Praga, 10 de agosto de 1942. Hans Krasa, compositor y director de orquesta checo de origen judío, es arrestado por las SS y enviado al campo de concentración de Theresienstadt. Tenía 42 años. Junto a él, son confinados los compositores Gideon Klein, Pavel Haas y Viktor Ullmann, y un buen número de músicos y cantantes. Los mandos nazis, encabezados por Adolf Eichmann, quieren convertir a Theresienstadt en el campo modelo donde mostrar al mundo que a los judíos no sólo no se les extermina sino que se les permite mantener una vida cultural intensa y componer e interpretar música al más alto nivel. Hans Krasa y sus compañeros, que no se engañan sobre el destino que les espera, aceptan el juego diabólico que proponen los nazis con el objetivo de sobrevivir. La música como única forma de evitar el envío al campo de exterminio de Auschwitz y de hermanar a la humanidad condenada. Junto a todos ellos, otro personaje protagoniza esta novela: Elisabeth von Leuenberg, de origen noble y una de las científicas más prominentes de la Alemania nazi.
Ya hemos perdido la cuenta de las veces
que el arte nos ha salvado de la tristeza, de las veces que la
belleza, la genialidad y el talento han hecho del mundo un lugar mejor, más
amable y, por supuesto, más estimulante. ¿Qué sería del hombre –y de la mujer, claro-
sin la creación artística, qué seríamos como sociedad? El arte tiene un poder
indiscutible: el de elevar el alma humana, el de sacarnos lo mejor, de
salvarnos la vida. Y de eso vamos a hablar hoy –de salvar vidas, literalmente-
con la novela Los prisioneros del paraíso,
publicada por Galaxia Gutenberg y escrito por Xavier Güell, en la que nos narra
la historia de un grupo de músicos encerrados en un campo de concentración nazi
que consiguen sobrevivir gracias a la cultura, gracias a estimular
artísticamente a los presos. Se basa en
una historia real –la vida a veces tiene milagros así- en la que se unen dos conceptos
en principio antagónicos: el arte y la muerte, el arte y la inhumanidad.
Estamos en 1942. Las SS detienen en
Praga al compositor y director de orquesta checo de origen judío Hans Krasa y a
un buen puñado de músicos y los encierran en Theresienstadt, uno de los muchos
campos de concentración de los nazis. Los protagonistas lo tiene claro: lo
único importante es sobrevivir y para eso hay que agarrarse al arte, a la
cultura. Y la música les da la respuesta. A pesar del hambre, del hacinamiento
y de la humillación, un grupo de compositores y músicos deciden poner en marcha
un proyecto musical en el que están involucrados los presos y también los niños.
Un trozo de paraíso dentro del infierno. Se preguntarán ustedes por qué dieron
el visto bueno los gobernantes alemanes al proyecto, qué sacaban de todo esto.
Pues muy fácil: la comunidad internacional estaba ya pendiente de esos campos
de concentración y los nazis querían dar una buena imagen, querían demostrarle al mundo que allí todo era idílico, legal y lógico. Y así se forma el milagro: la música salva a unos hombres de la barbarie, de la muerte. Lo más impactante de todo
es que está basado en hecho reales, aunque uno de los protagonistas es una
invención, que sirve para trabajar la estructura del misterio, de la acción y
la intriga.
Xavier Güell, director de orquesta,
firma esta historia tan potente, tan reveladora sobre los horrores del fascismo. No se asusten, no piensen: "Oh,
Dios mío, otra novela más sobre los nazis, qué cansado estoy". No se dejen
lastrar por eso, porque la historia va mucho más allá de ese capítulo horrendo
de la Historia reciente: es sobre hombres que no se rinden, sobre gente que
tiene claro que el arte dignifica el alma humana, que ante el dolor, el
sufrimiento y el hambre, queda el deleite de los sentidos. Es un homenaje a la superación. Su estructura es
sencilla –con elementos cercanos al thriller, con sus guiños al amor- y su
estilo tiende a lo poético, a contar las cosas desde un lugar a veces cercano,
a veces rimbombante. Da igual. Güell sabe que tiene entre manos una historia
que se sostiene sola y él sabe trenzar los mimbres para que quede una narración efectiva.
Los prisioneros del paraíso es como ver crecer una flor
en el desierto. Y entonces, uno tiene que hacer un esfuerzo por entender el
mundo, por comprender que a veces la belleza surge en medio de la nada, entre
la crueldad. Esta historia, inspirada en hechos reales, les recuerda a los
lectores la grandeza del ser humano, su capacidad de supervivencia, de soportar
lo insoportable. Y a esto también ayuda la literatura. Lo doloroso tiene algo
de redención si se cuenta con gusto, con ternura. Donde hay arte siempre hay un
trozo de paraíso.
Este libro no es para mi a pesar de lo bien que hablas de el. Lo dejo pasar.
ResponderEliminarSaludos