Una mujer camina por una ciudad contemplando su soledad y la de quienes la rodean. A medida que se desarrolla su día a día -de una librería a la consulta de su terapeuta o a un restaurante- se sorprende con la súplica silenciosa de una lápida en la carretera, el diálogo accidentado de un padre con su hija, el recuerdo del encuentro con la inesperada amante de su antigua pareja o la silueta de un puente al anochecer. Cuando se cruza con el novio de su amiga por la calle, las posibilidades agridulces de un amor inexplorado la llevan a interrogarse acerca de su aislamiento y libertad, y cómo ha repercutido en sus relaciones afectivas. Donde me encuentro sigue a esta mujer a través de las cuatro estaciones, dejando que cada una desvele un poco más sobre quién es mientras ella averigua qué es lo que realmente quiere.
La soledad florece en muchos lugares. La soledad tiene muchas caras y muchos
días. La soledad, en algunas vidas, es algo sólido, duro, como una piedra o un
animal muerto, como una costra sobre la piel. La soledad es eso a lo que no
queremos mirar ni ponerle nombre, es eso que nadie reconoce, aunque está ahí,
dentro y fuera de casa, en el bar de la esquina y en la parada de autobús. Pero
no soy yo sino Jhumpa Lahiri la que nos va a hablar de soledades y silencios en
ésta, su última novela, Donde me
encuentro, publicada por la editorial Lumen y escrita por primera vez, como
ya hiciera otros escritores como Vladimir Nabokov, Joseph Conrad, Samuel
Beckett, Milan Kundera u Oscar Wilde, en una lengua que no es la suya, el
italiano. Donde me encuentro es el paseo que nosotros, los lectores, hacemos
por un barrio de la mano de la narradora, una mujer que reflexiona sobre su
vida, sobre el paso del tiempo y las expectativas, sobre lo que no puede
compartir.
Confieso
antes de seguir escribiendo que Jhumpa Lahiri es de mis autoras predilectas, de ésas que uno lee con los ojos
cerrados –entiendan la metáfora-. La admiro y la sigo desde que publicó Tierra desacostumbrada, un potentísimo
libro de cuentos al que vuelvo cuando necesito reconciliarme con la literatura.
Donde me encuentro funciona a modo de
relatos pequeños –cada capítulo es un lugar, una avalancha de recuerdos- y el
planteamiento es tremendamente sencillo: una mujer que camina, que visita los
lugares que componen su día a día, por ejemplo, el bar, la librería, la casa de
su amiga, y a los que ella se siente unida por cualquier motivo. Los espacios físicos son la excusa para
irnos enseñando otros espacios, los emocionales, en los que nos encontramos
a una mujer soltera, sin demasiada confianza en la vida, y que arrastra una
relación complicada con la madre. Y ahí se encuentra uno de los temas más
fascinantes de Donde me encuentro: la
relación madre e hija, a las que une un afecto desdibujado, un amor frío, un
silencio feroz. Estamos, pues, ante una mujer sola, sin anclaje en su entorno
ni tampoco en su familia.
Lean a Jhumpa Lahiri sólo por el placer de
leer, de dejar que la musicalidad entre en sus oídos y les coloque al borde
del ensimismamiento. Es una prosa sencilla y cuidada, potentísima en la
claridad, en esa maravillosa virtud de llamar a las cosas por su nombre. Y no
hay grandes alardes en el estilo sino una –creo yo- manifiesta intención por contar
la soledad como algo íntimo, cotidiano, como quien toma un café a toda prisa en
un bar de mala muerte porque aquí, en esta novela, la soledad no se mitifica,
no es algo dramático ni gigante, es un líquido que va empapando el día a día.
Como encontrarse un céntimo en un bolsillo del pantalón, algo posible.
Donde me encuentro
es ese momento de reflexión en el que uno –usted, yo- hace balance del momento
presente, de qué ha conseguido, de quién lo acompaña. Son las reflexiones con
las que uno cose su existencia, con las que uno le da sentido a lo que es. Y
aparece la soledad, claro que aparece, como un estado interior, como un
silencio hondo, como una sensación, la de no esperar nada del destino. “Parece que ya no tengo vida”, dice la
narradora en una escena. Y esto es la novela, el de una mujer que deambula
por su propia vida, por su propio barrio, deteniéndose en los lugares que
alguna vez significaron algo, extrañándose ante los otros, preguntándose una y
otra vez dónde se encuentra