viernes, 21 de junio de 2019

Terror


Como oficial de la Fuerza Aérea de Alemania, Lars Koch debe intervenir en una situación de emergencia: un terrorista ha secuestrado un avión de Lufthansa y pretende estrellarlo contra el Allianz Arena de Múnich, donde en ese momento setenta mil espectadores asisten a un partido de fútbol internacional entre las selecciones de Alemania e Inglaterra. Contraviniendo las órdenes de sus superiores, y consciente de la responsabilidad que deberá asumir por su terrible acto, Koch derriba el aparato para impedir la masacre en el estadio, causando la muerte de las ciento sesenta y cuatro personas que viajaban a bordo. Así pues, el juicio al que se somete al infortunado piloto es el núcleo de la primera obra teatral del célebre abogado criminalista alemán Ferdinand von Schirach. Con una trama sencilla pero contundente, el autor de superventas como Crímenes y Culpa nos conmina a tomar partido como miembros del jurado popular que deberá dictar una sentencia de tintes dramáticos y consecuencias inquietantes.


Hay un concepto que me fascina, que me deja horas y horas pensativo, que quizás podría definirnos como seres humanos. El mal menor. Sí, hay veces en las que uno está en una tesitura tan difícil que, elija lo que elija, implica un daño. Imagínense, por ejemplo, que de una casa en llamas con dos inquilinos, sólo puede salvar a uno. ¿A quién elegiría? Imagínense, por seguir fantaseando, que está buscando trabajo porque lo van a desahuciar y que le ofrecen el puesto de su mejor amigo. ¿Qué decidiría? En casos así sólo queda tener el corazón frío y decantarse por lo menos desfavorable, lo menos malo. Todos rezarnos por no tener que vernos en una situación parecida, por no tener que elegir. Pero esto es justamente lo que hace el autor Ferdinand Von Schirach, con la última novela que le publica Salamandra, Terror, y que cuenta la historia de un oficial militar que, ante la amenaza de unos terroristas que han secuestrado un avión, decide derribar el aparato y matar a los pasajeros antes de dejar que se estrelle contra un estadio de fútbol lleno hasta la bandera. Y ahí está el juicio moral, la decisión difícil.
             Sí, no estamos ante una novela al uso porque está escrito como una obra de teatro: el narrador casi no aparece y la historia está cimentada sobre el diálogo, sobre lo que dicen los personajes. Lo que hacemos nosotros como lectores es asistir al juicio en el que se intenta dirimir la culpabilidad del protagonista, que está acusado de matar a los pasajeros del avión, más de ciento sesenta personas, contraviniendo la orden de sus superiores. En Terror, es curiosísimo el título, asistimos a la defensa del acusado y a los argumentos que se dan a favor y en contra de su decisión. Y, a lo largo de todas las páginas, sobrevuela el mismo debate ético: ¿quiénes somos para decidir sobre la vida de otro? ¿Valen más sesenta mil vidas que doscientas? ¿Por qué? ¿Quién lo decide? ¿Hizo mal el acusado? ¿Y si en ese avión iba el científico que iba a descubrir la cura del cáncer? Y el lector no puede hacer otra cosa que tragar saliva y sentir cómo la cabeza se mete en un bucle sin salida. Y en esta obra de teatro, los acusados somos nosotros, los interlocutores están al otro lado de las páginas porque lo que nos están preguntando directamente es: ¿y tú qué harías?
             Terror, que acumula ya cientos de representaciones por escenarios de todo el mundo, confirma el buen ojo del autor para elegir los temas y para plantear esos debates que definen al ser humano. Es brutal, una absoluta genialidad. Además, el autor nos vuelve a traer una historia bien contada, desde la sencillez y la cercanía, desde ese lugar en el que todos somos iguales, y donde pone sobre la mesa un problema mucho más profundo, de mucho más calado: el mal menor. Terror tiene pulso, tiene nervio y, sobre todo, tiene la capacidad de provocarnos mucho miedo.
            Terror es tener que decidir entre matar doscientas personas o dejar que mueran miles. Terror es verse en una tesitura parecida, Terror es tener tanta responsabilidad. Es cierto lo que dicen algunos de que la literatura a veces nos sirve de ensayo para la vida. En este caso, no me cabe duda, porque el protagonista podría ser cualquier de nosotros y la situación, cualquiera a la que nos enfrentemos en nuestra vida. Y ahora sí, llega la gran pregunta. ¿Hubieras dejado que el avión se estrellara contra el auditorio lleno? ¿Hubieras matado a los pasajeros del avión? Mójate, ¿qué hubieras hecho tú? Piensa en el mal menor.

lunes, 17 de junio de 2019

Laboratorio lector


Laboratorio lector presenta una visión amplia, interdisciplinaria y divertida de la lectura. Es solo un libro, pero incluye toda clase de experimentos, como en unos auténticos «juegos reunidos»: comprobar la amplitud de las fijaciones oculares, descubrir los automatismos del cerebro, tomar conciencia de las inferencias que hacemos o de la manera en que trabaja la memoria o revisar las estrategias con que exploramos un escrito para detectar su intención, su estructura o su ideología.


Nos dicen, por activa y por pasiva, que leer es divertido, que nos lo tomemos como un juego. Sin embargo, los jóvenes, en cuanto alguien intenta sacarles el tema, ponen los ojos en blanco y suspiran, aburridos de antemano. Los profesores, incansables, intentan demostrarlo, pero se desesperan. “Misión imposible”, dicen. Parece que sólo algunos elegidos tuvieran “el don de la lectura”, el interés por los libros, la paciencia para pasar páginas. Nada de eso. Como una especie de mediador, de experto que coge de las manos a las dos partes implicadas y las lleva a un punto intermedio actúa Daniel Cassany con su último ensayo, Laboratorio lector, publicado por la editorial Anagrama en su colección Argumentos, y donde reivindica precisamente eso: que leer es divertido, es un juego y es estimulante. Y que además, es una herramienta imprescindible para desenvolverse en este mundo moderno. El problema estriba en que, hasta ahora, no hemos sabido transmitirlo. ¿No os lo creéis? Pues seguid leyendo porque esto no ha hecho más que empezar.
             Ya lo revela el título: estamos en un laboratorio, un lugar donde se hacen experimentos, se disecciona y se observa, se ensaya y se toman notas, se investiga y se mezclan elementos, se prueban cosas nuevas y se produce el asombro, la sorpresa o el error. Pues eso es lo que vamos a hacer, pero con la palabra. Metamos el lenguaje en el tubo de ensayo y veamos, por ejemplo, cómo funcionan el cerebro y los ojos en el proceso de la lectura, aprendamos a interpretar entre líneas, a resumir y a construir significados, acostumbrémonos a ser lectores críticos, a dialogar con los textos y adivinar las intenciones de los autores. Y atención, porque aquí está una de las grandes aportaciones de Cassany en este ensayo, también aborda el peliagudo asunto de las fake news, del exceso de información en internet y de la manipulación y la posverdad. El libro, de principio a fin, tiene un objetivo claro y es el de hacer accesible la comprensión lectora. Fíjense que estamos en una sociedad en la que los jóvenes entienden menos lo que leen, en la que tenemos un problema (y grave) porque el mensaje no llega al receptor.
             No sé si conocéis a Daniel Cassany, pero dando conferencias es un auténtico showman. Tiene el carisma de la gente a la que le apasiona lo que hace, tiene la seguridad del que maneja la materia de la que habla. Y eso, precisamente, se contagia a este libro, que funciona como una guía, como una hoja de ruta para ir acercándonos a ese camaleón que es la palabra. El autor –qué lúcido– nos está haciendo un regalo porque nos está proponiendo ejercicios, juegos y experimentos para trabajar nuestras habilidades con algo imprescindible, que va a marcar nuestra relación con el entorno y que vamos a usar siempre: el lenguaje.
             Leer, señores y señoras, no es identificar las letras. Leer es entender qué dice un texto. Y eso es lo que nos enseña Laboratorio lector. Poneos los guantes y la bata blanca y preparaos para trabajar con la palabra. Vamos a sentir su peso y tu textura, vamos a jugar con ella, a experimentar, a darnos cuentas de cuál es su poder. Y es justamente esto lo que provoca este libro: asombro ante la magia del lenguaje, ante sus infinitas posibilidades. Os estoy hablando a vosotros, a los profesores, al alumnado, a los lectores y a los que siguen insistiendo en que leer no va con ellos: esta guía es para todos. Leedla y os daréis cuenta de que al final resulta que sí, que leer es un juego.
 

viernes, 14 de junio de 2019

Un pájaro quemado vivo


En el curso de los años, el piso principal de las Tres Palmeras se transformó en lugar de culto y campo de batalla. Allí, Paula Pinzón Martín venera la memoria de su madre muerta, la divina Celestina Martín, y los fetiches de la tiranía. Allí, evoca la guerra civil que su padre, el brigada Abel Pinzón, ganó contra los republicanos, pero sin haber sabido sacar frutos de la Victoria. En una ceremonia cruel e irrisoria, Paula se entregará al último combate de la memoria, una lucha monstruosa donde la realidad cuenta menos que los delirios de lo imaginario.


Es imposible que uno olvide qué estaba haciendo cuando se enteró del atentado de las Torres Gemelas, dónde estaba cuando conoció al amor de vida o cómo le dijeron que era el seleccionado para ese trabajo que tanto quería. Y también es imposible no recordar la sensación que tuvo cuando leyó por primera vez al autor -injustamente desconocido- Agustín Gómez Arcos. Leí El cordero carnívoro hace diez años y, tras cerrar el libro, estaba taquicárdico, rojo de emoción, con la garganta seca; supe entonces que la lectura era también una actividad física con poder para hacerme sudar, para provocarme sofocos, para dejarme casi al borde del desmayo. Le siguieron después Ana No, El Niño Pan, La Enmilagrada… y mi admiración no hacía más que crecer, que hacerse más sólida. Desde ese momento, Agustín Gómez Arcos se convirtió en un mito, en una leyenda, en mi tesoro. Y de él vamos a hablar hoy con la excusa de la publicación de Un pájaro quemado vivo, la última de sus obras publicadas en castellano, rescatada gracias al empeño de la editorial Cabaret Voltaire y que he devorado en sólo un par de días.
             Paula Pinzón, la mujer de la mirada bicolor a la que todos temen y que vive apartada de todos, atrincherada en sus recuerdos, recibe un día cualquiera el telegrama con el anuncio de la muerte de su padre, un brigada mediocre y derrochador, un hombre sin demasiadas aspiraciones en la vida, al que ella ha odiado rabiosamente desde niña y que, tras la larga enfermedad de su madre, formó otra familia con la puta Luciérnaga, a la que ya visitaba cada noche desde mucho antes. Este telegrama, enviado por su hermanastra, sirve a la protagonista para abrir la presa de la memoria y dejarse enterrar bajo sus odios y sus venganzas, bajo la historia que ella misma se ha creído. Paula construye su identidad con dos certezas: la adoración por su madre muerta, que era frágil, delicada y siempre enferma; y el desprecio por su padre, culpable, cree ella, de todas sus desgracias. La acompañan en esta historia el cura tragón, la vieja roja que lleva una peluca rubia a la que ella esclaviza como criada y un joven-amante, con tendencia a la masturbación y con el que ella ha conocido el vicio. Un pájaro quemado vivo trae de vuelta el asfixiante universo de Gómez Arcos, el de las casas en penumbra, el de los odios enquistados y las venganzas cotidianas, el del deseo y el pecado como castigo y como sufrimiento, el de los dolores íntimos de la España de la posguerra, de la primera democracia, el de la gente que sufre y que sólo sabe hacer daño a los demás para sobrevivir.
             Agustín Gómez Arcos, para los que no lo sepan, es todo un referente literario en Francia, adonde emigró durante la Dictadura y donde empezó a escribir en francés. Allí, en el país galo, ha quedado finalista del prestigioso premio Goncourt, fue condecorado con la Orden de las Artes y las letras Francesas con grado de cabalero y oficial y allí, fíjense, se estudia en las escuelas. Es ahora, gracias –insisto- a la editorial Cabaret Voltaire cuando empieza a conocerse en España, a traducirse muchos de sus títulos a su idioma materno. Quédense embobados con su prosa, con esa dureza poética, con esa innegable virtud para zarandearnos, como si las palabras fueran piedras que va lanzando al lector. Y uno, es cierto, sale magullado de la lectura, con la sensación de que lo han herido en alguna parte.
            Un pájaro quemado vivo es un paisaje de negros y blancos –ahí no caben los grises-, de niñas que odian a sus padres y de rencores que trepan por las casas como las enredaderas. Es un retrato nada complaciente de un país cruel donde los curas quieren hartarse a comer, los rojos sólo quieren que los dejen tranquilos y los muertos vuelven para torturar a los vivos. Y por si el ambiente fuera poco estimulante, les hablo también de esa prosa plástica, de ese chorreo constante de poesía, de ese estilo modelado con sangre y furia. A veces, me entran ganas de gritar a los cuatro vientos que leáis a Gómez Arcos, que hagáis el favor de hacerme caso. Otras veces, sólo quiero callármelo y que sea un secreto sólo mío, un placer que sólo me pertenece a mí. Supongo que no hay vuelta atrás: Gómez Arcos es ya uno de los grandes, sólo queda que los lectores españoles nos demos cuenta. Ya saben lo que se están perdiendo. 

miércoles, 12 de junio de 2019

Las cartas de la Pirenaica


Radio España Independiente, la emisora del Partido Comunista de España, fue el más potente altavoz del antifranquismo entre 1941 y 1977. Durante estos años, el programa "Correo de La Pirenaica" dio lectura a las cartas que desde España o desde los países de la emigración sorteaban la censura o las dificultades de comunicación para contar sus experiencias personales y sus anhelos de libertad. Este libro analiza el contenido de las cartas que se han conservado, unas 15.500, e identifica a corresponsales y oyentes, los "ojos y oídos de La Pirenaica", entre los cuales se encuentran antiguos combatientes republicanos, exiliados, expresos, obreros, campesinos, mineros, profesores, amas de casa, escritores y estudiantes. Las cartas de La Pirenaica recogen un largo memorial de agravios, comenzando por los recuerdos dramáticos de la guerra civil y el reguero de fosas comunes, prisiones y vejaciones que dejaron los vencedores. Contienen la peripecia de los inmigrantes que abandonaron sus pueblos, la lucha por la supervivencia en los suburbios, la indignación por la insoportable carestía de la vida y la falta de acceso a una educación digna.


Los derrotados necesitan el consuelo, saber que no están solos. Los derrotados buscan desahogarse, sentirse de algún modo acompañados. Los derrotados, los que tienen que callarse y agachar la cabeza –eso si sobreviven-, los que pierden la esperanza y también el futuro, reivindican el derecho a lamerse las heridas, a defender un mínimo de dignidad. Y de esto vamos a hablar hoy, del honor de los que pierden, del dolor callado de esa media España que se posicionó en el bando ‘equivocado’ durante la Guerra Civil y que se vio obligada a penar durante cuarenta años. Analizamos Las cartas de La Pirenaica, un estudio publicado por la editorial Cátedra y dirigido por Armand Balsebre y Rosario Fontova, que, como dice el subtítulo, se presenta como una memoria viva del antifranquismo. La Pirenaica, para los que no lo sepan, fue la Radio Independiente de España, la emisora del Partido Comunista y voz de los silenciados durante más de treinta años. Fue el testimonio detallado del genocidio.
             El 22 de julio de 1941 emitió por primera vez la Pirenaica, la radio del Partido Comunista de España que estaba dirigida por La Pasionaria y que se convierte enseguida en refugio de los derrotados, de los rojos, de los perseguidos. No es necesario recordar que estaba prohibida en nuestro país y que había que escucharla a escondidas. Los autores recopilan y estudian hasta 15.000 cartas que los oyentes mandaron durante más de treinta años a la emisora y que dibujan otra España, la que no se conocía, la que parecía no existir, pero en la que encontramos testimonios absolutamente desgarradores: se habla de los paseíllos en los que los soldados del bando vencedor se llevaban a los rojos y los fusilaban en las tapias de los cementerios, se habla del hambre, de la cárcel y de las pulgas, se habla de los excesos de los señoritos, de la represión y las huidas, del estigma de ser rojo. Este ensayo está lleno de muerte –de maridos, hijos, hermanos con un tiro en la cabeza-, de hambre y de silencio, está cuajado de sufrimiento, de miedo. Es un documento bestial, sobrecogedor y, a la vez, necesario. 
             Es impresionante el trabajo de estos dos investigadores, que han conseguido poner orden en 15.000 cartas que son 15.000 historias de gente que sufre y que se jugó la vida para mandarlas a La Pirenaica. Está escrito con pulcritud y sensibilidad, con una misión clara: enseñar una realidad sucia porque en estas cartas no están sólo las quejas y el sufrimiento sino también la solidaridad, la comprensión, el apoyo de los iguales porque ¿quién va a entender mejor un sufrimiento que otro que está pasando por lo mismo? Era también un servicio público porque, por ejemplo, usaban la radio para delatar a los chivatos, para alertar de lo que pasaba en algunos pueblos. Los derrotados fueron valientes, conservaron la última pizca de dignidad para compartir su dolor públicamente, para darse ánimos, para decirles a otros derrotados que tenían que aguantar.
            Las cartas de La Pirenaica es Historia de España, pero de esa España vencida y abatida, constantemente perseguida, que pasó hambre, que soñó con huir y que lloró a sus muertos en silencio. Todo en silencio. En este régimen de opresión, los comunistas, los rojos, los derrotados encontraron en la emisora comunista, también llamada Radio Verdad, un lugar de encuentro y de alivio, un lugar en el que alzar la voz, una práctica de riesgo, pero también una necesidad. Y leer este libro es como abrir el balcón en pleno invierno: la carne siempre de gallina, el pecho tiritando. El alma, colgando de un hilo. Porque es la historia de miles de españoles muertos de miedo ante La Bestia. Y uno, ante estas páginas, siente también el miedo. Siente que La Bestia lo está mirando desde algún lugar. 

martes, 11 de junio de 2019

Darwin viene a la ciudad


Las ciudades constituyen un ecosistema nuevo, diferente y acelerado. En ellas conviven multitud de especies, que deben buscar nuevas estrategias de supervivencia para adaptarse a un entorno siempre cambiante. Hay lagartos con patas adaptadas al asfalto. Las cotorras invaden los parques de París, mientras que los escarabajos australianos se sienten atraídos sexualmente por las botellas de cerveza. Más cerca, tenemos peces acostumbrados a la contaminación de los ríos, mariposas que cambian de color según la polución del ambiente y flores que diversifican la forma de sus semillas. La evolución ya no es cosa de entornos apartados, ni se produce a lo largo de los siglos: se está produciendo aquí y ahora, en los entornos urbanos, prácticamente ante nuestros ojos.



Acérquense, no se pierdan este espectáculo. Háganme caso, nunca han visto nada igual. La Naturaleza es inagotable en su capacidad de sorprendernos, de hacer algo parecido a la magia. Lo que les voy a contar va a cambiar –y para siempre- la forma en la que ustedes van a ver su entorno, su calle y su ciudad. Van a dejar de observar los paisajes con sus ojos de humanos. Todos hemos escuchado hablar de la evolución de las especies, de la selección natural, de todas esas transformaciones que tardan siglos en apreciarse en los seres vivos. Pues les adelanto que quizás no hagan falta siglos para verlas, que quizás vamos a ser testigos directos de esta revolución. Y el responsable no es otro que Menno Schilthuizen, importantísimo biólogo e investigador, autor del libro Darwin viene a la ciudad. Evolución de las especies urbanas, un ensayo publicado por la exquisita editorial Turner Noema que nos muestra –nos lo pone frente a las narices- cómo las ciudades están obligando a muchísimas especies a evolucionar para sobrevivir. Sí, así, como lo oyen. Muchas especies están experimentando cambios para adaptarse a las ciudades, para convivir con los humanos, para acostumbrarse al asfalto, al ruido, a los coches. ¿No se lo creen? Sigan leyendo. 
             El futuro a corto y medio plazo, supongo que ya lo intuyen, será de las megaurbes, donde se concentrarán hasta diez millones de habitantes. Estos espacios, donde hay más polución e incluso hasta doce grados más que en los campos circundantes, no sólo estarán poblados por seres humanos sino también por animales. ¿Nunca lo han pensado? ¿Cómo influyen las ciudades (y todo lo que conllevan) en la evolución de las especies? Por lo pronto, quédense con algunos ejemplos: pájaros que usan colillas de cigarros para hacer sus nidos, aves que, para comunicarse con sus iguales, han desarrollado un canto más agudo en medio del ruido del tráfico, perros de una determinada zona que ya miran a los dos lados antes de cruzar la carretera, plantas silvestres más variadas en las zonas con inquilinos más pudientes, escarabajos que copulan con botellas de cerveza porque las consideran irresistibles e incluso pájaros que han aprendido a esperar en los semáforos a que los coches paren para ponerle bajo las ruedas nueces y que así se las abran. No me digan que no se quedan con los ojos redondos, mudos de asombro. Y esto, señores, es sólo un adelanto de lo que las ciudades están provocando en el mundo animal y vegetal, una muestra de cómo no somos la única especie de va a colonizar las grandes urbes. 
              No hace falta recurrir a la ciencia-ficción cuando tenemos Darwin viene a la ciudad, un ensayo rigurosísimo pero accesible sobre un tema en el que pensamos muy poco: cómo los animales también se están adaptando a las ciudades. A nosotros, en varias generaciones, se nos desarrollará el pulgar para poder manejar mejor la pantalla del móvil y los lagartos tendrán las patas más fuertes o los pájaros los picos más largos para adaptarse al nuevo entorno. El cambio ya está en marcha y es imparable. Este libro es una clase magistral, una catarata de conocimiento. Y es que, no en vano, estamos en manos de uno de los mejores en este campo, el autor, que tiene la virtud de hacer este tema interesante, cercano, estimulante, incluso para lo que no somos expertos en la materia.
             Darwin viene a la ciudad para enseñarnos a mirar nuestro entorno con otros ojos, para que nos fascinemos con lo que hace el afán de supervivencia de los animales, su empeño por sobrevivir. Este ensayo está tan bien planteado que se lee como un cuento o como un libro fantástico, uno pasa las páginas con absoluta devoción porque nos habla de lo que pasa aquí y ahora, en nuestras ciudades. Y sepan algo, que los animales urbanos son más listos y están más abiertos a los cambios que los de su especie que viven en el campo. Léanlo, maravíllense y sientan esas ganas de salir a la calle y de mirar el cielo, los árboles, el suelo, porque la magia está ahí fuera, aunque Menno Schilthuizen nos haya mostrado un poco en este libro. Imprescindible