Craig y Harry tienen diecisiete años, un pasado en común y un objetivo actual: batir el récord del beso más largo de la historia. Y, de paso, demostrar que dos chicos besándose es algo completamente normal.«Ese es el poder de un beso: no puede matarte, pero sí devolverte a la vida».
Es uno
de los mayores errores, pensar que ya está todo conseguido, que no hay que
seguir luchando, que hemos llegado a la meta, a la cota más alta
de aceptación y respeto. Hablo del colectivo LGTBI (no sé si me dejo atrás
alguna letra), de una minoría históricamente marginada que ahora, al menos
teóricamente, goza de igualdad. No nos engañemos, las cosas no son perfectas. En este tema viene a echarnos
un capote Dos chicos besándose, la
novela de David Levithan que con tanto acierto ha publicado Nocturna Ediciones
y que toma como base un hecho real, el que protagonizaron dos chavales cuando
quisieron marcar un nuevo récord del beso más largo del mundo y estuvieron casi
treinta y tres horas pegados, de pie, sin comer ni hablar. Esta anécdota sirve para presentarnos a los
protagonistas, todos menores de veinte años: los dos chavales que se acaban de
conocer y están fascinados el uno con el otro, los que llevan un tiempo
saliendo, pero uno de ellos lo hace a escondida de su familia, al que los
padres echan de casa porque lo descubren hablando en un chat con otros hombres.
Y a todos los une lo mismo: las cosas que para los demás son fáciles, para
ellos no lo son tanto. Como si la vida tuviera para ellos un plus más de
dificultad. Amar se convierte en un acto de valentía, en un ejercicio de riesgo. Y lo dice así en la página 14: “Sabemos
que algunos seguís asustados. Sabemos que algunos todavía permanecéis en
silencio. Que ahora (la situación) sea mejor no significa que todo esté bien”.
Os
habrá sorprendido algo en la anterior cita: ese narrador que se mete en la
historia, que habla como si fuera un dios o alguien que ve la vida desde lo
alto. Han acertado ustedes y es éste uno de los grandes aciertos del autor: crear un narrador que representa a todos
los gays que han muerto, que han tenido que vivir en otras épocas mucho más
terribles, que han sido vapuleados por el sida, por la ignorancia, por la
violencia. Es decir, y fíjense qué planteamiento tan interesante: la generación
de homosexuales que ya murieron narran a los lectores la historia de estos
jóvenes a los que las cosas se le presentan algo más fáciles, pero no del todo.
“Nuestra felicidad contenía desobediencia y miedo”. O cuando hablan del sida: "Nosotros no elegimos nuestra identidad, nacimos
así, pero fuimos elegidos para morir por ella”. Hay algo maravilloso en esta
historia de Dos chicos besándose y es
obligar a los adolescentes a mirar para atrás, a saber que antes de ellos hubo
otros gays que les abrieron el camino y que lucharon mucho más que ellos.
Confieso
que al principio, durante las primeras páginas, estaba algo perdido. No sabía
qué me estaban contando, si era un ensayo, un fluir de conciencia o una recopilación
de reflexiones, pero no: es una historia coral, entre lo terrible y lo tierno,
en el que varios jóvenes se enfrentan a la aceptación de su identidad. Y el
texto, escrito desde un respeto y una dulzura incuestionables, consigue eso tan
difícil en estos tiempos: unir, potenciar la comunidad y el compañerismo porque como dice el
narrador: “cuando rechazan a uno, nos rechazan a todos”. En Dos chicos besándose están varios amores
homosexuales y también están todos los dolores: el de los padres que no
aceptan, el de los odiadores profesionales que escupen su veneno sin control,
el de los compañeros que insultan, que pegan, que avergüenzan. Y así es todo en
esta historia: entre lo maravilloso y lo espantoso.
Dos chicos besándose es un
homenaje a las generaciones homosexuales que nos han precedido, porque a veces
es necesario pararse, mirar atrás y dar las gracias. Gracias. Es también un
retrato de una minoría, la gay, a través de las experiencias de varios jóvenes que sufren, que se desesperan y que piensan en la muerte y, sobre todo, es un canto a la valentía, a la confianza y al amor. Con que un
solo lector se haya sentido mejor después de leerlo, habrá merecido la pena,
porque este libro, señores, es sanador, es reconciliador. Es como un abrazo
después de un disgusto. En este siglo en el que todavía siguen suicidándose adolescentes -sí, adolescentes- para no sufrir las burlas por su homosexualidad, libros como estos son imprescindibles.