Sólo en la literatura aceptamos tan alegremente las trampas, las ilusiones ópticas, las sorpresas de última hora. Nos da igual quedarnos con cara de tonto, con la boca medio abierta y con la pregunta de: ¿por qué no lo vi venir? ¿Cómo no lo supe antes? ¡Mecachis en la mar! Mikel Alvira es un trilero (de esos que se ponen en la calle con los cubos bocabajo: ¿dónde está la bolita?) de la literatura y lo hace con una maña indiscutible. En La novela de Rebeca, de Ediciones B, nos da el cambiazo sin que nos demos cuenta, nos va enredando como un encantador de serpientes, nos va guiando por una senda para después dejarnos en un precipicio, frente al abismo, temblando de vértigo. Algo así es lo que ocurre en esta historia, mitad negra, mitad rosa, sobre Simón Lugar, un escritor que está inmerso en una búsqueda de inspiración (y aceptación, y comprensión, y amor), y cuya vida sufrirá una ligera turbación al encontrarse con una misteriosa mujer durante sus paseos matutinos por la playa.Simón Lugar es un autor de éxito que, encerrado en su apartamento de la costa vasca, lucha por dar forma a su primera novela negra. Melancólico y misántropo, se siente presionado por su agente literaria y sus cientos de miles de lectores. Buscando la inspiración en un largo paseo por la playa, conoce a M., una joven enigmática que influirá en él de un modo inesperado al tiempo que una serie de sangrientos asesinatos van conformando la trama del libro dentro de su cabeza.
Mikel Alvira juega a
desconcertarnos, y lo consigue, porque la historia se despliega en varios
niveles, algo así como una caja dentro
de una caja dentro de una caja dentro de una caja… Os lo confieso: durante las
primeras páginas, leía de puntillas, mirando a todos lados, sin fiarme
del narrador y dispuesto a encontrar dónde estaba el truco, pero me fui
relajando al comprobar que la historia está muy bien cimentada. Avanza poco a
poco, ganando en solidez, y haciendo creer al lector -¡ingenuo!- que lo tiene
todo controlado, que esta lectura va a ser coser y cantar. Nada más lejos de la
realidad. La trama no sólo va haciéndose más compleja sino que va
destapando los porqués de unas relaciones perversas, de varias situaciones
torcidas. Lo que parecía un simple
retiro de un escritor frente al mar acaba convertido en la punta del iceberg,
en algo que esconde mucho más de lo que nos imaginamos.
La
novela de Rebeca es un thriller
pausado: una lectura que no necesita ser vertiginosa ni taquicárdica para
enganchar. Los personajes van definiéndose sin prisas, van actuando en escenas
aparentemente normales. Y aparecen las sorpresas, los ojos como platos, el
echarse las manos a la boca. Es quizá ése el punto más admirable del autor: su
capacidad para descolocar al lector, para dejarlo impotente, a merced de un
narrador que no tiene ningún reparo en jugar con él. La acción no es lineal. El
autor opta por ir mezclando el pasado y el presente, para zarandear más al
lector. El estilo, recortado, preciso, se acopla muy bien a la historia. No hay grandes alardes preciosistas, y se
agradece, porque a la historia no lo necesita. De hecho, a veces, en ese
estilo tan sobrio sale un adjetivo rimbombante que parece que no tendría que
estar ahí, que se ha colado sin saber cómo.
La
novela de Rebeca está hecha de
pedacitos de otros géneros. Tiene una base negra, con crímenes espantosos y
la búsqueda del asesino, tiene tintes románticos (y reposados), con
conversaciones frente al mar y la búsqueda del la felicidad, y tiene aspectos
relacionados con el mundo editorial, con la estimulante tarea de crear otros
mundos. Sí, esta historia es un ejercicio puro y
duro de metaliteratura: una novela dentro de otra novela. Aquí, lo de los
asesinatos es lo de menos, una mera excusa. Mikel Alvira sorprende, y uno no
puede hacer otra cosa que aplaudirle, porque
ha jugado a esa técnica tan usada en los microrrelatos: la del impacto final. La
de una bofetada en plena cara al leer el último párrafo.
PS: He pensado
mucho lo de explicar eso de que el final es inesperado y sorprendente: no quiero poner al lector alerta, no quiero que cualquier mente
retorcida vaya por delante y estropee ese golpe de efecto.