Trece escenas y cinco personajes le sirven a Ariel Abadi para poner en pie una historia que habla de manera hilarante y a la vez profunda de la lucha por el poder. Los niños entienden, los padres entienden y hasta el gato entiende lo que ahí sucede.
¿Cuántas
palabras hacen falta para contar una historia? Pues
ya os lo digo yo: pocas, poquísimas, casi ninguna. No más de setenta. Y si no se lo creen,
aquí tienen la prueba: Un rey de quién
sabe dónde, un álbum ilustrado, creado por Ariel Abadi y publicado por la nueva
e interesantísima editorial A fin de cuentos y en el que nos hace una curiosa
reflexión sobre el poder y la lucha por conseguirlo, sobre la necesidad de
tener y conquistar y sobre las consecuencias de esta competitividad.
Os
cuento. El argumento sería algo así como una historia sobre varios reyes que se
enfrentan para ampliar sus dominios y para quedarse con los tesoros del otro… Y hasta ahí puedo contar. Este álbum
ilustrado, con cuarenta páginas, es especial (y estimulante) por varios
motivos: es capaz de contar una historia sin ningún verbo, es decir, entendemos
gracias a los personajes y a los dibujos el devenir de los acontecimientos. La
narración está reducida a lo mínimo, a lo telegráfico, y es parte de su encanto
porque es todo tan esquemático que el propio lector puede dar rienda a su
imaginación. No se lo van a creer: hay 65 palabras e insisto: ningún verbo. En
segundo lugar, y uno de los aspectos que más me fascinan de Un rey de quién sabe dónde es que aborda
desde una aparente infantilidad un tema de tanto calado como es el poder, las
ganas de tener más y las desastrosas consecuencias que eso puede acarrear. Me
explico: no es sólo un álbum para niños sino también para adultos; la
historia se adapta a la mirada y a las necesidades del lector. Y por último, me
parece un gran acierto esta esquematización de la narración porque permite contar una y otra
vez este cuento dándole diferentes matices, buscándole diferentes tramas.
Hablemos
de las ilustraciones –también de Ariel Abadi–, parte indispensable de esta
historia porque son los que le dan una dimensión nueva al texto. Dibujados con
una calidad indiscutible, aportan el humor, la ironía, la gracia, y sirven de
contrapeso a la parte escrita. Y además, tienen la virtud de acompasarse a la
perfección por las palabras. El autor sabe condensar una historia en trece
escenas, pero sobre todo sabe dibujar, sabe ofrecernos unas imágenes con unos
trazos muy precisos, con un uso del color muy armoniosos y con cierto acercamiento
a la caricatura. Funcionan muy bien.
Un rey de quién
sabe dónde es un colorido diálogo con el lector, da igual la edad, dan
igual los conocimientos del lector. Este álbum ilustrado es apasionante y está tan
resumido que es doblemente estimulante. No se dejen engañar por la brevedad
porque ahí, en ese puñado de palabras y en esas ilustraciones, está
posiblemente la historia de la Humanidad, nuestra historia como sociedad. Sólo
les diré una cosa: ya he perdido la cuenta de las veces que me lo he leído o
que le he inventado otra historia a los dibujos.Daniel Blanco
Una de las mejores cosas de los álbumes ilustrados es precisamente lo que comentas, con pocas palabras pero gracias a las ilustraciones sus historias transmiten mucho.
ResponderEliminarUn abrazo