Subimos a Instagram cada momento de nuestra vida, compartimos nuestros pensamientos íntimos en Facebook y vamos dejando nuestros datos personales cuando navegamos en internet. Cada vez que hacemos clic, escribimos, damos un «me gusta», aceptamos una solicitud de amistad, compramos, o incluso cuando vamos andando por la calle, ¡nos vigilan más ojos de los que podemos imaginar! Dentro y fuera de internet, las empresas, los gobiernos y las fuerzas de seguridad van recopilando información sobre nosotros. Dicen que así estamos más seguros, o que eso nos facilita la vida. Pero ¿dónde está la línea que separa la seguridad de la intimidad? ¿Y a quién le corresponde trazarla? Con diversos ejemplos de la vida real, la autora descifra en este libro el controvertido mundo de la vigilancia y explora temas tan candentes como la tecnología de reconocimiento facial, las cámaras de seguridad, el ciberacoso y el control de los alumnos en los colegios, entre otros.
NOS VIGILAN. Y no, no es el reclamo de una película de miedo ni el eslogan de una
compañía de venta de alarmas. Nos vigilan con nuestro
consentimiento. Es decir, dejamos que nos sigan, que conozcan nuestros
secretos, que sepan dónde estamos en todo momento. Hablamos de las nuevas
tecnologías, de las redes sociales y los móviles, hablamos del mundo en el que
nos ha tocado vivir. Y lanzo esta pregunta: ¿Sabemos lo que estamos
sacrificando por estar todo el día conectando? ¿Sabemos cómo nos vigilan? Y es
justo este tema el que aborda Ojos y
espías, una de las últimas publicaciones de Siruela, dentro de su colección
Las tres edades, un curioso ensayo
para adolescentes escrito por Tanya Lloyd Kyi e ilustrado por Belle Wurthrich, en
el que hablan de ese binomio: intimidad-seguridad, y en el que se ponen encima
de la mesa interesantísimos debates sobre el uso de las redes sociales, sobre
la vigilancia y el control. Dejen el teléfono a un lado y lean (esta reseña).
Está
estudiado. Lo confirman los psicólogos: nos comportamos de forma diferentes cuando
sabemos que nos están grabando. ¿No les
ha pasado? Están ustedes tan anchos, tan espontáneos y tan despreocupado, y de
repente, alguien enciende una cámara y ya no sabe cómo actuar, se sienten
ridículos y forzados. Sí, les pasa a muchos. Y es uno de los muchos asuntos
que se tratan en este libro: si llenamos las calles de cámaras que nos vigilan
para nuestra seguridad, ¿no estaremos cambiando nuestro comportamiento, aunque
sea de forma inconsciente? Piénselo: por una parte, estaremos más seguros y,
por otra, más vigilados. Y eso por no hablar de que hay empresas que ya saben
más de nosotros que nosotros mismos gracias a los likes que damos en nuestras
redes sociales, gracias a dónde nos paramos por la calle, qué compramos o en
qué webs pasamos más tiempo. Y es verdad que esto lo hacemos, pero lo que
pretende Ojos y espías es que lo
hagamos de forma consciente. Si vamos a
renunciar a parte de nuestra privacidad, por lo menos que lo hagamos sabiendo
el precio que estamos pagando, ¿no?
Ojos y espías es abrumador, es
interesantísimo y debería ser obligatorio en todos los centros educativos para
que las nuevas generaciones se familiarizaran no sólo con el móvil sino con
todo lo que su uso conlleva. Este libro hace un resumen bastante esclarecedor
sobre la situación actual, siempre hablando de los dos extremos, la seguridad y
la intimidad, siempre poniendo ejemplos y, en último caso, dejando que sea el
lector el que decida. Tiene un alto valor didáctico. Además, está escrito de
una forma muy sencilla, muy impactante y recurre a casos curiosos para saber
hasta dónde estamos llegando con las redes sociales. En Japón, por ilustrar
esta situación, se les manda un mail a los padres cada vez que los hijos entran o
salen de la guardería. Y hay más: ya se fabrican caretas en 3D para gente que
no quiere ser reconocida por las cámaras que hay en las calles. ¿Les parece extraño? ¡Pues es real!
Lean Ojos y espías
y asómbrense, asústense y, sobre todo, decidan. Libros como éste son imprescindibles para hablar de una forma profesional y cercana sobre el mundo en el que
vivimos. Los jóvenes no sólo necesitan hacer un uso responsable de los móviles
o los ordenadores sino que deben saber qué sacrifican o qué están dispuestos a
sacrificar, deben conocer qué información están dando. Conozcan qué se cuece en las grandes empresas que manejan esos dispositivos que llevamos siempre a cuestas. Ha sido una lectura estimulante, un gran descubrimiento que me ha
hecho más consciente y posiblemente más responsable. ¡Un gran acierto, Siruela!