La acaudalada familia Van Burnam regresa de un viaje al extranjero al mismo tiempo que aparece una mujer muerta en el salón de su casa. Un gran aparador ha caído sobre ella, desfigurándola por completo, y aunque la policía sospecha que la víctima es la esposa de uno de los hijos del señor Van Burnam, éste insiste en que no la reconoce. ¿Qué hacía la mujer en una mansión que permanecía cerrada? ¿De quién son las extrañas prendas que llevaba puestas? ¿Estaba muerta antes de caer sobre ella el aparador?... La señorita Butterworth, que vive en la casa contigua, se convertirá en detective aficionada y en testigo imprescindible de esta complicada investigación.
Se ve desde la primera página. La protagonista de esta novela va a dar que hablar: es una solterona de mediana edad, adinerada y maniática que vive en la parte rica de Nueva York de finales del siglo XIX y que dice cosas como no todo el mundo es tan inteligente ni tan metódico como yo, lo cual es una lástima, o cuando se encuentra con una amiga fea, después de tenerla frente a mí, sólo podía darle gracias a la Providencia por las bendiciones recibidas. No es que me considere guapa, pero en contraste con esa mujer… Jajajaja. Dan ganas de quererla, ¿o no?: me sobresalté, porque no son muchos los abrazos que recibo o Él estaba acostumbrado a tratar con otras damas, no conmigo. Muy pocas veces –insisto, muy pocas veces- ocurre que uno se topa con un personaje tan irónico, tan deslenguado y tan carismático como la señorita Amelia Butterworth, verdadero motor y protagonista única de El misterio de Gramercy Park, una novela detectivesca escrita por Anna Katharine Green en 1897 –todo un bombazo en aquellos tiempos- y que ahora nos trae D’Época en una edición preciosa: pasta dura, papel de calidad, ilustraciones fantásticas y además, viene acompañada de postales y tarjetas. Y yo sigo a lo mío: me rindo a los pies de esta señorita que no tiene reparos en despreciar a los que la llaman anciana encantadora –en lo de encantadora no se equivocaba, dice-, cotilla y tremendamente cuidadora a su prestigio, que por supuesto debe quedar intacto.
Anna
Katharine Green, conocida como la Agatha Christie de la época victoriana, arma
una novela detectivesca en toda regla: un rocambolesco asesinato, dos
investigaciones en paralelo –la de la policía, que es la oficial, y la de la
señorita Butterworth, que es la disparatada-, una narración en primera persona
durante la que no tiene reparos en dirigirse al lector, y una resolución asombrosa,
sin trampas ni finales sacados de la manga. Y se agradece que la autora juegue
limpio y que trate al lector con respeto, quizás una de las bases innegociables
de las historias de detectives. Eso sí, tenemos un estilo muy propio de la
época, algo engolado –muchos adjetivos, hipérbatos-, y un ritmo pausado, que
nos puede recordar a Jane Austen o a Emily Brontë. Aquí no hay prisas. Es una
forma diferente de expresarse.
Tenemos en El misterio de Gramercy Park una novela
que marca una época y en su autora, señores, a la madre de la novela de
detectives, admirada por el gran Conan Doyle, y que sirve de modelo (e
inspiración) para posteriores escritores del género. Es ella una de las
primeras en crear unos personajes atípicos, peculiares y de ponerlos al frente
de una investigación.
Os
podría dar muchas razones para leer esta novela –la trama, lo envolvente del
ambiente victoriano, que te mantiene en vilo hasta la última página (esto es
literal)-, pero sólo os voy a dar una: la señorita Amelia Butterworth. Todos
quisiéramos una vecina así. Tan insolente, sin pelos en la lengua. Y además, es
una novela con mensaje: si eres cotilla, como la protagonista, por lo menos que
sirva para algo, para resolver un crimen, por ejemplo. Gracias, D’Época
Editorial, por redescubrirnos a esta autora. ¡Ah, y cómo no, por esta edición
impecable que parece de coleccionista!
PS: ¿Sabéis qué es lo bueno? Que esta
solterona es un personaje recurrente y aparecerá en dos libros posteriores de
la autora.
PS:
Amantes de lo victoriano, aquí tenéis un completísimo catálogo de prendas,
costumbres y expresiones.
PS:
Ah, y la señorita Butterworth es solterona porque lo ha elegido ella, no porque
no hubiera tenido pretendientes. ¡Fijaos la valentía de la autora que, en esa
época, crea un personaje femenino que reniega del matrimonio por voluntad
propia!