Seguramente lo lea
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