Elena Francis, un personaje de ficción, se convirtió en la consejera sentimental de las españolas a través de un consultorio de radio. Aunque fue concebido como motor publicitario de una empresa de productos de belleza, la influencia del programa trascendió hasta convertirse en un fenómeno de masas del brazo de la ideología nacionalcatólica. El presente estudio analiza un conjunto de cartas, datado entre 1951 y 1970, que establecen el escenario sentimental, laboral y familiar en el que se movían las mujeres de la clase trabajadora. Las cartas, que en su mayoría no se radiaron, constituyeron una vía de comunicación paralela al programa de radio y se contestaron particularmente, puesto que su contenido excedía la inocente consulta de belleza para describir graves casos de marginación, malos tratos y frustración personal. Este fondo documental confirma la supeditación de la mujer durante la dictadura a un sistema patriarcal que le vetaba la posibilidad de equipararse al varón en el ámbito educativo y social.
Esto,
señores y señoras, es Historia de España, así, en mayúsculas. Es la
experiencia callada de cientos, miles de mujeres durante la Dictadura, de
nuestras abuelas y nuestras bisabuelas, es el reflejo de un país oscuro que estaba
convencido de que ellas –o como las llamaban algunos: el bello sexo– debían perseguir pocas metas en la vida: la de hacer un hogar feliz, la de criar hijos felices, la
de tener al marido feliz. Y la de no quejarse demasiado. En este paisaje, una
voz femenina se alzó para dar consejos, para guiar y consolar. Y ella no es
otra que la señorita Francis, a muchos os sonará el nombre porque estuvo más de
tres décadas en antena. Hoy reseñamos uno de los libros con los que más he
disfrutado, más estimulantes y más interesantes de los últimos años: Las cartas de Elena Francis. Una educación
sentimental bajo el franquismo, un estudio firmado por Armand Balsebre y
Rosario Fontova que trae la editorial Cátedra y que pretende ser una fotografía
exacta de la sociedad de la época a través de las cartas que las entregadísimas
oyentes enviaban a la ficticia señorita Francis y donde le consultaban sobre
belleza, sobre relaciones, infidelidades y noviazgos, y hasta sobre problemillas de economía
familiar. Ya les digo que estamos ante un documento impagable.
27 de noviembre de 1950. Se emite por
primera vez un programa radiofónico que dará a conocer a la consejera más
escuchada y más admirada de la España de la posguerra: Elena Francis. Ella hará historia, sus consejos serán seguidos por miles de mujeres. Aunque el
programa fue, en principio, concebido como un trampolín publicitario para
ciertas marcas de bellezas, se convierte rápidamente en un espacio de
conversación en el que una consejera-amiga-sabia atiende miles de consultas de las
mujeres de la época, a las que se les habían recortado las libertades
conseguidas en la República. El germen de todo esto –de la investigación, de
que tengamos documentación tan valiosa sobre los desvelos femeninos de la
Dictadura- fue la casualidad: en una masía casi abandonada de Cornellá
(Barcelona) se encuentran decenas de sacas con más de un millón de cartas
dirigidas a una misma mujer: Elena Francis. Muchas se quemaron, otras, las más reveladoras,
se guardaron y han servido para cimentar este estudio que sale ahora publicado
en una edición cuidadísima de más de 500 páginas. Elena Francis era la maestra
de esta escuela de educación moral, en la que se hablaba, sobre todo, de
hombres, del hogar y de los niños. Es curiosa la personalidad de esta mujer, entre mojigata y comprensiva, entre dulce y contundente,
entre tajante y protectora. Sus consejos son de los más variopintos. Y para muestra, un botón: “Hágase
la sorda, la muda y la ciega, es lo mejor”. “Los hombres son como niños grandes
a los que nada les gusta más que conquistar”. “La desgracia de una mujer es
siempre otra mujer”, dice en referencia a las que se lían con hombres casados. “Usted
tiene el temperamento amargado y tiene el don de querer amargar a los demás.
Nadie le abrió la cabeza de un sillazo porque tiene la suerte de estar rodeada
de personas educadas y bondadosas”. “La mujer tiene el deber de estar bella”.
Sí, a cualquier lector de este nuevo siglo se le abre la boca de asombro pero
éstas, señores y señoras, eran las consignas de una época, las directrices
habituales para las mujeres honestas.
Ya
les digo, el libro es una auténtica maravilla porque es capaz de retratar desde
lo cotidiano las inquietudes y los sufrimientos de estas mujeres que escuchaban el
programa de radio en la cocina, en la sala de costura o en las fábricas. El
libro está concienzudamente documentado –además, aporta fotos de
gran calidad- y tiene una prosa sencilla y fluida. Lo importante son las
cartas, las oyentes, sus problemas. Hasta la cancelación del programa, en 1984 –treinta
y cuatro años más tarde- no se supo que Elena Francis nunca existió y que eran
otros los que atendían, por escrito, las consultas de las mujeres.
En algunas cartas, los contestadores –no todas las consultas se leían en
antena, pero todas se contestaban como una forma de fidelizar a la audiencia–
anotaban un asterisco: era la señal de que tocaba un tema delicado, como un
intento de suicidio o una violación, aunque nunca se decían con estas palabras,
sino “hizo lo que quiso de mí”, “me hago la dormida y mi hermano…”. Estas
cartas eran, atendiendo a la moral de la época, censuradas. Capítulo aparte merecen los originales pseudónimos con los que las mujeres firmaban sus
cartas y que tenían el propósito de procurar el anonimato a la remitente: La fea, Desgraciada sin remedio, Doña Manchas, Una que ha sido
descubierta…
Las cartas de Elena
Francis es parecido a hurgar en los cajones de nuestras bisabuelas o a ojeras sus diarios o en el joyero de sus secretos. Realmente, esta
investigación habla de las mujeres durante la Dictadura, pero también de un
país, de sus hombres y de sus corsés morales. Las conclusiones son curiosas –entiéndanme
el uso la palabra- y aterradoras al mismo tiempo. El humor lo pone el paso del
tiempo; el terror, la conciencia de lo que tuvieron que sufrir esas mujeres. Lo
que está claro es que Elena Francis fue una madre para todas ellas, una
hermana, una amiga; muchas veces, la única que podía consolar a las mujeres
atribuladas. Señores y señores, esto es Historia de España, nuestra Historia.
Lo peor es que puedes escoger cualquier país y verás casos así... Casi me atrevería a pensar que incluso hoy
ResponderEliminarUn libro interesante para conocer mejor esa época, una época muy difícil para las mujeres. Y lo peor es pensar, como ya han dicho, que todavía hay países en esa misma situación.
ResponderEliminarBesotes!!!
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