Para los de una determinada generación –no muy lejana–, al hablar de un héroe de nueve milímetros nos acordamos de películas como Cariño, he encogido a los niños o de una serie de dibujos entrañable, Los diminutos. Pero los referentes han cambiado y Salamandra apuesta fuerte esta temporada por la novela Infinity Drake, de John MacNally, la historia de un joven que acaba reducido por error al tamaño de una hormiga y cuyo papel será fundamental para proteger a la Humanidad del ataque de un insecto con mucha mala leche. Pero este héroe, que en principio es un pre-adolescente normal, tiene una peculiaridad: le fascinan las ciencias, y ésa será su salvación. Pues sí, se agradece que los nuevos referentes de la literatura juvenil dibujen a jóvenes que se interesan por saber, por formarse y por aprender. Infinity Drake, Los hijos del Scarlatti, es la primera entrega de una serie que, alejándose de eso de ‘La letra con sangre entra’, promete contagiarnos el amor por la ciencia a través de las aventuras, de la intriga y de un ritmo vertiginoso. Pues sigamos, a ver si lo consigue…Aprovechando la ausencia de su abuela, con quien vive desde la muerte de sus padres, Infinity Finn Drake —un chico de doce años apasionado de la ciencia— se marcha unos días a los Pirineos con su tío Al, experto en química atómica, que es convocado de urgencia a una reunión secreta. La situación es grave. Un investigador ha dejado en libertad a uno de los dos únicos ejemplares del scarlatti, un insecto mutante del tamaño de un pulgar y parecido a una avispa, capaz de inocular cientos de dosis de veneno mortal. Consultados los científicos sobre la mejor manera de localizar y liquidar a la bestia, el plan propuesto por el tío Al es el escogido para ejecutar la misión: con ayuda de un acelerador de partículas, se encogerá a una unidad militar de élite que, provista de un helicóptero igualmente diminuto pilotado por la intrépida Delta, deberá perseguir al scarlatti hasta destruirlo. Pero un presunto sabotaje produce un efecto inesperado: Finn también ha sido reducido a un tamaño de nueve milímetros.
La fórmula, en principio, tiene
todos los ingredientes para funcionar: unos personajes medianamente esbozados,
un estilo llano y directo y la dosis suficiente de humor, pero la apuesta, como
era de esperar, tiene un aspecto delicado, una región con arenas movedizas: el
entretenimiento. A veces –pocas, para ser sinceros– el ritmo se resiente y la
narración se vuelve pesada y confusa,
porque las explicaciones científicas quedan a medias o porque, para alguien de
letras como yo, no son del todo claras. Y eso te despega de la historia, te
aleja y te desconecta. El truco, al menos en este caso, es seguir para
adelante, porque el lector vuelve a conectar con la trama pocas páginas después.
Y otro de los puntos que no ha dejado de chirriarme en toda la lectura ha sido
el uso (y abuso) de las onomatopeyas: griiiii,
yuaaappp, ratatatatatatatatatatata, shuuuuf, crakcrakcrakcrakcrak,
zzzzzzzzzvvzzzzz… Cada capítulo está trufado con expresiones y expresiones que
recrean el sonido que hacen todas las
cosas. Sinceramente, no lo he visto necesario, pero… Bueno, supongo que hace
algo parecido a una novela sonora.
Tenemos a un protagonista muy
consistente: un joven sin grandes capacidades, pero con una gran pasión por la
ciencia. Lo acompañan y lo ayudan a brillan su tío excéntrico, su abuela
agobiante, una atrevida piloto y un catálogo de malos malísimos que pretenden
dejar suelto a un bicho modificado genéticamente y acabar con la mayor parte de
la población. El desarrollo de la
historia sigue los cánones clásicos: el planteamiento, el protagonista se
ve convertido en una pieza fundamental, y las grandes aventuras.
Infinity
Drake tiene un público muy concreto: esos jóvenes apasionados por la
ciencia, ésos que se apasionan aprendiendo y que siempre quieren saber más. Y
es un producto con muchas virtudes: aventuras, peligros, intrigas y, sobre
todo, un mundo visto desde una persona de nueve milímetros. Y si algo tengo que aplaudir de esta novela
es que tiene un mensaje muy positivo: que estudiar sirve, que aplicarse en
los estudios sirve, que preocuparse por aprender sirve. Y con eso me quedo:
¡felicidades a Salamandra por la apuesta!
PS: Y aquí os dejo un párrafo:
«Infinito. Todo lo que Finn sabía de su padre –todo lo que necesitaba
saber- se hallaba en su nombre. ¿A quién se le ocurriría ponerle a su hijo el
nombre de un concepto matemático? "Exactamente a la clase de hombre que te
imaginas", diría con nostalgia la madre de Finn, que aseguraba que
fue lo máximo que pudo hacer para evitar que lo llamara E=mc3.»
Pues no pinta nada mal y lo de la ciencia me llama la atencion que para algo estudie Quimica.
ResponderEliminarSaludos