Todos tenemos un cotilla dentro, más o menos desarrollado, pero siempre dispuesto a asomarse por la mirilla de la puerta o a espiar a los vecinos por la ventana (y con la luz apagada, por supuesto). Nadie puede resistirse a un buen cotilleo: ¿sabes con quién está saliendo mi prima? ¿Sabes a quién le ha tocado la lotería? ¿Sabes a quién le han echado del trabajo porque estaba robando folios? Esta novela es un divertidísimo tributo a uno de los deportes más populares: el chismorreo. Y para eso, nos lleva a uno de esos pueblos pequeños donde todos se conocen, donde cada habitante tiene un papel (y una responsabilidad) y donde cualquier información relativa a cualquiera de ellos se convierte en una gran noticia. Lucía en Londres, publicada por Impedimenta –qué buen trabajo está haciendo esta editorial– nos devuelve a la aldea de Riseholme y nos permite reencontrarnos con la carismática Emmeline Lucas, también conocida como Lucía. Y para los que no la conozcan, nuestra protagonista es manipuladora y esnob, es estratega y egocéntrica, es lista y convenida, y sobre todo es el alma de este pueblo. Y tal es su poder que hasta tiene un club de fan, los Lucialófilos.Emmeline Lucas, conocida como Lucía, es la más inolvidable, esnob y chismosa de las heroínas de la literatura inglesa del XX. Desde que alcanza la memoria, Lucía gobierna el villorrio de Riseholme con mano de hierro y guante de seda con la ayuda de su fiel Georgie Pillson, un eterno solterón aficionado al petit point y al cotilleo salvaje. Cuando Pepino, el marido de Lucía, hereda una fortuna y una casa en Londres, todos en Riseholme respiran aliviados, a la vez que empiezan a tramar su venganza tras largos años de opresión. Por desgracia para ellos, Lucía planea tomar Londres por asalto para «la temporada» y conquista la capital del Imperio sorteando, uno tras otro, todos los obstáculos que se interponen entre ella y la grandeza. Pero ¿podrá Lucía aguantar el ritmo de la exigente y estirada sociedad londinense? ¿Pretende, tal vez, abandonar su amada Riseholme para siempre?
Si
antes fueron Reina Lucía, La señorita Mapp y Mapp y Lucía –todos editados por la misma editorial–, ahora llega Lucía en Londres, la cuarta entrega de
esa serie de seis novelas, escritas por Edward Federic Benson, uno de los
escritores más populares y más irónicos del siglo pasado. Y antes de que os
asustéis, todas las novelas pueden leer por separado porque funcionan a la perfección como historias
independientes, y porque los personajes son tan potentes que se definen en
sus actos. El argumento, a grandes rasgos, es el siguiente: tras recibir en
herencia una casa en Londres, Lucía y su marido, Pepino, deciden mudarse a la
ciudad para codearse con la flor y nata. El resto de vecinos, muertos de
envidia, no dejan volvemos a Lucía, como los habitantes de Riseholme, a esa
mujer que habla como una niña pequeña cuando quiere conseguir algo –quiero
mimir, estoy canchadita,… –, que no duda en aprender a jugar al golf sólo para
ridiculizar a una vecina, que incluso se atreve con el espiritismo, porque ésa es otra: hasta hay una pelea de
espíritus.
Y
no se le ven a la novelas las costuras, porque Benson hace reír casi sin
proponérselo, valiéndose únicamente de unos personajes impredecibles y absolutamente
adorables, a los que lleva a un estado
de histeria ante el que es imposible resistirse. Y el lector, sólo puede
carcajear, querer comprarse una casa en esta aldea. El estilo, además, es correctísimo;
con una elegancia sobria y una capacidad descriptiva innegable. El autor hace
una virtud de esa contradicción entre lo que se piensa y lo que se hace, y qué
visión del mundo tan irónica. ¡Cómo
consigue hablar de lo importante de la vida mostrándonos lo superficial, lo
banal, lo tonto!
Lucía
en Londres (y de vuelta a Riseholme) es lo
más parecido a la risoterapia en literatura. Su autor consigue crear un
universo sólido y disparatado, un delicioso retrato de la Inglaterra de mitad
del siglo XX y un irresistible homenaje
a los cotillas, sí, a ti y a mí. Impedimenta vuelve a darnos un caramelito,
una serie de veladas agradabilísimas. No se crean que Benson recurre a lo fácil
o a lo obvio sino que mantiene esa elegancia tan british, ese savoir faire
que hace esta historia aún más efectista, más encantadora. Y ahora,
arrodíllense y muéstrenle sus respetos a Lucía, porque es el persona que todos
desearíamos tener de nuestro lado. ¡Que
vayan preparando más impresos para entrar en el club de los lucialófilos. Y
si no se han reído (a carcajadas), les debo una cerveza. O dos.
PS: Y para los fans de Downton Abbey, ¿recuerdan a
Violet, la condesa viuda de Graham? Pues la misma labia afilada tiene Lucía.
Ay, Lucía.