Un grupo terrorista toma como rehenes a unos turistas japoneses en un país extranjero. Después de una primera movilización de los medios de comunicación, pasa el tiempo y las negociaciones se vuelven más complicadas. La atención de la prensa internacional y de la opinión pública va decayendo y todo el mundo parece olvidar a los turistas secuestrados. Pasados los años, salen a la luz unas grabaciones de unas escuchas realizadas en la cabaña donde los terroristas habían recluido a sus víctimas. En ellas están recogidas las historias que cada uno de los rehenes escribió y, luego, leyó en voz alta a los demás: una idea que, en un primer momento, sirvió para combatir el tedio y el abatimiento, y que luego se convirtió en una manera para vencer el miedo a un futuro incierto explorando un pasado que llevaban en su interior y que nadie podría arrebatarles.
Es algo así como un flechazo. Uno ve
el título, toma el libro en sus manos, lee la sinopsis y sabe que dentro hay
una historia que debe conocer, a la que debe rendirse. Suena una campanilla. No
sé cómo llamarlo, pero los síntomas son inequívocos: el pellizco en el
estómago, el calor en la cara, la atracción inmediata. Así podría resumirse mi primera
impresión con Lecturas de rehenes,
escrito por la reconocida escritora Yoko Ogawa –autora de la espléndida La fórmula preferida del profesor- y publicada por la editorial Funambulista.
El planteamiento es absolutamente
conmovedor: nueve personas secuestradas (y a punto de morir) deciden contar en voz alta un
momento concreto de sus vidas, a veces no especialmente trascendente, pero
que los ha marcado de alguna manera. Y en los recuerdos que afloran están la presencia
de la muerte, la magia por todas partes, las casualidades y los pequeños
gestos. Porque la memoria es arbitraria, y graba a fuego la cara de un desconocido, el color de un paisaje o la luz de un día
cualquiera.
Lecturas
de rehenes se mueve en un terreno
interesantísimo y poco explorado, a medio camino entre la novela y el libro de
relatos. Las historias que la componen son
independientes, aunque es cierto que hay algo, un hilo invisible -en este caso, el prólogo-, que las
unifica, que las conecta de alguna forma porque todas tienen algo en común: un canto a lo bonito de la vida. Sí,
aquí están la ternura, los encuentros fortuitos y la muerte, siempre la muerte,
la venidera, la antigua o la que nos atormenta, pero como contraposición a la magia, a la sorpresa. La vida es bella parecen decirnos estos rehenes que
están a punto de morir y que han sido salvados en algún momento de su pasado
por la casualidad. Tiene algo que recuerda a Las mil y una noches; quizás sea esa apuesta por la literatura, esa decisión
de narrar la vida para escapar de la muerte, para perdurar. Lo que queda en la
memoria siempre son las historias.
Créanme: la virtud que tiene Yoko Ogawa para retratar lo cotidiano es mágica;
su mirada parece domesticada para la ternura, para apreciar los gestos dulces,
para identificar esa energía que une a las personas al azar. Tenemos, por
ejemplo, la historia de esa joven que trabaja en una fábrica de galletas con
forma de letras y que compone palabras con su vecina anciana, una mujer que
persigue a un desconocido mientras se salva de la desazón, un ramo de flores
que despertará los fantasmas de la muerte y del odio, una joven que se parece a
varias abuelas difuntas: la imaginación de la autora es infinita y fascinante.
Y encima es capaz de contarlo desde la dulzura, desde una contención estilística que busca a toda costa la belleza. Cada cuento, relatado en primera persona por cada uno de los
protagonistas, es como dejarte ante una ventana abierta desde donde asoma un
paisaje extraordinario. El prólogo, donde se contextualiza los cuentos, es
absolutamente conmovedor, con la fuerza suficiente para colocarte en un estado de ánimo predeterminado: el de
la necesidad de resumir tu vida en una historia.
Lecturas
de rehenes es el último testimonio de nueve personas que han sido
secuestradas y que están a punto de morir a manos de sus captores. En este
momento, deciden agarrarse a la literatura para salvarse: cuentan una historia,
cuentan su historia. Jamás un
ejercicio de memoria ha sido más emocionante, más tierno. Hablábamos antes de
los flechazos y ahora hablo del carisma: de ése del que la autora dota sus
libros, como un perfume que termina por envolverte. ¿Y ustedes, qué historia contarían antes de morir? ¿Qué recuerdo les sale
a la superficie? Y no se olviden: la literatura contra la muerte y contra el
miedo. La literatura, contra el olvido. La literatura como defensa de la magia
y la belleza. La literatura y la vida, irremediablemente unidas. Siempre. Ah, lean a Yoko Ogawa. Léanla.
Me has convencido, la voy a leer.
ResponderEliminarSuena muy interesante y bella.
Un saludo.