lunes, 28 de agosto de 2017

Canción dulce


Myriam, madre de dos niños, decide reemprender su actividad laboral en un bufete de abogados a pesar de las reticencias de su marido. Tras un minucioso proceso de selección para encontrar una niñera, se deciden por Louise, que rápidamente conquista el corazón de los niños y se convierte en una figura imprescindible en el hogar. Pero poco a poco la trampa de la interdependencia va a convertirse en un drama. Con un estilo directo, incisivo y tenebroso en ocasiones, Leila Slimani despliega un inquietante thriller donde, a través de los personajes, se nos revelan los problemas de la sociedad actual, con su concepción del amor y de la educación, del sometimiento y del dinero, de los prejuicios de clase y culturales.

Hay un terror evidente: el de los monstruos, el de los sustos y la sangre, el del asesino detrás de una puerta blandiendo un cuchillo. Pero hay otros terrores más sutiles y mucho más terribles, sí, los que se esconden en la ternura o en la belleza, los que surgen de lo inesperado, los que se vinculan a la infancia. Hay un terror infinito que brota de lo que aparentemente es bondad. De algo así vamos a hablar hoy: una historia para contener la respiración, para tener la sospecha a cuestas. Reseñamos Canción dulce, una de las últimas apuestas de la interesantísima editorial Cabaret Voltaire, escrita por Leila Slimani y premiada con el prestigioso premio Goncourt 2016, que narra la historia de una niñera, la niñera perfecta, que mata a los dos niños que cuida. Lo sabemos desde el primer párrafo, no estoy destripando nada. Es una novela sobre la maldad y el odio, sobre la necesidad de hacer daño, sobre la violencia y la infancia, sobre esa gente que, de forma silenciosa, quiere vengarse del mundo en el que les ha tocado vivir porque son incapaces de sentirse amados o simplemente felices.
            No voy a esperar hasta el final para deciros que es uno de los mejores libros que he leído últimamente. Conmovedor. Brutal. Hipnótico. Sí, uno de esos que dejaré a mano para releer. El retrato de Louise, la apocada niñera que entra en la vida de Myriam y Paul para hacerse cargo de los dos niños, es excepcional: dulce e inquietante. Ella, que consigue hacerse con el puesto gracias a su aspecto juvenil, gracias a su piel blanca –los padres no quieren una africana o una marroquí porque creen que sólo están interesadas en el dinero-, consigue ganarse no sólo a los padres sino también a los niños. Ellos la adoran, la persiguen, se lanzan a sus brazos en cuanto la ven. La autora tiene la virtud de describirla a través de los pequeños gestos, de reacciones espontáneas, de escenas aparentemente inocuas. Y ahí, bajo esa fragilidad late la asesina con cara de ángel. Hay escenas maravillosas, de un simbolismo indiscutible: como la del mar, la de la carcasa de un pollo o una relacionada con el maquillaje de la pequeña Mila. No voy a dar más pistas, pero la evolución es lenta y constante, con el ritmo justo para sembrar el desconcierto, la sospecha. Y no se crean que es un thriller o una historia que se enmarca en la novela negra, es algo más porque sirve para radiografiar la sociedad actual, ésa en la que estamos todos inmersos. Y aparecen los nuevos patrones de la educación, el movedizo papel de los padres modernos, el racismo socialmente aceptado, la lucha de clases y esa conciliación, a veces imposible, entre trabajo y familia.
            Leila Slimani ha encontrado una voz –potente, dura, musical- para contar esta historia desconcertante. Sus frases, cortas, directas, le dan a los hechos un barniz poético, algo parecido a un brillo que, a veces, deslumbra, electriza. Cuánta elegancia escribiendo. Hay logros incontestables en esta narración: uno es, por supuesto, la decisión de prescindir de todo morbo. El asesinato se produce fuera de las páginas de este libro porque no es necesario saber los detalles. Lo terrible es mucho peor si se imagina. Lo importante es qué lleva a eso, cómo se produce ese descenso a los infiernos de la niñera. El segundo gran acierto lo encontramos en el punto de vista de la narradora, a una distancia prudencial de los hechos para ser aséptica, para que sus palabras caigan, frías, sobre el oído del lector. Y se me erizan los vellos.
            Canción dulce habla de un doble asesinato, pero es algo mucho más grande, mucho más fascinante: habla de la condición humana, de los daños colaterales de la soledad, del veneno que esta sociedad inocula a sus habitantes. Louise, la verdadera protagonista de la historia, es un personaje con tanto carisma que desarma al lector, que le hace dudar de que realmente sea ella la autora de los crímenes. Y al final uno cierra el libro con el pecho lleno de pena, de lástima, como si nos hubieran puesto un ladrillo encima, porque ¿quién puede seguir viviendo cuando ha conocido la alegría, la luz, las caricias y, de repente, se imagina al margen de estos placeres? ¿Quién? Cuánto peligro hay en el desamor. Y sí, la vida a veces es así. Canción dulce es un grito desgarrado, tiene alma de tragedia 

jueves, 24 de agosto de 2017

Aquellos fabulosos veraneos


Unos no los vivieron y otros los han olvidado. Pero hubo un tiempo en el que, para los chicos, el año tenía dos estaciones: cole y veraneo. Fabulosos veraneos en los que cambiábamos de casa, de amigos y de hábitos de vida. Veraneos de los años 60 y 70 con su iconografía, que iba del Seiscientos al Balón de Nivea, y su fauna humana: los rodríguez, los forzudos de playa, las «suecas» o el macho ibérico. Un universo veraniego que se esfumó entre finales de los 70 y comienzos de los 80. Abramos el grifo de los recuerdos para los que no los vivieron y para los que habían olvidado. Demos un paseo por aquellos veranos de playas abarrotadas y Madrid desierto. De estancias en el pueblo y acampadas junto al pantano. De cines de verano, pelotas hinchables y castillos de arena. De seis más el perro en el Seiscientos y bailongos en los chiringuitos. Abran este libro y comencemos.

Algunos dicen que la nostalgia es la enfermedad de los pesimistas, de esos que lo único que hacen es suspirar mientras se quejan de lo bonito que era todo antes y de lo terrible que es ahora, como si cualquier tiempo pasado fuera mejor. A mí, sin embargo, la nostalgia me parece necesaria: un justo ejercicio de memoria, de saber de dónde venimos, de valorar que una vez las cosas fueron diferentes. No se puede construir un presente sin echar la vista atrás. Y es aquí, precisamente, donde se coloca el gran narrador León Arsenal con Aquellos fabulosos veraneos, una curiosísima apuesta de la editorial Edaf en la que, como su título indica, viajamos a la década de los sesenta y setenta para ver cómo iban a la playa nuestros abuelos (o nuestros padres), cómo eran las vacaciones, los viajes y los divertimentos, cómo era esa España que se rendía al sol, a la sangría y al turismo. ¡Desempolven los recuerdos porque empieza el viaje (en un seiscientos, claro)!
            No seríamos lo que somos ahora sin el turismo, como país y como sociedad. La llegada de turistas extranjeros cambió el paisaje costero y emocional de una España que ya quería deshacerse del Franquismo, que quería abrirse a nuevas experiencias. Supuso un boom económico. Supuso una modernización sin vuelta atrás. En esas páginas –con una edición exquisita, a todo color, cuajadas de documentos gráficos- está todo lo que fuimos: los largos viajes en coches pequeños, las postales de esos colores chillones y la moda de los bañadores; la construcción de esos rascacielos a la orilla del mar, las pandillas de verano que duraban dos meses y los balones de Nivea; los cines de verano con sus butacas duras y los bocadillos, las cámaras de foto antiguas y las neveras llenas. Y cómo no, los amores estivales. Y por estas playas de antaño se pasearán los chulitos y los mirones mientras muchos maridos se quedaban en la ciudad, lo que se conocía como estar de Rodríguez. Volvamos a esa España que tan bien quedaba reflejada en las películas de Alfredo Landa. Y todo esto está contado desde el propio recuerdo del autor, con sensatez y también con gracia, con una mirada muy peculiar, pero muy lúcida.  
            León Arsenal ha sabido escribir un libro a medio camino entre la crónica, el diario personal y el documental histórico. El resultado es una radiografía acertadísima no sólo de su infancia sino de la España de la época y además, tratado siempre desde la cercanía, desde la naturalidad, como alguien que te cuenta sus recuerdos en un chiringuito, mirando al mar, con los labios llenos de sal. Y aquí está uno de los grandes aciertos de Aquellos fabulosos veraneos: la capacidad de convertir esta lectura en un ejercicio íntimo, en una conversación amistosa entre el autor y el lector. El estilo es sencillo, agradable, pegado a lo oral; y los asuntos que aborda tienen un fuerte componente emocional. Se nota que lo ha vivido y, sobre todo, que le gusta recordarlo. Y en esas palabras está el León Arsenal niño o joven, que se asombra ante lo que ve, que está descubriendo el mundo y recopilando sus primeras experiencias. Este libro es universal: conectará de inmediato con cualquier persona de más de treinta años porque habla de un paisaje reconocido y reconocible, de un pasado cercano.
            Qué bien sienta la nostalgia cuando viene de mano de gente tan interesante como León Arsenal y Edaf. Porque Aquellos fabulosos veraneos es un viaje en toda regla, un viaje a lo que fuimos y a lo que recordamos, a esa España que se abría al turismo con ganas, a esas primeras veces en la que teníamos vacaciones. Y uno se siente poderoso, como con un as debajo de la manga, cuando descubre que este libro tiene la capacidad de transportarlo a un lugar mágico: el de los veranos felices. Pasen, lean y viajen. Imprescindible. 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Después del amor


Carmen viajaba en un tren desde Barcelona cuando un cruce de miradas cambió su vida para siempre. Era 1933, y Federico Escofet y Carmen Trilla —él, capitán del ejército; ella, una esposa atrapada en un matrimonio infeliz— tejieron una historia de amor que ni las habladurías, ni la guerra civil, ni el exilio lograrían deshacer, pero que dejó en los tres hijos de Carmen la huella del desarraigo. Basada en hechos reales, Sonsoles Ónega novela la historia de una mujer valiente que reconstruyó su identidad en una España donde a las mujeres no se les permitía amar y desamar.

Las grandes historias de amor requieren valentía, constancia y, sobre todo, lucha. Y más aún si la situación política en la que se desarrollan son convulsas, y las normas morales de la sociedad, un enemigo a batir. Las grandes historias de amor, ésas que parecen circunscritas al cine y a la literatura, se cuelan a veces en la vida real. Y entonces, los que rodean a los enamorados se quedan atónitos, con la boca abierta, se echan las manos a la cabeza y resoplan porque piensan que tanta locura en el amor va a acabar mal. Fatal. Como el rosario de la aurora. Algo así es lo que ocurre en Después del amor, el último premio de novela Fernando Lara, obra de la periodista televisiva Sonsoles Ónega y publicado –cómo no- por Planeta, en la que narra la historia de un amor prohibido (y oculto) entre dos personas casadas de la alta sociedad barcelonesa que, tras conocerse por casualidad en un tren, descubren qué vacías son sus vidas, qué grises. España se prepara sin saberlo para la Guerra Civil y ellos se hacen una pregunta: ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para vivir nuestro amor? ¿Cuál es el sacrificio? ¿Cuál es el riesgo? Y sobre todo, ¿cuál el premio?
            No hay nada más estimulante para los enamorados que superar obstáculos, grandes, pequeños, espinosos. Eso los hace más valientes, los reafirma en el amor. Los convierte casi en héroe. Y es precisamente eso lo que encontramos en Después del amor, una historia al uso de una mujer casada, pero infeliz –Carmen Trilla-, que se encuentra con un hombre casado y también infeliz, que además es capitán del ejército –Federico Escofet-. La chispa surge y ellos no pueden hacer otra cosa que rendirse. Al principio, por eso de las normas sociales y de los miedos íntimos, se resisten, pero el amor se abre paso, como un río en tierra seca, y llega a buen puerto. No estoy haciendo spoilers, porque la evolución se sabe desde antes casi de empezar. Y en esa decisión de amarse hay mucho daño colateral: los hijos, las familias, los cotilleos. Pero no se equivoquen, Después del amor es mucho más que amor. Tenemos también el retrato certero de la alta sociedad barcelonesa –muy bien cuidados los detalles, los ambientes, las maneras-, y esa tensión social-laboral-política que se va cociendo en las calles y que va encendiendo los ánimos. Era la época de la República, en la que los nacionalistas catalanes querían proclamar una república Catalana dentro de una Federación de Repúblicas Ibéricas.
            Sonsoles Ónega, como apuntábamos antes, se basa en una historia real –no en vano, ha tenido acceso a los documentos privados de la familia, a las cartas y al testimonio de sus hijas– para levantar una novela de amor con todos los ingredientes, para hacerla grandiosa, estimulante: una sociedad pacata y muy dada al chismorreo, una situación política inestable y dos personas que lo único que quieren es ser felices juntas. La autora forma esta historia con un estilo llano, sencillo, como si quisiera ser democrática con el estilo, con grandes usos del diálogo y subrayando las escenas más importantes, las locuras más literarias. Amar es eso, no necesitar excusas para hacer locuras. Los personajes están definidos de forma escueta, pero certera, y los malos –porque también los hay, no se vayan a creer- pues hacen lo que hacen los malos: fastidiarse cuando los demás son felices. Después del amor podría enmarcarse también dentro del género costumbrista o histórico. Por cierto, qué bien documentado está, como una casa sobre pilares sólidos.
            Después del amor da lo que promete: es una de esas historias que a todos nos gustaría contar (o vivir). Porque sí, porque siempre ha habido valientes en nombre del amor, porque siempre ha habido iluminados que han tenido claras sus prioridades: amar, amar sobre todas las cosas. Después del amor es eso, nada más y nada menos. Y Sonsoles Ónega sabe asistir, como una notaria privilegiada, a esta historia de pasión, de sacrificios y también de dolor. Y después nos lo narra con fascinación: “¡Esto es lo que me contaron! Así se aman los valientes”. Esta novela tiene casi seiscientas páginas. Y por cierto, ¿qué hay después del amor? Pues recordar lo vivido, contarlo, dejar que te salga la sonrisa. 

Las defensas


Una novela basada en la increíble historia real de un médico que sufrió la enfermedad que investigaba y siempre estuvo convencido de haber recibido un diagnóstico erróneo. Gabi Martínez reconstruye la historia real del doctor Escudero, un neurólogo que sufrió un brote de locura durante el cual trató de hacer daño a sus seres queridos. Tras un diagnóstico erróneo, fue internado por sus colegas en un psiquiátrico y recibió tratamiento para una enfermedad mental. En ese momento comenzó su lucha por demostrar su verdad, que lo llevó a enfrentarse a la comunidad médica. Por una increíble casualidad de la vida del todo improbable, padecía una enfermedad neurológica todavía no descubierta, una rara enfermedad autoinmune que él mismo había investigado.

Nos pasamos la vida defendiéndonos. Del sufrimiento y del dolor. De las miserias, del desamor y de las enfermedades. De lo invivible, de lo terrible, de lo desconocido. Del otro y de los otros. La mayor parte del tiempo somos un escudo que soporta los envites de la vida, porque de eso se trata: de seguir en pie a pesar de los golpes, de evitar los mamporros, de salir indemne. Lo que pocos se esperan –y quizás por eso bajan la guardia– es que la locura pueda ser un enemigo. Todos nos creemos lo suficientemente listos, lo suficientemente versados y fuertes como para saber que estamos a salvo de perder la cabeza. Y no, no es así. Y para muestra, un botón. O más bien, un libro. Hoy hablamos de Las defensas, una de las últimas apuestas de Seix Barral en la que el escritor Gabi Martínez cuenta, en primera persona, el caso real de un neurólogo que se volvió loco. Loco de atar. Loco de verdad. Y, a través de esta bajada a los infiernos, se habla de la evolución de una sociedad –la catalana y la española-, y del laberinto de pasiones y de desvelos de un personaje. Es una historia sobre los paisajes interiores y exteriores del ser humano a través de la pérdida de la cordura.
            Nada hacía presagiar que Camilo Escobedo se podía volver loco, nada aparte de la autoexigencia, de la ambición, del estrés, del cóctel emocional. Y éste es quizás uno de los pilares más consistentes de la novela: el retrato de un hombre en apariencia normal, un tipo listo, con ganas de hacerse un hueco en su trabajo, con facilidad para relacionarse, con su familia, que termina ingresado en un psiquiátrico, enfangado en una enfermedad que sólo sufre una persona de cada tres millones: un médico atrapado en una de esas locuras que él mismo estudiaba. La vida tiene a veces esas carambolas, esas increíbles piruetas. Y la novela en sí está concebida como una larga travesía, como una historia vital para demostrarle al lector que, a priori, nada parecía exponerlo a esta locura extrema. Y, lo más importante, la narración de sus momentos más bajos –la confusión, la desubicación, la impotencia- son tan reales que son capaces de ponernos los pelos de punta, de dejarnos en tensión. Es tremendo. La locura está ahí: ese momento en el que el mundo deja de tener sentido, en el que algo se funde en el cerebro. Fíjense, fue el propio protagonista el que, hace unos años, buscó al autor para decirle que tenía un pasado con entidad suficiente para convertirse en novela. Y vaya con su pasado…
            Gabi Martínez, por su parte, se pone en la piel del enfermo, le da la voz, le construye una personalidad literaria para que la historia funcione, para dejarnos hipnotizados y a la vez espantados. Y vamos a resaltar dos puntos: el tiempo. No hay prisa por narrar, por acabar en las acciones. Todo tiene importancia, los detalles tienen importancia. El narrador se lo toma con calma porque sabe que la cordura tiene el mismo interés que la locura, porque es la vida, con su rutina y sus rituales, la que vence, durante una temporada, al protagonista. Por otra parte, tenemos el estilo, cuidado, con tendencia a lo poético, a lo musical, con un puntito deslenguado, que convierte todo este proceso escalofriante en puro ejercicio literario. Hay nervio dentro de la historia. Hay algo que late. Y fíjense, al final el caso particular de un hombre sirve para retratar la España de los últimos cuarenta años, porque en él –en sus ambiciones, en sus miedos y en sus rendiciones– está una sociedad intentaba olvidarse del Franquismo y se acostumbraba a la Democracia, que intentaba llevar a los ciudadanos por una senda.
            Las defensas es un perfecto remedio literario para los que buscan una historia potente, bien contada, con la habilidad de provocarnos algo: miedo, estupefacción, compasión. La realidad supera a veces la ficción. Y aquí están Gabi Martínez y Camilo Escobedo para recordarnos eso de que la vida guarda lo maravilloso y lo terrible, lo sublime y lo ruin. En una vida y en un hombre, cabe todo, pero sobre todo siempre hay sitio para la locura. Y es lo que nos interpela esta historia: ¿y tú, defiendes tu cordura?
            Gracias a los dos por compartir esta experiencia, la de un neurólogo que enloquece. Es valiente y generoso 

lunes, 14 de agosto de 2017

El universo en tus ojos

De adolescente, Nick tenía un plan. Jack, Sandy y él, sus mejores amigos, tendrían algún día su propio garaje en Little Italy. Entonces, él podría casarse con Juliet y apuntarse a los cursos nocturnos de la universidad. Él sería ingeniero, construiría puentes y quizá aviones. No se conformaría con ser mecánico o con tener un restaurante como su padre. Y jamás, jamás, entraría en la Mafia. Pero él ya tendría que saber que los planes siempre salen mal. Jack le traiciona y Nick se ve obligado a trabajar a las órdenes de Silvio para proteger a Sandy. Aun así, cree que podrá salir de ese mundo y le oculta la verdad a Juliet. Ella no tiene nada que ver con Little Italy ni con las pesadillas a las que él tiene que enfrentarse. Una noche, sin embargo, Juliet aparece en el último lugar donde debería estar… Tras la muerte de Juliet, Nick enloquece y se convierte en lo único que no quería ser: un gánster. Han pasado los años, Al Capone está en la cárcel y las familias de la Mafia de Chicago y de Nueva York tienen que negociar. Nick es la mano derecha de Cavalcanti, el capo de Nueva York, y su misión es velar por los intereses de su Don, que además es el hombre que lo salvó de perderse para siempre en el infierno. En Chicago, los ojos de una chica le obligarán a recordar que sabe amar y que el amor, aunque duele, lo es todo.

Después de unos meses un tanto complicados, vuelvo a retomar las lecturas. Echaba mucho de menos tener tiempo para leer, y lo cierto es que no podía haber escogido libro mejor para retomar este hábito. Hoy os traigo la reseña de El universo en tus ojos, de Anna Casanovas. Desde que leí Vanderbilt Avenue tenía muchísimas ganas de seguir leyendo alguna historia del universo que ha creado esta autora y, aunque sigo quedándome con el primero de esta saga, tengo que decir que la historia de Nick y Juliet me ha encantado.

Puede que sea por las reminiscencias que la historia tiene de Romeo y Julieta, cualquiera que me conozca sabe que me obsesiona todo lo relacionado con Shakespeare. También es posible que se deba a que la pluma de Anna es una de las más delicadas del panorama actual. Sea como sea, se trata de uno de los libros que más me han gustado este año.

Aunque tiene mucho que ver con el primero, se pueden leer completamente independientes, pues aunque la trama comparte algunos rasgos y situaciones, en esta ocasión los protagonistas no son Jack y Siena. Ellos, en esta novela, aparecen como meros secundarios. Uno de los rasgos que más me han llamado la atención es, precisamente, ese. El hecho de que compartan escenas y subtramas y estén tan bien hilvanadas. Si como yo os habéis leído el primero antes, recordaréis con una sonrisa muchos de los detalles que aquí se nombran de pasada, pero que se explicaban completamente en el anterior. Al igual que escenas que contaban algunos pasajes que se comentan ampliamente en este.

¿Nunca os ha pasado que os han gustado más unos personajes secundarios que los propios protagonistas? Aquí me ha ocurrido exactamente eso. No es que Nick y Juliet no atraigan, atrapan desde el primer momento, pero si tuviera que quedarme con algún personaje sería con Cavalcanti o con Belcastro. La evolución de los protagonistas es excepcional, es cierto. La inocencia de un principio, la vida que nos lleva por caminos diferentes a los que tenemos planeados en un principio y decisiones que cambian el curso de la historia, que los cambian a ellos, son rasgos que hacen que sean personajes perfectamente imperfectos, pero el tándem que forman Cavalcanti y Belcastro me parece sublime. Sin ellos, la historia no sería la misma, en absoluto.

Casanovas consigue que nos pongamos en la piel de los protagonistas, gracias a la secuenciación de voces narrativas. En unos capítulos es ella quien narra, en otros quien lo hace es Nick. Este rasgo nos permite conocer los pensamientos, sentimientos y sensaciones que experimentan ambos, lo que enriquece nuestras lectura y, a fin de cuentas, la propia novela.

Si tuviera que poner una pega sería que me hubiera gustado leer menos escenas de sexo. Las comprendo, no creo que estén metidas, como se dice, con calzador, que tienen una razón de ser, pero en ocasiones me hubiera gustado ver antes conversaciones que esperaba con muchas ganas en lugar de este tipo de encuentro. 

Ahora conozco la historia de Jack y de Nick, me queda por conocer la de Sandy para completar el círculo de amigos y no puedo esperar a tenerlo entre mis manos y poder devorarlo. Quiero volver a sumergirme en esta historia cuyo fondo está impregnado de traiciones, delitos, peligros y, como no puede ser de otra forma, la mafia. Quedan preguntas en el tintero y estoy segura de que en esta nueva entrega se resolverán todas y de una manera excepcional.


jueves, 10 de agosto de 2017

Te veré bajo el hielo


Un joven descubre el cadáver de una chica debajo de una gruesa capa de hielo en un parque del sur de Londres. La detective Erika Foster será la encargada de dirigir la investigación del caso, mientras lucha contra sus propios demonios personales. Cuando Erika comienza a indagar en el pasado de la víctima, todo parece apuntar que su asesinato está conectado con el homicidio de otras tres mujeres que han sido encontradas con signos de estrangulación, las manos atadas y, sospechosamente, también bajo las aguas congeladas de otros lagos en Londres. Poco a poco, Erika se aproxima a la verdad, sin sospechar que el asesino quizá también la observa y se acerca cada vez más a ella.

Esto de las lecturas de verano parece incluso un nuevo género: libros que se leen en la piscina o en la playa, compatibles con el sudor y con esa pereza de los días calurosos, que nos hagan mejores (o más interesantes) las vacaciones. Y por cierto, esta etiqueta no tiene por qué ser negativa. Yo he descubierto buenas obras o me he entretenido muchísimo con algunos libros que he leído en julio o agosto. Te veré bajo la nieve, de la editorial Roca y escrita por Robert Bryndza, podría incluirse en este grupo por varias razones: porque viene precedida de un éxito rotundo –número 1 en Amazon, un millón de ejemplares vendidos y traducido a 24 idiomas-, porque es un thriller al uso, porque es fácil, fluido y porque nos habla de nieve, de frío y de heladas, y eso se agradece con estas temperaturas. Esta novela nos lleva hasta el asesinato, en los suburbios londinenses, de la hija de un político muy importante y con ciertos negocios turbios. Así es la primera escena: ella va andando con una cogorza de no te menees, de noche, por un sitio oscuro cuando ve a alguien conocido y... eso es lo último que sabemos de ella. Una inspectora de policía en la que nadie confía demasiado y con unos métodos poco ortodoxos es la que se hace cargo de caso y la que parece que lo lía todo en vez de resolverlo. Pues ya tenemos la ecuación perfecta.
            Suele ser típico de algunas novelas que apuntan alto, como ésta, que el malo/el enemigo/el asesino sea algo más grande que la policía, que la justicia o que cualquier plebeyo. Algo así como el sistema, como la mano invisible de las altas esferas. Porque sí, porque hay intereses ocultos que tienen que ver con la política, el dinero y el éxito y que justifican cualquier muerte. Por esta línea va Te veré bajo el hielo y, ojo, no es un espoiler. Sabemos desde el principio que la víctima es la hija de un controvertido político de la cámara de los Lores y que todo en la investigación es farragoso, oscuro, misterioso, algo parecido a andar tras una tormenta de nieve, hundiéndonos hasta la rodilla en cada paso. Es terrible tener que enfrentarse a un asesino, pero es más terrible todavía que el asesino esté relacionado con esos grupos de poder que controlan el mundo. El autor, Robert Bryndza, se mete en la alta sociedad para destapar sus miserias y para intentar averiguar quién querría matar a una jovencita que, además de rica, era guapa, libre y atrevida.
            El autor sabe muy bien cuál es la estructura que funciona en estos casos: capítulos cortos, rápidos, que van al grano; mucho diálogo –lo que le da apariencia cinematográfica-, mucho conflicto y mucho peligro, personajes llevados al límites –que se llevan la mitad de la novela diciendo palabrotas–, giros de guion inesperados y una protagonista tan valiente como temeraria. El truco está en no darle al lector la oportunidad de que abandone el libro. El estilo es llano, casi transparente. No le pedimos a un thriller así nada poético, ningún alarde estilístico. Es muy convincente ese ambiente nevado, de los bajos fondos de Londres y de los bajos fondos humanos porque en esta novela hay sangre, mentiras, venganza y también sexo. El autor no se corta, lo muestra todo.
            Te veré bajo la nieve habla de los peligros del invierno, de las malas compañías y del poder del dinero. Todo parece de peligroso e inquietante en esta novela, todo parece frío como el hielo. Además, nos enseña que la vida de los ricos también está llena de secretos, de dobleces y de odios; y ahí quizás resida el éxito: la glamourosa vida de la alta sociedad llena de fango. Si quieren refrescarse, si quieren recibir un soplo de aire helado, lean esta novela, que es parecido a pasarse un hielo por el escote. Ah, y nos queda inspectora para rato porque ya han anunciado que ésta es sólo la primera entrega de una serie de casos resueltos por esta mujer. 

La mujer del camarote 10


Has sido testigo de un asesinato...y nadie te cree. La invitación a un crucero de lujo, que zarpa de Londres rumbo a los fiordos noruegos, es como un sueño hecho realidad para Laura Blacklock, una joven periodista en horas bajas. La oportunidad es doble: no sólo podrá contemplar la maravillosa aurora boreal, sino que se codeará con gente influyente que podría ayudarla a reconducir su carrera profesional. Los primeros compases de la travesía discurren conforme a lo previsto: el ambiente del barco es suntuoso, el servicio, de primera categoría, y el pasaje derrocha elegancia, simpatía y dinero. Sin embargo, todo cambia cuando, una noche, un grito aterrador despierta a Laura, quien, estupefacta, observa cómo el cuerpo de una mujer cae al mar desde el compartimento contiguo. Al dar la voz de alarma, la tripulación le asegura que el camarote número 10 siempre ha estado vacío y que no falta ningún pasajero a bordo. Así, con creciente inquietud, Laura comprueba que... nadie le cree. Y lo peor no es que se sienta sola y aislada, sino que una serie de extraños acontecimientos la convencen de que ella puede ser la próxima víctima.

Hay fórmulas que funcionan como un reloj, sobre todo en este género tan de moda que es el thriller (ya saben: asesinato, investigación, peligro y, casi siempre, resolución). Estas fórmulas tan efectivas y efectistas suelen estar compuestas, en la mayoría de los casos, por una protagonista trastornada o a punto de estarlo, un escenario hostil, gente simpática que después no lo es tanto y algunos intereses oscuros, oscurísimos, que tienen que ver con el dinero, el poder o la venganza. De todo esto se nutre la novela La mujer del camarote 10, una de las últimas apuestas de la estimulante editorial Salamandra, escrita por Ruth Ware, y en la que se narra la historia de una periodista en horas bajas que, hasta arriba de medicamentos tras haber sufrido un atraco en su propia casa, se sube a un crucero de lujo con el objetivo de hacer un reportaje. Allí, sin integrarse en ese ambiente, está convencida de que una mujer, la del camarote 10, se ha tirado al mar. Los demás no la creen, la tachan de loca e intentan que se olvide del asunto. Evidentemente, ella sigue erre que erre y termina metiéndose en la boca del lobo.
            No voy a ocultar algo que parece evidente y que son las similitudes entre La mujer del camarote 10 y la celebérrima La chica del tren, el best-seller de hace un par de años: la protagonista es alcohólica y con unas lagunas de memoria considerables, está traumatizada, es inestable, impulsiva y, a veces, obsesiva. Y, cómo no, su vida personal es un auténtico desastre. Dicho esto, el desarrollo es muy diferente gracias a uno de los grandes aciertos de la novela: el escenario que elige la autora. La ambientación es realmente asfixiante. Ese crucero en medio del mar multiplica las ocasiones de peligro, contagia la claustrofobia, da ventaja a los malos y reduce las posibilidades de huida de la protagonista. A los personajes que la acompañan no llegamos a conocerlos en profundidad, pero sabemos (o intuimos) que no todos tienen tan buenas intenciones como quieren hacernos creer. Hablemos de la trama: está bien desarrollada, pero con un punto de partida (que se conoce al final) muy delicado. Ha sido una apuesta fortísima por parte de la autora porque el puzzle es realmente extravagante.
            El estilo, como manda el género, es sencillo, fácil y fluido, a veces incluso tiende a lo pueril; sin embargo, con el hilo temporal, la autora se atreve a dar saltos hacia adelante (flashforward) y hacia atrás (flashback) para darle dinamismo a la historia. No se preocupen, que no se perderán. Está, además, narrado en primera persona, por lo que la única información que tenemos es la de la protagonista: la borracha, la resacosa, la desmemoriada. ¿Hasta qué punto lo que conocemos es fiable? ¿Hasta qué punto me atrevo a creérmela? Ésas son las preguntas a las que tiene que responder el lector, como en una novela interactiva. Hay un par de giros a partir de la mitad de la novela que se agradecen porque rompen con la rutina y aceleran el proceso. Ya saben que en los thrillers no debe hacer cabida para el aburrimiento, ni siquiera para tomar aire.
            La mujer del camarote 10 navega viento en popa, a toda vela. De mano de una capitana en cuyas manos no dejaría yo mi vida, nos adentramos en un thriller típico, con todos sus ingredientes y sus momentos álgidos. Este género tiene un ejército de lectores que saben lo que quieren: intriga, misterio y un desenlace imprevisto. Ruth Ware se los da con esta historia plagada de dobles fondos que, gracias a Dios, no naufraga. Además, la autora parece mirarnos diciendo: ¿he encontrado o no la fórmula del thriller?