Durante la última visita a mi pueblo me encontré con una mujer, amiga de la familia desde siempre y que debe de rondar los sesenta años. No ha estado casada nunca. Me contó que había ido al programa de Juan y Medio –uno de Canal Sur para encontrar pareja-, que había conocido a un hombre con el que había convivido poco más de un año y que lo había dejado (o él la había dejado a ella). Estaba otra vez soltera. Lloró y después dijo: «Si yo sólo quiero un marido, es lo que he querido siempre. ¿Por qué no lo puedo tener?» Casualidades de la vida: esto me pasa justo cuando estoy leyendo La solitaria pasión de Judith Hearne, la extraordinaria novela de Brian Moore que edita de forma impecable –como siempre- Impedimenta, y que narra la historia de una soltera, creyente y mojigata, que lo único que busca es que la quieran. Ella es fea, no tiene dinero ni familia y a veces tira del güisqui barato para soportar su realidad. Podría ser, perfectamente, la literatura del patetismo o de la infelicidad, del fracaso a toda costa. La literatura del desamparo o de la injusticia. La solitaria pasión de Judith Hearne nos conecta con eso a lo que no queremos mirar, a lo que preferimos volver la cara por miedo a que se nos pegue algo. Es una lectura incómoda, pero con una fuerza irresistible.La solitaria pasión de Judith Hearne, considerada la obra más influyente del novelista irlandés Brian Moore, narra la historia de la autodestrucción de una mujer honesta pero débil en el Belfast gris de la posguerra. Heredera directa de las solteronas de Dublineses, de James Joyce, Judith Hearne es una mujer de cierta edad que no conoce el amor, y que poco a poco ha ido cayendo socialmente en desgracia. Es pobre, aunque respetable. Vive en casas de huéspedes. Tiene pocos amigos y aquellos de los que está más cerca solo la toleran por lástima. Sometida a los prejuicios y aprensiones de una educación temerosa de Dios y más preocupada por las apariencias que por la consecución de la felicidad, confinada en una ciudad triste y casi inmóvil, lo que poca gente sabe es que Judith tiene una vida secreta marcada por el estigma de la botella.
«Judy
Hearne, se dijo, tienes que detener esto ahora mismo. Esto de imaginar un
romance con cada hombre con el que te cruzas». Sirvan estas palabras,
sacadas de la página 39, para hacernos una idea fiel de este personaje,
protagonista absoluto de esta reconocida novela de Brian Moore y perfil típico
de la solterona de la posguerra que no sólo no encuentra marido –siendo lo
único a lo que aspira– sino que está en ese punto conformista en el que
cualquiera le vale. Para colmo, la fe no
la consuela, y sus pocos amigos ya no saben qué hacer para quitársela de encima.
La única forma que tiene de ausentarse de este triste panorama es la
bebida, y bebe. ¡Vaya si bebe! Se emborracha casi a diario y va dando
escándalos de los que después no se acuerda y que van desgastando su reputación.
Es algo así como la literatura de
catástrofes sin catástrofes: no pasa nada realmente llamativo, pero el
patetismo y la decadencia se hacen visibles en los pequeños detalles, en ese
inconsistente día a día que se convierte en una lucha desesperada por
sobrevivir, por ser un poquito feliz.
La
solitaria pasión de Judith Hearne no sólo funciona en el fondo sino también
en la forma. La acción se ve ensalzada por un estilo afilado y contundente, con
una narración fluida en la que se van combinando la perspectiva en tercera
persona con los pensamientos íntimos de los personajes, lo que nos da una visión
global, más compleja. Brian Moore se
consolida como un experto en mostrar situaciones dramáticas desde la hilaridad.
Siempre hay un motivo para la sonrisa en el drama y en el dolor. En este uso constante de la ironía coincide con otros escritores británicos de los cincuenta y sesenta, como Penélope Mortimer, Muriel Spark o Stephen Benatar. En esta novela, son
sencillamente maravillosas las escenas del hijo de la dueña de la pensión, las
visitas de la protagonista a la casa de sus únicos amigos o sus borracheras
monumentales.
No seré yo el que ponga en duda que La pasión solitaria de Judith Hearne es
una obra maestra, porque tiene todos los mimbres para serlo. Es la historia de
una mujer a la deriva. Lo que, a simple vista parece una novela costumbrista de
la posguerra sobre la fe, la reputación de las mujeres y la búsqueda del amor
acaba convertido en un tratado devastador
sobre las debilidades del ser humano, un hermoso canto al patetismo del que
cualquiera de nosotros puede ser víctima. El estilo es potentísimo, los
personajes rebosan carisma y la acción avanza melodiosamente hacia la
autodestrucción o la locura. Conozcan a
la señorita Judith Hearne y decidan si ustedes también hubieran salido huyendo
mientras sienten una profunda compasión por ella. No queremos ver el
patetismo, el desamparo o la tristeza, aunque nos lo cuenten tan bien como
Brian Moore en esta novela maravillosa. Ma-ra-vi-llo-sa.
PS: Hubo una adaptación
cinematográfica en 1987 protagonizada por la mismísima Maggie Smith.
PS: Fijaos lo que le llega a decir
la protagonista a Dios: «Dame un gran dolor, una enfermedad horrible, lo que
sea, pero acompañada. Dame a alguien con quien compartirlo.»
Totalmente de acuerdo: una obra maestra absoluta. Qué bien escribe Brian Moore, qué bien retrata a Judith Hearne y, en fin, qué bien todo. Ahora quiero leer "La mujer del médico", del mismo autor, publicada por Contraseña.
ResponderEliminarUn abrazo.
La verdad no sabia de este libro pero me has dejado muy interesado en ella. creo que la tengo que buscar
ResponderEliminarPues no conocía el libro pero me has dejado con ganas de leerlo.
ResponderEliminarBesos
Yo lo tengo pendiente así que te leo por encima ;-)
ResponderEliminarBesos.