sábado, 12 de noviembre de 2016

Conociendo a nuevos autores


Humor. Acción. Amores extraños. Misterio. Paranoia. Fantasía urbana.

Un joven atrapado con su perro en una delirante aventura nocturna.
Un montañero enfrentado a un desafío inimaginable.
Un hombre que mantiene una relación muy poco beneficiosa para su cordura.
Una chica incapaz de distinguir entre la vigilia y el mundo de los sueños.
Un profesor de matemáticas sometido a un juego mortal.

Todos ellos tienen algo en común. Su mundo se viene abajo con la llegada de un hecho inexplicable. Un encuentro con lo absurdo, lo surrealista, lo ilógico. El universo los va a poner a prueba. Serán llevados al límite. Pero no son héroes, ni tampoco lo pretenden. Son personas corrientes, sin más propósito que escapar del caos y volver a la cotidianidad de sus vidas. Sucumbirán a la risa tonta, nerviosa, de la desesperación. Recurrirán a inesperados mecanismos de supervivencia. Pero, sobre todo, se preguntarán si lo que viven es real o sólo está en su cabeza. Y tú, que lees esto, también lo harás. Sí, tú, mi querida persona corriente, porque ya es demasiado tarde para ti, estás dentro de TRANCEMÓNIUM. Algo extraño está pasando, ¿qué vas a hacer? No enloquezcas todavía. Aunque no lo sepas, eres capaz de las cosas más extraordinarias.

AITOR BERTOMEU es actor, animador, escritor y espadachín. Compagina la escritura con el teatro a nivel profesional, la animación y las clases de esgrima escénica. Tiene en su haber varias novelas juveniles, de aventuras y de género fantástico. Aparte, es guionista y autor de sketches humorísticos. Ha ganado varios premios literarios, dos de ellos con algunos de los relatos que conforman TRANCEMÓNIUM.
Entrevista al autor
Pues muchas gracias por dedicarme esta entrevista. ¿A qué cámara tengo que mirar? Genial. Es mi perfil bueno, y hoy no tengo herpes. ¡Comencemos!

¿Qué podemos encontrarnos en tu novela y a qué público va dirigida?
Trancemónium: Cuentos lunáticos es una antología de cinco relatos largos, emparentados en tono y temática, todos ellos narrados en clave de humor y compartiendo el tema central de la locura y la paranoia. Sus protagonistas son personas corrientes, hasta que de repente topan con un hecho insólito, algo que desmorona sus cotidianas vidas y que incluso cambia su concepción de la realidad… ¡Pero esto es España! Toca arreglar las cosas, apañarse con lo que pille más a mano y, por qué no, quizá hasta soltar un par de leches. A menudo se preguntarán si lo que viven es real o sólo está en su cabeza, y esa ambigüedad jugará un papel importante en los relatos. En resumen, que la cabra de la portada no es casual: Trancemónium busca volverte loco/a, casi tanto como a sus protagonistas. O por lo menos que enloquezcas de risa.
Para mí, una de las cosas buenas de Trancemónium es que puede gustar a cualquier tipo de público –eso sí, mayor de edad, que uno tiene ideas calenturientas–. Los relatos son en esencia humorísticos, pero coquetean en mayor o menor medida con otros géneros: acción, romance, novela erótica, ciencia ficción, género fantástico, thriller e incluso crónica montañera. Dependiendo del género predilecto de quien lo lea, cada relato puede entusiasmar más o menos, pero los temas son universales… y el humor también.

¿Cómo se te ocurrió la idea de la trama?
A mí me encanta destrozar tópicos, sobre todo tópicos de género. Siempre me han gustado las historias fantásticas, de terror y de ciencia ficción. No obstante, estoy algo cansadillo de ver una y otra vez las mismas reacciones en los protagonistas, por lo general serios y estúpidos, verdaderas dianas con patas. Supongo que es un esquema muy americano. Más de una vez me he preguntado: ¿y si eso pasara aquí en España? ¿Y si pasara en mi calle? ¿Y si me pasara a mí? Decidí coger un tema recurrente en la literatura de género y versionarlo a mi manera. Y así nació el primer relato de la compilación, La noche del chihuahua. El experimento me dejó muy satisfecho y decidí escribir varios más con ese estilo de humor, tratando otros misterios similares e igual de surrealistas, destruyendo cliché tras cliché y parodiando otros géneros. Me gusta ver a Trancemónium como un recopilatorio de historias tipo Más allá del límite o En los límites de la realidad, pero a la española. Muy a la española.


¿Uno o dos adjetivos que definan a tus protagonistas?
No sé si cuenta como adjetivo, pero «Como una puta cabra» les iría de perlas. Y no es que vengan así de serie (bueno, alguno hay), sino que van desquiciándose poquito a poco conforme avanzan los acontecimientos. Cachondos, por supuesto, y aunque todos ellos tienen peculiaridades que los hacen únicos, respecto a su sentido del humor no se puede negar que son hijos míos. Muy cercanos. Con expresiones, referencias y chistes malos de sobra conocidos. Gente como nuestros amigos, novias, vecinos, parejas… Como nosotros. Y alguno más tocadito del ala, también.
Son, sin discusión alguna, el motor del libro, lo fundamental. No son historias en las que alguien pasaba por allí. Son personajes a los que algo extraño les pasó.

¿Qué crees que le falta a la literatura actual?
¡Me alegra que me preguntes eso! ¿Cuenta como literatura actual la autoedición? No nos engañemos, hay tanto maravillas como auténticos bodrios en todos los mercados posibles… Pero si tenemos en cuenta que las editoriales son un negocio y que todo lo que se publica responde a fines puramente comerciales y lucrativos, el mundo de la autoedición, con multitud de joyas ocultas y tapadas, me parece una representación mucho más fiable de la «literatura actual». Así que, para empezar, que se dé más cancha a este mercado.
Después, que se apueste más por las antologías de relatos. Hay una especie de maldición que rodea a este formato, parece que alguien no es escritor de verdad hasta que no saca una primera novela exitosa. Estoy en contra de eso. Soy un acérrimo defensor del relato, pero no del relato de 4 páginas cuya única finalidad es ganar un concurso (para luego escribir una novela). Tengo predilección por el relato largo y la novela corta. La mitad de muchas novelas que leo es pura paja, relleno para aumentar la extensión, erudición exhibicionista o directamente copypaste de Wikipedia que no interesa para nada. Prefiero narrar una historia lo suficientemente larga como para desarrollar una trama y unos personajes, pero lo suficientemente corta como para quedarme con lo esencial y no perder intensidad. No veo qué problema hay, algunos de mis autores favoritos, como Poe y Lovecraft, prácticamente sólo cultivaban ese formato y hoy son eternos.
Tengo además auténtica obsesión con el ritmo. Está claro que un buen libro debe tener calidad en el fondo y en la forma… Pero creo que una narración debe enganchar de principio a fin, y si no lo consigue, algo falla. Así que lo siento, en materia narrativa no apruebo los tostones, por muy bien escritos que estén.
No digo que los siguientes elementos no figuren en buena parte de la «literatura actual», pero me parecen indispensables: Originalidad. Frescura. Irreverencia. Gamberrismo. Personajes carismáticos a la vez que verosímiles. Nunca mais a los clichés…
Y la erradicación total y absoluta del best seller. Por el Amor de Zeus, no más «enigmas-históricos-de-asesinatos-en-el-pasado-con-ecos-en-la-actualidad-y-secretos-esparcidos-por-la-ciudad-que-pondrán-en-jaque-a-la-cristiandad-hasta-que-un-grupo-de-putos-sabelotodo-con-un-códice-mugriento-hagan-las-pruebecitas-de-turno». Está claro que el mundo editorial es un negocio… pero que no se note, caray.

¿Cómo te ves dentro de unos años?
Cazando moscas.
No, en serio. Igual pero con algunas canitas. Un madurito interesante.
No, en serio. Escalando fajos de billetes, buceando entre lingotes y con mis pupilas convertidas en el símbolo del dólar.
No, en serio. Uno no se hace escritor por el dinero. Ni actor. Y yo soy ambas cosas –por lo visto me va el masoquismo–. No tengo grandes ambiciones económicas (salvo viajar, viajar, viajar), pero me conformaría con alcanzar dos ideales: que me lean, y ya si acaso poder vivir de mis profesiones, que son la escritura, la esgrima, el teatro y sus derivados lácteos. Por lo demás, mi sueño húmedo es vivir rodeado de naturaleza, tal vez en el valle de Arán o de Baztán, así que una vez haya vivido todo lo que mis años mozos y locos tienen que darme en materia de espectáculos, me gusta imaginarme como un escritor retirado en medio del bosque…
No, ahora en serio. Cazando moscas.

Aitor Bertomeu

viernes, 28 de octubre de 2016

La sacudida


Un volcán se desploma y sepulta a tres mil personas mientras el huracán Mitch devasta Centroamérica. Un periodista vasco acude al lugar de la tragedia para hacer un reportaje y desentierra a un individuo sin identidad que agoniza entre los escombros. Pero el hombre a quien acaba de salvar la vida no es un completo desconocido. Pronto descubrirán que tienen muchas cosas en común: ambos se ocultan tras una identidad falsa y tienen numerosas muertes a sus espaldas. Y aún hay más: uno de ellos es un sicario que tiene la orden de matar a quien ahora se ha convertido en su compañero. Emprenderán un largo viaje por un escenario desolado, destruido por el Mitch, en el que deberán enfrentarse a sí mismos, descubrir quién es el otro y, finalmente, resolver el enigma final: ¿es esta una historia de víctimas y verdugos?
Siempre es un gustazo escuchar/leer a alguien que sabe de lo que habla/escribe. Se nota en la precisión, en la profusión de detalles y en la lucidez con la que aborda los acontecimientos. Fernando Goitia fue un periodista que estuvo cubriendo para algunos de los medios más importantes las consecuencias del feroz Huracán Mitch. Veinte años más tarde ha convertido sus recuerdos y sus vivencias en una novela que lleva por título La sacudida, publicada por Ediciones B, y en la que nos sitúa frente a la muerte y la destrucción, nos llena los ojos de escombros y nos obliga a reflexionar sobre la supervivencia y el valor de la vida. El autor construye un alter ego, un reportero curioso y decidido –¿acaso podría ser de otra forma?– que acude como testigo al lugar de la tragedia, pero un encuentro fortuito lo llevará por otros derroteros.
            Tiene esta novela una impronta que recuerda a una road movie, a uno de esos viajes iniciáticos en los que los protagonistas se salvan, se redimen, encuentran su otro yo. En este caso, La sacudida narra la historia de un reportero que salva a un desconocido sin saber que, este hecho, les transformará la vida a ambos: uno es un reportero con un pasado turbio; el otro, un ex guerrillero reconvertido en sicario. A raíz de este encuentro se inicia un viaje por una región devastada –no sólo exterior sino también interior– en el que se dialoga sobre las responsabilidades y el destino, sobre la culpa, la decepción y la búsqueda, sobre la supervivencia en el más amplio sentido. ¿Cuánto pesa el pasado en nuestras vidas? ¿Cómo influye nuestro entorno en nuestras decisiones? ¿Es posible huir de lo que hemos sido? Narrada en primera persona por los dos personajes principales, la trama se va armando como un puzle, y en ese paisaje global, vemos más muerte, más dolor y más desolación. ¿Es posible una salvación cuando casi todo está perdido?
            El estilo, y de eso es consciente el autor, está pulido, es potente y directo, seguramente herencia de sus labores periodística. Sabe cómo usar el lenguaje para crear tensión, para azuzar la intriga, aunque aquí todo está trabajado desde la lentitud. No hay prisas por contar, no apuesta por acciones vertiginosas en cada capítulo. Quizás la jerga latinoamericana obliga a estar más atento y ralentiza un poco la lectura, pero entiendo perfectamente que es un requerimiento de la historia. No os quiero engañar: La sacudida es una novela sobre la tragedia, pero la tragedia es un telón de fondo. Me explico: el huracán y sus efectos es parte del decorado porque la acción va por otro sitio y se adentra en otro terreno. No estaría por tanto dentro de las novelas de catástrofes, porque lo de fuera es sólo un elemento más para hablar de los fantasmas de dos personajes. Esta historia está concebida –o al menos así lo parece- como algo más profundo, y más intenso.

            La sacudida es eso: una novela sobre las sacudidas interiores, como símbolos de los temblores externos. Una historia creíble, compacta con un mensaje muy claro que al final lo importante es sobrevivir, a lo que sea. Aparecen la culpa, las malas decisiones y, sobre todo, la necesidad de redención. Fernando Goitia nos pone frente a la muerte y nos enseña que no sólo las catástrofes matan. Ahí lo dejo. Los reportajes que el autor escribió para El País sobre el paso del huracán Mitch en Nicaragua y que ahora inspiran esta novela fueron merecedores del premio Iberoamericano de Periodismo Lázaro Carreter.

martes, 18 de octubre de 2016

Los 65 errores más frecuentes del escritor


Los grandes relatos provienen también de la detección de los errores. De eso trata este libro. Habrás comprobado que no basta con tener buenas ideas y que lograr un texto atrapante depende también de varias cuestiones que se contemplan en este libro. La meta: un libro que los lectores se recomienden entre sí. Como dice Cyril Connolly: «Todo lo que no sea escribir para intentar una obra maestra es una pérdida de tiempo». Consulta tu problema y encontrarás el remedio entre estas páginas: «Noto que algo falla y no sé qué es.» «He llegado hasta aquí y no sé cómo continuar.» «No sé cómo redondear la idea brillante que se me ha ocurrido.» «Quiero sopesar posibilidades antes de ponerme a escribir.» «Quiero valorar todas las posibilidades tras el punto final.» Y muchos más.

Me los encuentro casi a diario: gente que dice que quiere escribir, que tiene una buena historia y que le gustaría contarla. Son médicos, arquitectos, camareros o alguno que se ha tomado dos cervezas de más. Después, me cuentan que confían en la inspiración, en las musas, en algo que vendrá de arriba y que les susurrará al oído. Y todo eso está muy bien –tener ganas es siempre un buen punto de partida–, pero en estos casos y por desgracia, la buena intención no es suficiente. Silvia Adela Kohan lo sabe bien y por eso lanza ahora, de la mano de Alba Editorial, una útil y clara guía para los profesionales y los aficionados titulada Los 65 errores más frecuentes del escritor, en el que, como filóloga, profesora de escritura y miembro de jurado de multitud de concursos literarios, recopila no sólo los batacazos más comunes (y más imperdonables) de la profesión, sino que da respuestas, pone ejercicios prácticos y ofrece fragmentos de libros conocidos para decirnos cómo se hace o, atención, cómo no. Esta lectura promete.
            Hay algo maravilloso en esta guía y es el respeto hacia la profesión del escritor, hacia la escritura en sí misma. La autora se lo toma en serio porque 'parir' un buen texto no depende (en exclusiva) de la suerte o de un fugaz momento de inspiración sino que debe estar respaldado por ciertas técnicas de escrituras que hará que nuestras historias brillen más y mejor, comuniquen más y mejor, atrapen más y mejor. Puede ser un caso parecido al de un aparejador que debe hacer cálculos para que los edificios se mantengan en pie. El escritor debe hace otro tipo de cálculos para que la estructura narrativa no se le venga abajo en las primeras cincuenta páginas. Silvia Adela Kohan no se deja nada en el tintero y, con una precisión indiscutible, habla desde los personajes a la trama, aconseja sobre los capítulos, y deja claros ciertos condicionantes para el protagonista, la estructura o el estilo. Y así aprendemos –y aquí recopilo sólo unos pocos ejemplos- cómo de construir personajes con aristas y con ciertas incoherencias, evitar decir lo obvio o dosificar bien la intriga; la autora recomienda quitar, pulir, sacar brillo, nos recuerda lo interesante que es cuando el villano dice algo que es cierto o nos da pistas para saber si una trama es endeble. Además, ¿sabéis que hay frases enfermas y comas comestibles, que tenemos que huir del empacho lingüístico o que los adjetivos nos tienden trampas? Y como éstas, muchas más, muchísimas más. Y todas imprescindibles.
            Es posiblemente la mejor guía con la que me he topado. En primer lugar, porque va dirigida a escritores y a gente con ciertas inquietudes literarias, es decir, se mete en el barro y muestra problemas concretos con soluciones concretas, no se queda en las generalidades ni en consejos superfluos. Además, trata a los lectores como profesiones y, como decían en aquella serie, "para triunfar hay que sudar", y la autora nos pone firmes, nos hace sudar, no tiene compasión. Descubriremos, con seguridad, detalles en los que no habíamos caído, comprenderemos mejor las vigas narrativas de cualquier novela y, encima, nos llevaremos un puñado de recomendaciones de libros que la autora pone como referente.
            Me atrevería a decir que Los 65 errores más frecuentes del escritor es una de las guías definitivas, sí, porque pone el foco en los errores, y nosotros abriremos de par en par los ojos, chasquearemos la lengua y diremos: "jopé, eso lo he hecho yo". Y tómenla en serio porque es la creadora del método del taller de escritura y porque sabe de lo que habla. Hay una parte de escribir que puede ser innata y que corresponde al talento, al oído o al currículum como lector, pero hay otra que depende exclusivamente del conocimiento que tengas y de las herramientas que manejes. Y aquí, Silvia Adela Kohan ofrece un kit de supervivencia imprescindible para los escritores. Leánla, reléanla, y tomen nota, porque –háganme caso- aquí hay consejos muy buenos. 

lunes, 17 de octubre de 2016

Conociendo a nuevos autores


¿Estaría usted dispuesto a hacerle la vida imposible a alguien con tal de ganar dinero? Vamos, vamos, no se ruborice querido lector porque el editor de libros Leo Blum sí que lo está. Blum se ha hecho de oro con su mejor autor, Marc Carmona, pero éste decide un día dejar de escribir porque se ha enamorado. Leo toma una decisión controvertida: tiene que destruir esa relación sentimental. Cuando lo consigue, el editor se da cuenta de un hecho asombroso: cuanto peor es la vida amorosa de Marc Carmona, éste escribe más y mejor. Así que si Leo quiere ganar dinero tendrá que hacer que el escritor siga soltero durante muchos años. Pero, ¿han intentado ustedes destruir una relación amorosa? No es fácil... ¿Lo conseguirá Leo?



Biografía Mario Reyes
Mario Reyes (Puerto de Sagunto, 1971) es un periodista freelance y escritor a tiempo parcial. Ha colaborado en los mejores medios de comunicación del país, y también con algunos de los peores.
Ganó el Premio de Investigación Periodística Raimon Barnils en 2008 con un reportaje sobre la influencia del nacionalsocialismo en la ciudad de Valencia durante la Segunda Guerra Mundial, y ha publicado varios relatos en diferentes antologías temáticas. Además, se han estrenado un par de obras de teatro suyas: “Yo, Groucho” y “Las cartas de Gloria”.
Su página web www.marioreyes.es reúne toda la información de las tonterías sobre las que escribe.

Puedes seguir todas las historias que comparte Mario en su perfil de Twitter, @MartiniSoler y en Facebook http://is.gd/kUobig

Respuestas

―¿Qué podemos encontrarnos en tu novela y a qué público va dirigida?
“El gran Leo” es una novela que puede leer cualquier tipo de persona, incluso los que no suelen hacerlo de manera habitual. La novela plantea una pregunta: ¿estás dispuesto a todo con tal de ganar dinero? A partir de esta premisa, el libro es un manual práctico de cómo fastidiarle la vida a un amigo/a para ganar más dinero. Pero como eso no pasa en la vida real (¿o sí que sucede?) “El gran Leo” es pura ficción que hará que el lector pase un buen rato leyéndola. Por cierto, ¿cuándo ha sido la última vez que te lo has pasado realmente bien leyendo un libro?

―¿Cómo se te ocurrió la idea de la trama?
A veces pienso que está “Basada en hechos reales” pero lamentablemente la realidad supera la ficción. La idea me vino a la cabeza como una pregunta: ¿Y si alguien ganara dinero gracias a mi sufrimiento? Después escogí la literatura como escenario aunque podría haber elegido el mundo de la música pop, por ejemplo. Creo que la historia habría funcionado igual de bien si  Leo, en vez de ser editor de libros hubiese sido manager musical o un ejecutivo de una discográfica.

―¿Uno o dos adjetivos que definan a tus protagonistas?
Leo es un apasionado de los libros y de las cajas registradoras. Adora la letra impresa y los billetes recién salidos de la fábrica. Y además le encanta utilizar a los autores que publica en su editorial para que le ayuden a realizar sus maléficos planes. Es malvado pero entrañable. Y su escritor bestseller, Marc Carmona, es idealista y enamoradizo, pero siempre encuentra un hueco para escribir.

―¿Qué crees que le falta a la literatura actual?
Se publica tanto hoy en día gracias a las nuevas tecnologías que creo que estamos ante una avalancha literaria. Creo que las webs y los blogs literarios tienen que hacer un primer filtrado de los textos que realmente merece la pena leer. Además, hace falta más diversidad de temas, porque hay vida más allá de la novela negra, romántica, e histórica. Y por supuesto, la literatura necesita una mayor sinergia con el sector audiovisual/tecnológico a todos los niveles para dar una mayor difusión a las historias que escriben los autores.

―¿Cómo te ves dentro de unos años?
Trabajando en un supermercado mientras le digo a un compañero/a en un descanso: “¿Sabes que una vez publiqué una novela?”  


viernes, 14 de octubre de 2016

Un monstruo viene a verme


Siete minutos después de la medianoche, Conor despierta y se encuentra un monstruo en la ventana. Pero no es el monstruo que él esperaba, el de la pesadilla que tiene casi todas las noches desde que su madre empezó el arduo e incansable tratamiento. No, este monstruo es algo diferente, antiguo... Y quiere lo más peligroso de todo: la verdad. Maliciosa, divertida y conmovedora, Un monstruo viene a verme nos habla de nuestra dificultad para aceptar la pérdida y de los lazos frágiles pero extraordinariamente poderosos que nos unen a la vida.

A estas alturas no creo que nadie siga ajeno a la existencia de Un monstruo viene a verme. La sobreexpuesta y machacona campaña de publicidad que ha puesto en marcha Mediaset de la película de Juan Antonio Bayona ha llegado a todos los huecos posibles y ha puesto el foco en el origen de esta historia, escrita por Patrick Ness y que ahora recupera Reservoir Books en una edición especial, de lujo, ilustrada y con material extra en el que se incluyen, por ejemplo, entrevistas con el autor, con la editora y con el ilustrador. Es lo que se llama tirar la casa por la ventana para hacer frente a la que se supone que será una de las modas más potentes de los próximos meses: la historia de Conor, el adolescente que, ante la enfermedad de la madre, empieza a tener encuentros con un árbol gigante que lo visita de noche y que, después de contarle una serie de historias, le pedirá la verdad. Su verdad. Y aunque en las redes sociales –es también complicado retirarse de su influjo, como del de la luna- hay cientos de mensajes que dicen que qué hartá de llorar, que qué drama, que hay cines en los que incluso regalan kleenex, lo cierto es que se trata de una historia que aborda de una forma mágica –la lucidez del autor es innegable- temas tan complejos como la enfermedad y la muerte, el poder de la esperanza y el bálsamo de la literatura y, sobre todo, de la complejidad del ser humano. Pero no nos pongamos serios.
            Un monstruo viene a verme fue concebida en un principio como una historia para el público infantil-juvenil y, como cualquier buena historia para niños y jóvenes, pueden leerla también los adultos. Lo cierto es que esta novela tiene el poder, la virtud y la fuerza para conmover al público de cualquier edad. Patrick Ness lo consigue a través de una sabia elección, la de abordar asuntos de peso a través de la sencillez y la fragilidad de un adolescente. De esta forma, encontramos ya en la sinopsis una combinación letal: un niño y la enfermedad de una madre, dos conceptos que no deberían ir juntos en la misma frase, y menos aún en la misma vida. A esto se le suma la frustración por no poder hacer nada, las burlas de sus compañeros y el proceso de victimización al que es sometido y, como única escapatoria, está el mundo de los sueños y de la literatura, donde el protagonista, Conor, tendrá que enfrentarse a sus propios miedos. Fíjense, un adolescente poniéndole palabras a lo que no puede ser nombrado, a lo que ningún oído quiere escuchar. Y el autor dibuja personajes que no son héroes sino que tienen su carisma en su debilidad, en su llanto, en que son dolorosamente humanos. Y aquí aplaudo a Patrick Ness por ese tratamiento tan respetuoso que hace de la enfermedad, de la muerte y de la rendición, porque hubiera sido muy fácil caer en ser empalagoso o cursi, en ser exageradamente dramático. Y nada de este ocurre, gracias a Dios, lo que lo hace más dramático y más devastador.
            Dicen, porque yo aún no la he visto, que la película de Bayona lo hace todo grandioso y que maneja a su antojo la estética, la música y la dirección de los actores. No lo dudo, pero no se dejen engañar: esta historia tiene la enjundia suficiente para desarmar sin la necesidad de grandes alardes cinematográficos porque apela a una de las cosas imprescindibles de cualquier ser humano: la relación madre e hijo, que es sagrada e irrompible. Y ante esa fortaleza, todos los adornos, aunque sean bienvenidos, sobran. La edición especial, de lujo e ilustrada que nos trae ahora Reservoir Books es un regalo, un producto literario pensado para durar, para leer y releer, para acercarse a la historia de otra forma y con otros datos. No sólo tenemos el texto ilustrado, con unos turbadores dibujos en blanco y negro, sino que conocemos los entresijos de la historia, cómo la autora original, la que quería hablar sobre el tejo, murió sin poder terminar –ni siquiera bosquejar- su historia, cómo la editora, en un homenaje, buscó a un autor, Patrick Ness, que se hiciera cargo del encargo y que le diera forma a este proyecto. Y cómo la vida, que es así de mágica, hace que todo cuadre para que tengamos esta historia.
            Tengan a sus madres cerca cuando lean Un monstruo viene a verme porque esta historia, después de haberla leído, nos empujará a confirmar que nuestros lazos con ella siguen siendo fuertes y únicos y eternos. Querremos abrazarla y decirle cuánto la queremos. Esta novela juega en todas las páginas con esa fantasía que todos hemos tenido alguna vez: que las madres sean inmortales, que estén siempre con nosotros, como un telón de fondo de toda nuestra vida. Y no, eso no es posible. Patrick Ness, el autor, ha conseguido armar una historia sencilla y absolutamente fascinante sobre el dolor y la pérdida, sobre la necesidad de sobrevivir a un golpe. Y ésta es una historia de las de verdad, de las que hacen una herida. Y si lloran, lloren con tranquilidad, noten el desahogo en el pecho, porque ¿hay algo más bonito que llorar con un libro? 

lunes, 10 de octubre de 2016

El minero


Enredado entre dos mujeres de caracteres totalmente opuestos, un joven tokiota de buena familia decide abandonar su ciudad natal y la comodidad de su hogar para poner fin a su vida de una manera heroica. Pero en su camino se cruza un misterioso anciano que le convencerá de que la mejor opción en la encrucijada en la que se encuentra es la de convertirse en minero. Aceptando esa suerte de muerte en vida y escoltado por dos peculiares compañeros de viaje, el protagonista emprenderá un arduo camino que supondrá una ruptura radical con toda su vida anterior. Con el delicado paisaje japonés de fondo, las reflexiones del muchacho sobre su propia identidad, sobre la versatilidad del carácter humano y sobre la sociedad que le rodea supondrán para él la piedra de toque que le hará entrar en la edad adulta.

El viaje, como excusa narrativa, es tan antiguo (y tan recurrente) como la literatura misma. Además, suele seguir siempre la misma fórmula: un protagonista que se mueve físicamente para moverse también psíquicamente; es decir, una transformación no sólo por fuera sino también por dentro, un cambio de paisaje exterior e interior. En estos casos, el personaje principal suele iniciar su travesía en busca de algo, con un propósito claro que, al final, lo lleva a encontrase con su nuevo yo. La novela El minero, del escritor japonés Natsume Soseki y publicada por la valiente editorial Impedimenta, nos presenta a un joven de diecinueve años que decide dejar su vida acomodada –y el amor de dos mujeres- para matarse. Sus planes cambiarán a medida que avanza y acabará trabajando en una mina: termina bajo tierra, pero vivo. Durante este viaje irá descubriendo una nueva identidad en la que caben la dejadez, el egoísmo, la apatía, la incoherencia. El protagonista visitará su región más oscura.
“En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra”. Esa cita, sacada del ensayo Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki (1933), está vinculada de una manera muy poderosa a El minero, porque esta novela de Soseki que se convierte, desde las primeras páginas, en un homenaje a la oscuridad. El protagonista inicia su viaje buscando la muerte (una muerte heroica, por supuesto), pero termina privado de luz, con los ojos cegados, en el interior de una mina donde trabajan otros diez mil hombres, monstruos todos ellos, considerados la escoria de la sociedad, los seres humanos que merecen estar aislados. El minero relata una bajada a los infiernos donde el hombre se encuentra con lo peor de sí mismo y lo peor de la sociedad, donde parece no haber escapatoria y donde salen a la superficie los fantasmas del ser humano: la apatía, la dejadez, el egoísmo, la mentira. Y todo esto sirve para moldear un nuevo personaje, para dotar al protagonista de una nueva personalidad, fruto del viaje y de la mina. Fruto de su encuentro con la oscuridad.
            El minero está narrado en primera persona; es casi en su totalidad un monólogo interior, combinado con exhaustivas descripciones del entorno. Aunque algunas críticas alertan de su prosa densa, a mí me ha parecido detallada, nada más. No la he vivido como una carga ni como un obstáculo porque uno entiende que lo importante no es la acción exterior –los hechos podrían resumirse en diez líneas- sino el agobio del personaje, que se contagia al lector, y la transformación que se va produciendo en el interior, cómo este joven inocente debe bajar a los infiernos y estar privado de la luz para aprender quién es, para descubrir su verdadera valentía.
            Tiene esta novela un rasgo característico no ya de la literatura japonesa sino de su idiosincrasia como pueblo: lo sagrado de la vida en sí misma. El protagonista sabe que las relaciones humanas son sagradas, que la muerte es sagrada, que la Naturaleza es sagrada. Y esta visión, este reverencial respeto por la existencia incluso en un suicida potencial, le da una dimensión diferente a la historia, una espiritualidad que se agradece porque no se aborda nada a la ligera, sino que se le da el valor, un peso específico dentro de la sociedad. Se habla también, como asunto preocupante, del individuo contra el colectivo, de las clases sociales, del sufrimiento buscado.
            El minero, esta novela que apenas llega a las 200 páginas, es una de las obras más reconocidas de Natsume Soseki por su capacidad para recorrer –con los brazos extendidos y los ojos cegados- las oscuridades del hombre; es una narración que se pasea continuamente entre la vida y la muerte, por la oscuridad y la luz, y en la que el autor se encarga de ir sacando las penalidades del protagonista. Es una obra profunda, intensa y dura, aparentamente estática, escrita como un monólogo y donde la acción es casi mínima porque la transformación se produce dentro, de una forma sutil. El minero narra una caída a los infiernos, y hasta eso, fíjense, es sagrado. Como decía Tanizaki, un auténtico elogio de la sombra. 

viernes, 7 de octubre de 2016

Lecturas de los rehenes


Un grupo terrorista toma como rehenes a unos turistas japoneses en un país extranjero. Después de una primera movilización de los medios de comunicación, pasa el tiempo y las negociaciones se vuelven más complicadas. La atención de la prensa internacional y de la opinión pública va decayendo y todo el mundo parece olvidar a los turistas secuestrados. Pasados los años, salen a la luz unas grabaciones de unas escuchas realizadas en la cabaña donde los terroristas habían recluido a sus víctimas. En ellas están recogidas las historias que cada uno de los rehenes escribió y, luego, leyó en voz alta a los demás: una idea que, en un primer momento, sirvió para combatir el tedio y el abatimiento, y que luego se convirtió en una manera para vencer el miedo a un futuro incierto explorando un pasado que llevaban en su interior y que nadie podría arrebatarles.

Es algo así como un flechazo. Uno ve el título, toma el libro en sus manos, lee la sinopsis y sabe que dentro hay una historia que debe conocer, a la que debe rendirse. Suena una campanilla. No sé cómo llamarlo, pero los síntomas son inequívocos: el pellizco en el estómago, el calor en la cara, la atracción inmediata. Así podría resumirse mi primera impresión con Lecturas de rehenes, escrito por la reconocida escritora Yoko Ogawa –autora de la espléndida La fórmula preferida del profesor- y publicada por la editorial Funambulista. El planteamiento es absolutamente conmovedor: nueve personas secuestradas (y a punto de morir) deciden contar en voz alta un momento concreto de sus vidas, a veces no especialmente trascendente, pero que los ha marcado de alguna manera. Y en los recuerdos que afloran están la presencia de la muerte, la magia por todas partes, las casualidades y los pequeños gestos. Porque la memoria es arbitraria, y graba a fuego la cara de un desconocido, el color de un paisaje o la luz de un día cualquiera.
            Lecturas de rehenes se mueve en un terreno interesantísimo y poco explorado, a medio camino entre la novela y el libro de relatos. Las historias que la componen son independientes, aunque es cierto que hay algo, un hilo invisible -en este caso, el prólogo-, que las unifica, que las conecta de alguna forma porque todas tienen algo en común: un canto a lo bonito de la vida. Sí, aquí están la ternura, los encuentros fortuitos y la muerte, siempre la muerte, la venidera, la antigua o la que nos atormenta, pero como contraposición a la magia, a la sorpresa. La vida es bella parecen decirnos estos rehenes que están a punto de morir y que han sido salvados en algún momento de su pasado por la casualidad. Tiene algo que recuerda a Las mil y una noches; quizás sea esa apuesta por la literatura, esa decisión de narrar la vida para escapar de la muerte, para perdurar. Lo que queda en la memoria siempre son las historias.
            Créanme: la virtud que tiene Yoko Ogawa para retratar lo cotidiano es mágica; su mirada parece domesticada para la ternura, para apreciar los gestos dulces, para identificar esa energía que une a las personas al azar. Tenemos, por ejemplo, la historia de esa joven que trabaja en una fábrica de galletas con forma de letras y que compone palabras con su vecina anciana, una mujer que persigue a un desconocido mientras se salva de la desazón, un ramo de flores que despertará los fantasmas de la muerte y del odio, una joven que se parece a varias abuelas difuntas: la imaginación de la autora es infinita y fascinante. Y encima es capaz de contarlo desde la dulzura, desde una contención estilística que busca a toda costa la belleza. Cada cuento, relatado en primera persona por cada uno de los protagonistas, es como dejarte ante una ventana abierta desde donde asoma un paisaje extraordinario. El prólogo, donde se contextualiza los cuentos, es absolutamente conmovedor, con la fuerza suficiente para colocarte en un estado de ánimo predeterminado: el de la necesidad de resumir tu vida en una historia.
            Lecturas de rehenes es el último testimonio de nueve personas que han sido secuestradas y que están a punto de morir a manos de sus captores. En este momento, deciden agarrarse a la literatura para salvarse: cuentan una historia, cuentan su historia. Jamás un ejercicio de memoria ha sido más emocionante, más tierno. Hablábamos antes de los flechazos y ahora hablo del carisma: de ése del que la autora dota sus libros, como un perfume que termina por envolverte. ¿Y ustedes, qué historia contarían antes de morir? ¿Qué recuerdo les sale a la superficie? Y no se olviden: la literatura contra la muerte y contra el miedo. La literatura, contra el olvido. La literatura como defensa de la magia y la belleza. La literatura y la vida, irremediablemente unidas. Siempre. Ah, lean a Yoko Ogawa. Léanla. 

miércoles, 5 de octubre de 2016

Las escuelas que cambian el mundo


Hay escuelas en España que están cambiando la educación. Escuelas que demuestran que otra forma de educar es posible. Escuelas que no están en Finlandia ni en Suecia; unas son públicas, otras rurales y algunas incluso están masificadas. Todas ellas son «Escuelas Changemaker» y están preparadas para liderar una verdadera transformación educativa. Son lugares que cuentan con alumnos, maestros corrientes, y padres cómplices detrás. Nos fijamos en escuelas de siete ciudades y pueblos de distintas comunidades autónomas que están luchando para que cada niño, niña y joven tenga la oportunidad de convertirse en un agente de cambio en la sociedad actual, y donde han comprendido que aprender a conservar nuestro entorno y construir un mundo mejor es tan innegociable como aprender a leer y escribir.

Algo se mueve en las escuelas. En alguna parte, cerca de nosotros, hay gente que transforma su descontento en ideas, que propone pequeños pasos con una dirección clara: hacer un mundo mejor, de habitantes más felices y con herramientas más útiles. ¿Más útiles para qué? Para la vida, para el presente. No es nuevo, lleva años extendiéndose la sospecha de que la educación actual no da respuestas a aspectos fundamentales en el crecimiento intelectual y emocional del niño, y cada vez son más los profesores que deciden capitanear este cambio, buscar soluciones y, sobre todo, ponerlas en práctica. César Bona es uno de estos maestros inconformistas y esperanzados, que ahora publica de la mano de Plaza & Janés Las escuelas que cambian el mundo, una inspiradora ruta por siete centros españoles que están entendiendo la educación de forma diferente: investigan, experimentan, escuchan las necesidades de sus alumnos y las atienden. Este libro nos permite acercarnos al futuro, conocer las escuelas del mañana. ¿Cómo son? ¿Dónde están? ¿Qué hacen? Lean.
            César Bona dice: “El fracaso escolar siempre es culpa del sistema y de los profesores, no de los niños”. Recuerdo, y seguro que ustedes también tienen algún caso cerca, al hijo de una amiga que, antes de acostarse, siempre les preguntaba a sus padres si al día siguiente tendría que ir al cole. Cuando le decían que sí, se agarraba un berrinche del que le costaba reponerse. Y esto un problema, un problemón. Y aquí está el primer (y gran) objetivo de estas escuelas pioneras y visionarias que se han propuesto hacer de la enseñanza algo diferente: que el niño tiene que ir feliz al colegio porque se le debe garantizar que juegue, que se relacione, que aprenda y que se potencien sus talentos. Cada alumno debe sentirse querido y respetado. Porque algo deja claro César Bona antes de recopilar y exponernos las experiencias educativas: que lo principal es el niño, no llenarlo de exámenes ni criarlo en la competitividad o en el pensamiento único sino velar por su bienestar, enseñarle a entender el mundo y estimular su curiosidad para que aprenda, para que asimile que él tiene la capacidad para solventar cualquier problema que se le presente. Hacer del niño una persona con recursos.
            ¿Qué tendrían en común estas escuelas modernas, estos profesores que apuestan por otros esquemas educativos? (Diré sólo unas pocas características, para no destripar el libro). Pues que todos van más allá de los objetivos curriculares y se preocupan del bienestar del niño, de buscar la armonía entre él, sus compañeros y el entorno. Fíjense, ya hay centros que dejan que los niños establezcan sus propias normas –es una forma de que los pequeños sientan que la escuela les pertenece-, que los enseñan a gestionar las emociones, a solucionar las discrepancias, a respetar las diferencias, a que cultiven su interés por lo que les rodea, a buscar soluciones a los obstáculos que se les presentan... ¡Ya hay centros que hacen esto! Y realmente, hay experimentos curiosísimos como clases con tres profesores, asambleas con alumnos de diferentes edades para abordar los problemas del centro, actividades solidarias impulsadas por los propios niños, como visitas al asilo o tareas de reciclaje, chavales que se autoevalúan en curiosidad, en emociones,... En definitiva, en las escuelas hay niños sanos, resolutivos y respetuosos que están aprendiendo a ser adultos sanos, resolutivos y respetuosos. Además, César Bona lo cuenta desde la sencillez, desde la cercanía, con los puntos de vista de los alumnos, de los profesores y de los propios padres.
            Cualquier ataque se viene abajo cuando los protagonistas, en este caso los niños, dicen que son felices. ¿Quién se atreve a corregirlos? Las escuelas que cambian el mundo es una esperanza para los que estamos convencidos de que el sistema educativo se ha quedado anticuado y necesita una revolución, que debe hacerse cargo de las necesidades de los nuevos niños. César Bona sabe cómo inspirarnos, cómo hacernos ver que se pueden hacer las cosas mejor. Necesitamos gente como él, con sus ideas y su arrojo. Es hora de enseñar a los niños no a competir sino a colaborar para hacer un mundo más feliz, más justo, más amable. Y los niños serán los responsables porque la escuela, ¡qué bonito!, puede (y debe) cambiar la sociedad. Una lectura imprescindible para los padres, para los maestros y para cualquiera que se preocupe por la educación.

martes, 27 de septiembre de 2016

Quizá


Clarissa tiene once años; es una estudiante ejemplar y una buena hija, pero no le gusta relacionarse con otras personas, es muy solitaria. Un buen día, su primo Arthur, de dieciocho años, a quien apenas conoce, llega a su casa. Arthur es un chico problemático que ha intentado suicidarse, ha estado ingresado en un hospital y ahora acude a la gran ciudad para pasar el curso con sus tíos y su prima. El chico odia estudiar y le encanta salir con sus amigos. A su manera un tanto disfuncional, Arthur sentirá una creciente compasión por Clarissa y pasará a ser el único que la comprende. Ambos comparten la misma soledad, quizá a causa del miedo a perderse, a disolverse, a pasar desapercibidos ante el resto del mundo.

Llega un momento en la vida, en la de todos, en la que el mundo se divide sólo en dos grupos: los que son mayores que tú y los más pequeños, como si ésa fuera la única distinción posible. Los más viejos, los más jóvenes. Es por eso que uno –o sea, yo- abre la boca y pone los ojos redondos cuando ve que la autora de Quizá, la novela publicada por la editorial Siruela en su colección Nuevos Tiempos, tiene veinticinco años. Sí, veinticinco. Luisa Geisler, que ya ha sido seleccionada como una de las mejores narradoras brasileñas jóvenes, se mete en asuntos tan complicados como la soledad (crónica), la incomunicación (crónica) y la tristeza (crónica), todas en el ámbito de lo doméstico, en las frágiles relaciones familiares. Y os lo reconozco, me pongo alerta ante tanta juventud, entre la sorpresa y la incredulidad, entre la fascinación y el rechazo. Son prejuicios, o envidias. O quizá un poco de cada uno.
            Quizá se sustenta en la relación de Clarissa y Arthur. Ella es una niña brillante, estudiosa y casi olvidada, que se entretiene como puede y que parece haberse acostumbrado a la ausencia de sus padres, que trabajan todos los días a todas horas; su mundo es un rincón y un gato. Él es un joven rebelde y descuidado, que huele a alcohol y a tabaco, con ganas de romper los moldes, de explorar, de experimentar y de desobedecer, que además viene precedido por ciertas circunstancias graves; tiene dilataciones en las orejas, lo persigue el abandono. El encuentro entre los dos protagonistas no será fácil, o pasará por baches, pero servirá para redimirlos a los dos, para que descubran un espacio más sereno, más pleno y más feliz del que habían conocido. Estas dos almas solitarias se reconocerán en sus tristezas y emprenderán, al compás, un re-conocimiento del mundo, de la familia y de las relaciones personales. Alrededor de esta amistad orbitan otros personajes, secundarios, pero grises, sumidos cada uno en su propia mediocridad, haciendo de la vida un teatro aburrido.
            Hay en toda la novela –quizá eso lo da la juventud- una búsqueda, una necesidad continua de innovar. Se ve en la estructura –capítulos cortos, sin orden cronológico, a veces compuestos sólo por una frase o un número-, en la prosa –recurre muy a menudo a las repeticiones, como la descripción de la televisión- y hasta en los diálogos, que tienen a la profundidad. Se nota un interés por encontrar su propia voz, por diferenciarse del resto y por hacer algo original. Lo consigue, sí, de eso no hay dudas, aunque creo que la historia era lo suficientemente potente como para centrar al lector en la trama. La estructura, al principio, puede descolocar. Eso no quita que Luisa Geisler se revela ya, con veinticinco años, en una narradora con las ideas muy claras, con una pluma solvente. Lean por ejemplo: “Si quieren que te escuchen, tienes que ponerte una máscara” o “Algún día –ella me miraba, yo sabía que iba a llorar-, algún día vas a echar de menos hoy”.
            Quizá, de Siruela, es la mirada de una escritora joven sobre el inescrutable y enrevesado mundo de las relaciones humanas. Y ojo, no lo digo como un defecto: la mirada joven le da frescura, le da espontaneidad y cierta peculiaridad. Luisa Geisler, la autora, nos mete en la una familia donde nada parece lo que es, donde todos los miembros luchan por sobrevivir y por hacer lo único que saben: intentar ser felices a toda costa. Están muy bien conseguidos los matices en esa relación de los dos jóvenes, esa pesadez ante el mundo –desde tan pequeños-, esa necesidad imperiosa de ser salvados. Como tú, como yo. 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Muestra mi cabeza al pueblo


1793, la Revolución convulsiona París; la guillotina se ha convertido en protagonista. Son los años del Terror. Danton es llevado al cadalso; los Girondinos celebran su última cena en la Conciergerie; María Antonieta en su celda ansía otro final; Charlotte Corday va a pagar por el asesinato de Marat y Adam Lux, enamorado, será condenado por la vehemente defensa pública que hace de la joven… La cuchilla espera a Robespierre, al marqués de Lantenac, al poeta André Chénier y a Lavoisier, el más grande genio francés del siglo. Vivimos con ellos los días, los momentos, previos a que su cabeza caiga en el cesto del verdugo y sea mostrada al pueblo.

Siempre estaré en deuda con Cabaret Voltaire, y no sólo por seguir demostrando con cada elección una línea editorial sólida, original y coherente sino por haber rescatado la obra del que, a día de hoy, es uno de mis autores predilectos: Agustín Gómez Arcos (ya os hablaré de él cualquier día, porque tengo una misión personal: que todos lo conozcáis, que el mundo entero se rinda a su talento). Cabaret Voltaire tiene autoridad en esto de la literatura, sí, cualquier título que venga respaldado por este sello tiene a priori mi interés, llama mi atención. Y ya les he contado el motivo: un catálogo de escritores imprescindibles. Pues bien, con Muestra mi cabeza al pueblo lo vuelve a hacer, se coloca otra medalla en la pechera. Esta obra, del joven François-Henri Désérable y que viene respaldada por notables premios en Francia, nos lleva hasta la época de la Revolución Francesa –finales del dieciocho, principios del diecinueve- para hablarnos a todas horas de la muerte y de la guillotina, para enseñarlos la cojera de una justicia que da palos de ciego, para hacernos reflexionar sobre el peaje que exigen ciertas libertades. Bienvenidos, todos, a los años del Terror.
            Como rezan las últimas líneas de Muestra mi cabeza al pueblo, la leyenda –o sea, la ficción, lo literario- triunfa a veces sobre la Historia, y esta novela es una buena prueba de ello. François-Henri Désérable se hace fuerte en este subgénero de la novela histórica al presentarnos esta estimulante mezcla de hechos y fábulas, un extravagante paseo entre lo real y lo onírico gracias a estos diez relatos que componen la obra y que están conectados por el mismo escenario, el cadalso, y por el mismo color –rojo, rojas las manos de los verdugos y rojos los cuellos de los ajusticiados-. Los protagonistas son todos víctimas del Terror Revolucionario. Y aquí reside uno de los grandes logros del autor, que es el de llevarnos de la mano hasta la guillotina y dejarnos oler la muerte para hacernos reflexionar sobre los sacrificios de la República. ¿Compensa matar a algunos inocentes por el bien del pueblo, por el bien de la Historia? Parece que sí. Aquí, en estas páginas, está la muerte como final único y elevado; pero en cada historia, un ánimo, un pretexto, un miedo. Y nos damos cuenta de que, al igual que en la vida, en la muerte cabe todo: el deseo y las pulsiones sexuales, la traición y el amor, la literatura y el arte, los miedos, la valentía y los rencores. Morir por una causa es vivir para siempre. Muestra mi cabeza al pueblo resuena en este siglo veintiuno, en la era de las libertades, y nos recuerda que hay cosas que no han cambiado demasiado: que la democracia o la república exige un peaje, controlar (y silenciar) a ciertos elementos insurgentes.
            Dejemos, pues, que el autor nos haga de guía y nos narre escenas concretas de Robespierre, Danton, María Antonieta o Charlotte Corday, entre otros; y escuchémoslo, con ese estilo seco, pulcro y comedidamente poético, haciendo gala de una indiscutible habilidad para contagiarnos del ambiente, para llevarnos más allá de lo que se ve. Una prosa de una madurez inaudita, de innumerables dobleces, sugerente a veces; la Historia contada como pequeñas historias. Y todo para hacernos meditar sobre el individuo y la comunidad, sobre las libertades, sobre el terror, sobre las manos manchadas de sangre. El ser humano no es bueno por Naturaleza. El pueblo, tampoco. ¡Qué bien documentada está! Lean este párrafo, porque parece el inicio de todo: “La historia de Francia llevaba estática un milenio: los hijos de los reyes se convertían en reyes; los de los señores, en señores; los de los criados y vasallos que no morían de niños, en criados y vasallos. Y, en apenas unos meses, cansado de inclinarse bajo el yugo señorial hacia un suelo del que no probaba los frutos, el pueblo levantó la cabeza y descubrió las virtudes de la igualdad”. Y al final, una certeza: que las Revoluciones nunca son modélicas.
            Muestra mi cabeza al pueblo, título tomado de las últimas palabras de Dalton, es una atípica novela sobre las sombras de la igualdad, sobre esas libertades que brillaban sobre el papel, pero que parecían imperfectas en la práctica. Y con sutileza –porque ciertos temas exigen ser sutil-, el joven escritor francés Désérable fija su mirada en la guillotina y demuestra con holgura su don para ir más allá de los hechos, para insinuar más que mostrar. Su palabra, como un pozo hondo, a veces oscuro. Los diez relatos que componen esta obra tienen como cimiento la muerte, una muerte que nos presenta con las manos llenas, de significados, de razones. Después de leerlo, lo único que puedo decir es: Muestra este libro al pueblo. 

martes, 20 de septiembre de 2016

El amor del revés


El amor del revés es la autobiografía sentimental de un muchacho que, al llegar a la adolescencia, descubre que su corazón está podrido por una enfermedad maligna: la homosexualidad: «En 1977, a los quince años de edad, cuando tuve la certeza definitiva de que era homosexual, me juré a mí mismo, aterrado, que nadie lo sabría nunca. Como la de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, fue una promesa solemne. En 2006, sin embargo, me casé con un hombre en una ceremonia civil ante ciento cincuenta invitados, entre los que estaban mis amigos de la infancia, mis compañeros de estudios, mis colegas de trabajo y toda mi familia. En esos veintinueve años que habían transcurrido entre una fecha y otra, yo había sufrido una metamorfosis inversa a la de Gregorio Samsa: había dejado de ser una cucaracha y me había ido convirtiendo poco a poco en un ser humano.»  
Tengo aún el libro entre las manos. Termino de leer atribulado, entre el rubor y el sofoco, después de verle las entrañas a Luisgé Martín, después de haber asistido a esa descarnada confesión erótico-sentimental que es El amor del revés, publicada por Anagrama, y en la que aborda su proceso de aceptación de la homosexualidad. Quizás no estamos acostumbrados a que nos hablen de las cosas importantes con tanta claridad, o a conocer los demonios del otro, sus tribulaciones y sus desvelos. Quizás aún nos pesan demasiado los complejos y las vergüenzas, o simplemente nos resultan infrecuentes estos ejercicios concienzudos de honestidad. Les reconozco que a veces, durante la lectura, apartaba la mirada, como si estuviera fisgoneando en su diario, como si me empeñara en escuchar una conversación privada en la mesa de al lado. Es el pudor que dan los asuntos graves de los otros, la tensión que produce acercarse a la intimidad ajena.
            En esto tan actual de las ficciones del yo, Luisgé Martín compone su propia identidad a través de un protagonista que se convence de su minusvalía a raíz del descubrimiento de su atracción por los hombres: se atrinchera en el silencio y se margina de la sociedad, se resiste a todas horas. El origen de todos los males, el inicio del caos. Es una autobiografía emocional a partir de la propia gestión de sus deseos. El libro, como revela la sinopsis, recorre desde los quince a los treinta y seis años aproximadamente; el trayecto que abarca su lenta transformación de atormentado a sereno, de sufridor a satisfecho, de cucaracha a hombre, en clara referencia a La metamorfosis, de Kafka. Y ahí, en esas páginas, está todo, nada parece ocultarse: sus pulsiones incontrolables, sus incendios invisibles, sus primeros escarceos, sus muchos rechazos y sus muchos enamoramientos; su bajada a los infiernos, sus locuras por amor, sus locuras por desamor, sus intentos por zafarse de la tentación, sus fugaces visiones de la felicidad y su búsqueda de la pareja. El autor hace con esta obra un ejercicio de exposición con el que, posiblemente, culmina esa aceptación de su homosexualidad. Fíjense: la literatura como parte del proceso vital, la narración como forma de congraciarse con su yo. La palabra escrita, en todos sitios, por todas partes, como herramienta para entender y ordenar la propia vida.
Tomando la premisa de Michel Leiris de que en el sexo se sustenta la personalidad, como una viga maestra del carácter, el autor hace un repaso a su historia íntima que también puede entenderse como un recorrido a vista de pájaro por una España que se despereza lentamente tras la Dictadura para abrirse a otro paisaje, a otras libertades. Luisgé Martin, ¡qué generoso!, nos permite visitar sus rincones más oscuros, abrir todos los cajones y hasta hurgar en su basura. Puede ser el morbo, la curiosidad o sólo las ganas de que acabe bien y de que el yo literario pregone su felicidad, pero El amor del revés se lee –o se puede leer- como una autobiografía, como novela de amor y de romances, como un libro de aventuras, como uno de superación. Todo cabe y todo se disfruta. Y además, por el camino conocemos también algunos de sus referentes literarios, como el libro Las horas, de Michael Cunningham, y esa carta de Virginia Woolf que todos los enamorados hemos soñado con escribir alguna vez –“Si alguien podía haberme salvado, ése eras tú”-, Muerte en Venecia, de Thomas Mann, o algún poema del lúcido Karmelo C. Iribarren. Y por supuesto, la onmipresente metamorfosis de Kafka.
La prosa de Luisgé Martín –bendecido desde siempre con el don de la musicalidad- se ancla en esa extraña región que hay entre la ternura y la dureza, entre lo bruto y lo dulce, entre lo salvaje y lo doméstico. Su estilo, estimulante, sagaz, me recuerda a las telas tornasoladas, porque parece siempre a punto de ser otra cosa, de mutar, de convertirse en algo móvil, como un pájaro al que se le ha dejado la jaula abierta. El autor, con una clara tendencia a lo poético y a la belleza, deja que escuchemos el pulso que late bajo la historia. Una vida, cualquier vida, parece más bonita si la cuenta Luisgé Martín.
         Leer El amor del revés ha sido casi un ejercicio físico. He sudado, me he ruborizado, se me ha desbocado el corazón. He terminado deliciosamente agotado, tendido en la cama –las manos bajo la nuca– pensando en el autor, sintiendo una extraña conexión, una comprensión silenciosa, lleno de preguntas. Quizás es que todos amamos parecido. La literatura, a veces, tiene este poder, el de desestabilizarte, el de provocarte un ligero vértigo o un bostezo dentro del pecho. No sé a qué se debe, sólo sé quién es el causante: Luisgé Martín. Y le doy las gracias, por la valentía, por la música y el talento, por comprometerse. Como pasa con los amores locos, uno podría dejarlo todo aparcado y, en esta ocasión, dedicarse sólo a leer. A leer El amor del revés.



sábado, 17 de septiembre de 2016

Me llamo Lucy Barton


En una habitación de hospital en pleno centro de Manhattan, delante del iluminado edificio Chrysler, cuyo perfil se recorta al otro lado de la ventana, dos mujeres hablan sin descanso durante cinco días y cinco noches. Hace muchos años que no se ven, pero el flujo de su conversación parece capaz de detener el tiempo y silenciar el ruido ensordecedor de todo lo que no se dice. En esa habitación de hospital, durante cinco días y cinco noches, las dos mujeres son en realidad algo muy antiguo, peligroso e intenso: una madre y una hija que recuerdan lo mucho que se aman.

Una habitación de hospital, dos mujeres y un abismo; poco más necesita la observadora escritora norteamericana Elizabeth Strout para retratar las laberínticas relaciones entre padres e hijos, para hablar de la jaula de la infancia y de eso tan terrible de querer estar siempre a la altura. ¿A la altura de qué? De lo que nos exigen los demás, la sociedad. Y así ocurre en Me llamo Lucy Barton, la última novela de la autora, publicada de forma exquisita por Duomo Nefelibata y donde todo es desconcertante y turbador, de un desasosiego silencioso, como la que debe sentir una presa que se sabe en peligro. La historia es, grosso modo, la siguiente: la joven Lucy, de unos treinta y tantos años, está ingresada en el hospital, sola. Su madre, a la que no ve desde hace tiempo, llega por sorpresa y la cuida durante unos días. Esas dos mujeres, sin confianza y con los afectos dormidos, intentan entenderse, buscar lo que tienen en común, justo como dos personas sordas que, en mitad de una habitación completamente oscura, intentan encontrarse con los brazos extendidos, tanteándolo todo, para saber que están acompañadas.
            Los niños, todos los niños, tienen una relación peculiar con los padres: crecemos y conformamos nuestro carácter por imitación o por rechazo. Y Lucy rechaza lo que ha sido porque los otros la marginan continuamente. Le han reprochado que era pobre, que era poco elegante, que era demasiado delgada, que no sabía nada. Y eso la tiene perdida. Ella, que creía que lo valioso era la sustancia, la valentía, se da cuenta de que no, de que los demás sólo quieren que encajemos en sus moldes. Fíjense, por ejemplo, en una conversación con la madre. Hablan de algo cutre, y ella, Lucy, le dice: “Eso es de gentuza”. Y su madre le responde: “Es que éramos gentuza”. Y esto marca su angustia, porque es de lo que ha intentado huir siempre. Nada parece especial en su vida, ni siquiera lo que debería ser sagrado: los afectos. Y Elizabeth Strout hace una radiografía magistral –sí, magistral- de ese vacío, de esa necesidad de agarrarse a algo, de la certeza de no poder cambiar lo que somos ni lo que hemos vivido. “Mamá, tú me quieres”. “Oh, vamos, Lucy, déjalo ya”. “Pero mamá, ¿tú me quieres?” “Cállate, no sigas con esas tonterías”.
            La prosa está al servicio del desasosiego. La protagonista, Lucy, que es a la vez narradora, es la encargada de contar su historia. Y es brutal el estilo, un estilo en apariencia descuidado, con repeticiones continuas y a veces caótico –a propósito-, pero que define muy bien al personaje, absorbente, hipnótico. ¡Qué pericia la de la autora de hacer que la palabra subraye la desesperanza! Lucy, que parece andar toda su vida sobre arenas movedizas, se siente apartada de su familia, de su marido –que apenas va a verla al hospital- y de sus hijas. La literatura parece salvarla, sólo eso. Recordar la hace feliz. Sentirse acompañada la hace feliz. Y presten atención a esas escenas metaliterarias con las que va trufando su historia: Lucy quiere escribir, y para conseguirlo, asiste a unas clases con la frágil novelista Sarah Payle, en las que decide escribir la novela que estamos leyendo y en la que asistimos a reflexiones tan estimulantes como éstas: “Todos tenemos una historia, una única historia que contamos continuamente”. Así resume la novelista la historia que estamos leyendo: “Es la historia de una madre que quiere a su hija. De una manera imperfecta, porque todos amamos de una manera imperfecta. Pero si mientras escribes esta novela te das cuenta de que estás protegiendo a alguien, recuerda una cosa: que no lo estás haciendo bien”. ¿No es maravilloso?
            Me llamo Lucy es la nueva novela de la autora de la genial Olive Kitteridge, Elizabeth Strout, que se revela como una gran observadora, como una gran retratista de los vacíos humanos, de las caídas libres. Ella es una maga, que puede mostrar y eludir, que sabe enseñar y ocultar, que habla y calla, todo por la historia y sus personajes. Lucy y la madre son, ella mismas, todas las hijas y todas las madres del mundo que construyen su amor sobre las decepciones y los engaños, sobre las tristezas; el problema es que su amor, el de las protagonistas, es frágil y rencoroso, volátil como la ceniza de un cigarro. Como ella dice en la novela, escribir es dar a conocer la condición humana, y Strout lo hace. Y de qué forma. A pesar de todo, nos regala la esperanza, nos invita a amar nuestra infancia. La novela te deja con un peso en el estómago, con las ganas de gritarle a tu madre: “Mamá, ¿tú me quieres?”. 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Una voz escondida


Basándose en el caso real de un niño que no habló hasta cumplir los siete años, Parinoush Saniee toma el pulso a la sociedad de su país con una historia en la que el silencio cobra la fuerza de un grito de protesta. A Shahab le encanta mirar cómo brilla la luna en el cielo nocturno, silenciosa, como él, que nunca ha pronunciado una palabra. No se trata de una enfermedad, no es mudo, sencillamente ha decidido que el momento de hablar aún no ha llegado. Cómo es natural, todo el mundo lo considera un niño problemático, incluso menos espabilado que los demás chicos de su edad, y cuando la burla y la animadversión hacen acto de presencia, su padre, Naser, no encuentra ni el tiempo ni las ganas de defender a su hijo ni de entender su mutismo. Así pues, Shahab se encierra en un universo propio del que intentará rescatarlo su madre, Mariam, la única que cree en él, una mujer culta y educada que conoce de primera mano los daños que la incomprensión y la indiferencia pueden infligir a una persona. Día tras día, Shahab irá descubriendo que a veces el camino que lleva al corazón de la gente es largo y tortuoso, pero que, a la postre, la verdad siempre encuentra una forma de quitarse la mordaza y hacer oír su voz.

Que no lo veas no quiere decir que no exista. Que no lo oigas no quiere decir que no esté sonando un grito de socorro. Nunca los silencios fueron tan elocuentes ni tuvieron tanto fondo –y tantas aristas- como los que muestra la escritora iraní Parinoush Saniee en su última novela, Una voz escondida, que publica Salamandra y en la que, con su dulzura habitual, se adentra en el drama familiar que supone el mutismo de un niño. Un cataclismo silencioso, un hogar sobre arenas movedizas. El pequeño Shahab tiene edad para nombrar el mundo con palabras, pero ha elegido no hablar, no comunicarse, lo que provoca las sospechas de sus parientes: “¿Será tonto?” “¿Será retrasado?” “¿Será imbécil?”. El entorno, sobre todo el padre, lo desprecia, se burla. Y aquí se abre el cisma, nos acercamos al abismo. La decisión del niño y la desesperación de los otros sirven para retratar las complejas relaciones paterno-filiales, para reflexionar sobre las expectativas que volcamos en los demás y para homenajear la palabra a través del silencio. He aquí la censura, lo que uno prefiere callarse. Y en esta casa, dentro de estos muros, se entiende y se reconoce a todo un país, Irán.
            La infancia es un estribillo, algo que nos acompaña a lo largo de la vida y que suena cuando menos nos lo esperamos. Parinoush Saniee sabe lo que tiene entre manos y por eso nos presenta a un protagonista-niño atrincherado en el silencio, pero que observa y que escucha, y en el que se manifiestan emociones que debieran ser de adultos, como el rechazo, el odio y, sobre todo, la venganza. Con Una voz escondida asistimos a un viaje hacia la pérdida de la inocencia, una bajada a los infiernos. La maldad, la crueldad y la ira conviven con la inocencia, con la necesidad de afecto y con los juegos. La mezcla es explosiva, absolutamente aterradora. Además, es el niño el que cuenta en primera persona -con breves intervenciones de la madre- su particular concepción de la familia y de su entorno. ¿Quién no se estremecería al ver a un chaval de cinco años que busca el mal, el sufrimiento y a veces la muerte de los otros? Así de cruel es la venganza. Y uno de los grandes aciertos de la autora es que huye del maniqueísmo. Todos los personajes tienen sus razones para actuar como lo hacen. Todos están llenos de frustraciones y de esperanzas, de duros silencios. Al final, son víctimas. ¿De qué? De algo más grande que ellos.
            La autora, que tras la muerte de su marido dijo haberse quedado sin voz, es capaz de narrar con sencillez y contundencia las grietas de una familia, los incendios interiores, y las regiones del silencio. Porque los silencios en Una voz escondida se parecen a los de una bestia antes de abalanzarse sobre su presa. Y ésa es la sensación que tenemos durante toda la lectura, la del conflicto latente, la de la proximidad de la tragedia. Callar no siempre significa cruzarse de brazos, callar no equivale a resignarse. 
            Parinoush Saniee, que se hizo conocidísima con El libro de mi destino, también publicada por Salamandra y que es la obra más traducida de un autor persa vivo, ha conseguido armar una novela sin grandes acontecimientos. Todo lo terrible ocurre anclado en la cotidianidad, en el ámbito de lo doméstico. Como una catástrofe sin catástrofes. Ayudándose de una prosa pulida al máximo y sin grandes alardes estilísticos –quizás por la elección del narrador, un niño-, nos vuelve a acercar a un país en el que se sigue matando por honor, en el que se siguen condenando a las mujeres a las tareas del hogar y en el que que se le prefiere dar la voz y el voto a los hombres. Pero no lo hace de forma burda. Su trazo es fino, ella se mueve muy bien en el terreno de lo sutil. Y la historia rueda, rueda sin apenas motor –el conflicto es casi toda la obra el mismo: el mutismo del protagonista-, y desemboca en un final asombroso. El último párrafo le da una dimensión nueva a la novela, a lo leído.
          Una voz escondida habla de lo que no se dice, de los pilares que sustentan el silencio: el miedo, la venganza, el dolor. Y el mutismo de este protagonista no es inocente -¿alguno lo es?- sino que se revela como una estrategia y una protesta, como su lugar en la casa y en su mundo, como su cruel venganza. Parinoush Saniee construye una historia íntima para mostrarnos una terrible relación padre-hijo, porque hay silencios que son un hueco en el pecho, una declaración de guerra. La ira de un niño parece mucho más que ira. Y la autora, además, es capaz de contarlo con ternura. De vellos de punta.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Cómo abrazar a un erizo


Igual que los erizos utilizan púas para protegerse, los adolescentes cuentan con sus propias defensas —un atuendo agresivo, una actitud provocadora— para preservar una identidad aún incipiente. Sin embargo, aunque a veces parezca lo contrario, los adolescentes necesitan y agradecen unas relaciones amorosas y positivas con sus padres y otros adultos de su entorno. ¿Cómo descifrar sus códigos y vencer sus barreras? ¿Cómo ganarnos su confianza y mantener los canales abiertos? En suma, ¿cómo abrazarlos a pesar de los pinchos? Con pequeñas historias y doce principios pensados para fomentar la comunicación, la confianza y la autoestima de nuestros hijos, Brad Wilcox y Jerrick Robbins han creado un manual que explora los grandes temas de la educación adolescente: desde pistas para interpretar sus emociones o ideas para poner límites hasta sugerencias para hablar de sexo o para abordar temas como el alcohol, el tabaco y demás. Además, cada capítulo incluye propuestas concretas para abrir puertas, derribar muros y vencer miedos. 

Hace unos años se puso de moda eso de tener un erizo como mascota. De hecho, yo estuve a punto de hacerme con uno. Estos animalillos son monos, no dan ruido (ni ladran en mitad de la noche) y además, le otorgan al dueño un plus de originalidad y extravagancia. Pero hay muchos más erizos de los que nos pensamos. Los expertos Brad Wilcox y Jerrick Robbins utilizan este símil, el del erizo, para hablar de la adolescencia, de esa época en la que los chavales se alejan, se callan y parecen hastiarse del mundo y, sobre todo, de los adultos. Les suena, ¿verdad? Bajo el sugerente título de Cómo abrazar a un erizo, publicado por Urano, los autores nos proponen un estudio, que es también una guía práctica y un manual de comportamiento, donde dan claves para tener una relación sana y positiva con ellos, a pesar de sus púas. El planteamiento es muy interesante porque aborda sin complejos esta etapa y establece, desde el principio, un gran pilar: los adolescentes, a pesar de sus malas formas, anhelan la conexión con los mayores y agradecen las relaciones positivas. Entonces, ¿qué debemos hacer los adultos para charlar con ellos sin terminar enfadados, para que confíen en nosotros, para ser parte de su mundo? Pues, lo primero, y en cantidades industriales, paciencia –hay que dejar que el erizo nos huela y se acostumbre a nosotros-, estar receptivo para propiciar el acercamiento y actuar desde el cariño, la comprensión y la escucha afectiva. Vayamos por partes.
            Se nota, ya desde las primeras páginas, que los autores han tratado con adolescentes. Se ve en la forma que los definen, en la lucidez para identificar sus problemas y en cómo plantean las soluciones útiles. Se habla, y sólo daré un par de claves para no destripar el libro, de saber leer las necesidades no expresadas de los jóvenes, de establecer límites y hacer cumplir la autoridad, de escucharlos con atención, de restringir la tecnología –por ejemplo, no a comer con el móvil encima de la mesa- y de hacerlos responsables de sus acciones. Además, dedican un capítulo precioso al contacto físico, a la magia de los abrazos y a lo positivo de las muestras de afecto, ya sean con un beso o una felicitación. Va todo dirigido a lo mismo: a la construcción de la autoestima y a conseguir que el adolescente haga valer su opinión sin dejarse influenciar por la masa. Hay una cosa muy curiosa que es cómo el entorno nos doblega. Es decir, que si todos los niños de la clase van a patear una papelera, uno lo hace por no sentirse excluido, aunque no quiera. Los autores también dan claves para abordar este tipo de situaciones complicadas.
            Cómo abrazar a un erizo está escrito de una forma sencilla y amena, aportando ejemplos propios e intercalando sus recomendaciones con casos reales. Los autores, ya lo decía antes, tienen los pies en la tierra y hablan de técnicas al alcance de cualquiera para mejorar la convivencia, aunque dejan siempre claro que es necesario trabajar duro, ser paciente y estar siempre al acecho. Completan sus claves con encuestas reales en las que descubrimos, por ejemplo, que ocho de cada diez adolescentes prefieren cenar con sus padres a hacerlos solos. No evitan los temas más controvertidos, como el sexo, el tabaco o el alcohol. A un niño de doce años no se le puede contar por enésima vez lo de la cigüeña y los niños que vienen de París.
            Cualquiera que tenga un erizo en su entorno debería leer esta guía, por curiosidad, por ser práctico, porque si un solo consejo sirve para hacer más feliz a un adolescente (y al adulto) habrá merecido la pena. Cómo abraza a un erizo es honesto, es lúcido y es real. A mí, que doy conferencias por los institutos, me ha servido para entenderlos más, para aprender ciertas técnicas, para preocuparme por sus inquietudes. Porque los adultos, en estos casos, no podemos quedarnos de brazos cruzados ni ponernos a su altura. Debemos tomar las riendas para ayudarlos a atravesar la adolescencia. Es hora de actuar, y de actuar correctamente.