lunes, 17 de julio de 2017

La sonrisa de los peces de piedra


Al morir su abuelo, Jaime descubre que hay un secreto familiar que su madre ha guardado durante años. En el Madrid de los años 80, la época de la movida, la madre de Jaime vivió algo que nunca ha contado a su hijo. ¿Quién es en realidad el padre de Jaime? Solo a través de un cuaderno que va escribiendo su madre podrá conocer la verdad. Esta novela ganó la XIV edición del Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil.

 La literatura juvenil tiene cada vez menos miedo. Me refiero a que le cuesta menos explorar nuevos territorios, sacudirse ciertos corsés y hablar de la vida sin tantos remilgos. Los adolescentes, en esa tierra media que está entre la niñez y la adultez, deben conocer el mundo como es, sin falsos disfraces, sin tontos silencios. Y hoy les voy a hablar de una prueba: La sonrisa de los peces de piedra, el último premio Anaya de Narrativa Infantil y Juvenil, escrito por Rosa Huertas y editado, cómo no, por Anaya, donde conocemos a Jaime, el hijo de una madre soltera que quiere saber quién es su padre, que quiere conocer de una vez por todas sus orígenes. Empieza aquí una investigación que conecta el presente y los años ochenta, la época de la movida madrileña y de los primeros pasos de la Democracia, y que sirve para conocer cómo era su madre de joven, cuáles eran sus sueños y sus debilidades. Y así, aparecen las ausencias y el duelo, las drogas, la música y la fiesta, los secretos, los silencios y hasta las mentiras, un cóctel estimulante y colorido, ingredientes todos de la literatura y la realidad.
            La vida (afortunadamente) está llena de misterios, y mucho más para un adolescente que descubre, casi sin quererlo, que sus orígenes no son los que él pensaba: en una visita al cementerio tras la muerte de su abuelo, encuentra a su madre llorando frente a la tumba de un desconocido. Nuestro protagonista entiende que ese hombre, un tal Santiago, tiene algo que ver con él y empieza a recopilar pistas, a atar cabos, a llegar a conclusiones con la ayuda de la hija de este extraño, recién fallecido. Fíjense el escenario que se dibuja aquí: una muerte –la del abuelo-, una madre soltera y un hijo que entiende que no le han contado la verdad. Tan turbador como la vida misma. Este viaje literario –se hace corto porque se lee en una tarde– nos lleva, como ya anunciaba antes, hasta la movida madrileña de los años 80, ese movimiento artístico cultural que surgió después del Franquismo como una reivindicación de las libertades, de la luz y de la experimentación. Sí, era la época de Alaska, Tino Casal y un montón de grupos más, como Kaka Deluxe, los años en los que los hombres se vestían de mujeres y las mujeres de hombres, en los que no había etiquetas y Almodóvar empezaba a hacer sus películas. Y con todas las ganas de libertad, llegaron las drogas, el sida y otras enfermedades. Todo esto está en la historia como un escenario estimulante, como parte de la historia de nuestros padres y de la historia de España.
            No se asusten. Está todo contado con honestidad, sin excesos ni fealdades, con una dulzura que se agradece. La historia avanza a buen ritmo, con el misterio bien dosificado y los personajes perfectamente definidos. La prosa se presenta sobria y concisa, sin grandes alardes: todo está al servicio de la trama, de la intriga y la sorpresa, de que ningún lector se pierda con los saltos temporales. Y entre esta desazón hay páginas para el amor –cómo no-, para la música y para los poetas románticos, lo que ayuda a crear un retrato creíble y consistente de los adolescentes.
            La sonrisa de los peces de piedra es capaz de mirar a sus lectores jóvenes a los ojos y decirles: os voy a contar una historia sin tonterías, sin enmascarar y sin mareos. Gracias a todo esto, queda una novela madura y valiente, directa como una charla con alguien que ha decidido contarte la verdad, toda la verdad. Porque la literatura juvenil tiene también la misión de contar la vida, de prepararnos para la vida. Y nos encontramos con temas preciosos: las relaciones madres-hijos, la identidad y la empatía, las cosas que uno se calla por no hacer daño a los demás.

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