Tras su enésima ruptura sentimental, mientras pasea desolado por Central Park en una noche helada, Barrett vislumbra una luz sobrenatural que flota en el aire. En ese mismo momento, su hermano Tyler intenta escribir una canción de amor para su novia enferma cuando faltan pocos días para la boda. Liz y su amante Andrew también contemplan los copos de nieve que cubren la ciudad, preguntándose una vez más por el sentido de las caricias cansadas que se dedican. Todo parece inmóvil, suspendido entre un quizá y un ojalá, pero esa luz... Al igual que en Las horas, Cunningham sorprende a sus personajes en momentos decisivos de sus vidas, instantes en que el placer, el deseo y la rabia se rozan y duelen. Nosotros, los lectores, lo acompañamos en esta aventura donde finalmente la vida respira y deja un hueco para la felicidad.
A
veces, el nombre de un artista queda irremediablemente unido al de su obra
maestra, dos caras de una
misma moneda, como Michael Cunnigham con Las
horas, Picasso con El Guernica o
Miguel Ángel con su David y Rebeca,
con Duro de pelar. (Perdónenme la
licencia), y es entonces cuando la obra define y persigue al artista para
siempre. Sí, La reina de las nieves
–publicada por Lumen– es el nuevo y esperadísimo libro del autor de Las horas, la novela ganadora del premio
Pullitzer hace ya diecisiete años y cuya adaptación cinematográfica le dio a
Nicole Kidman su único Oscar como Virginia Woolf con nariz postiza. Esta vez
toma prestado el título de un cuento de Hans Christian Andersen para, en
apariencia, hablarnos de la soledad, de las drogas y de la dificultad del amor,
aunque en realidad Cunningham esté insistiéndonos, como ya hizo en Cuando cae la noche o en De carne y hueso, en la fragilidad del
ser humano, en el volátil sentido de la vida –una pompa de jabón-, en la
búsqueda de nuestro lugar y en el uso que hacemos de nuestros talentos. Sí, es una novela sobre esos inviernos que
todos llevamos dentro, sobre nosotros, que estamos sedientos de milagros.
El arranque,
la premisa, las primeras páginas nos llevan hasta Borges y su Aleph cuando el protagonista, Barret, un gay de mediana edad que
se recupera de otra ruptura amorosa, cree haber visto una luz extraña en el
cielo durante un paseo nocturno –“y esa luz me ha visto a mí, como un padre que
le dice a un hijo que lo está cuidando”- y esa experiencia mística –¿o la ha
soñado?– le revela su insignificancia: pasó de ser un niño prometedor a un
maduro mediocre, sus relaciones no funcionan y, para colmo, aún vive con su
hermano Tyler, un cantautor drogadicto y fracasado que le escribe canciones de
amor a su novia moribunda. Completan el elenco Liz, una mujer de cincuenta años
que se empareja con veinteañeros; y Andrew, uno de los veinteañeros que queda
fascinado por Liz y cuyos únicos dones son sus músculos y su credulidad. Y todos
parecen estar haciéndose la misma pregunta: ¿Qué es esto de vivir? ¿Qué sentido tiene la vida, y querer a otros?
¿Qué pasará cuando no estemos? ¿Cambiará algo?
Tira
Cunningham de un curioso misticismo: la búsqueda del sentido de la vida a
través de una experiencia pseudo-espiritual, como si esa luz que avista el protagonista fuera una señal de que todo
va a ir bien. Y lo peor –el desencanto- es que no se produce ninguna
mejora. Es este aura el que contagia la trama y el que plantea continuamente la
pregunta: ¿quién no quiere la magia, quién no quiere que algo le haga la vida
más feliz? Los que hemos leído al
autor de Las horas y conocemos su
apuesta narrativa sabemos de su estilo siempre tiende a lo poético o a lo
asombroso –pretencioso, lo llaman algunos-, que se sustenta en esas
conversaciones en apariencia banales, pero que resultan familiares al oído, y
esas divagaciones, a veces excesivas y cargantes, sobre los detalles más
inesperados. Y todo, al final, tiene un sentido, todo parece señalar a la misma
dirección, que es la del menor de los males. Conformarse. Resignarse. Vivir
como se pueda. ¿Y con qué nos encontramos? Con la muerte, las drogas, el amor
amorfo, las cosas triviales que con el paso del tiempo serán importante, pero
que ya es demasiado tarde para valorarlas. Y todo parece incluso más triste
cuando George Bush, el peor presidente de América, según los protagonistas y
muchos de nosotros, está a punto de ser reelegido.
¿Qué tiene
Cunningham que nos obliga a posicionarnos en los extremos, que nos exige las emociones más pasionales? O admiras su prosa o te
resulta artifical e insoportable; o relees una y otra vez sus diálogos y crees
estar llegando al fondo de los personajes o te parecen insignificantes y
fingidos; o sus divagaciones te parecen reveladoras o resoplas y pones los ojos
en blanco de puro hastío. Y lo peor de todo es que todas las opciones pueden
darse en el mismo libro, a lo largo de las páginas, porque así es el autor, y a
eso nos tiene acostumbrado. ¿Qué serían de las emociones sin un poco de
teatralidad? ¿Qué sería de la tristeza sin la espectacularidad de los dramas?
Y eso él lo sabe muy bien.
La reina de las nieves tiene la
habilidad de dejarnos fríos –disculpen la correlación tan tópica-, conmocionados,
tiritando de insignificancia. Esta novela, más compleja de lo que en principio
parece, y más triste de lo que uno espera, tiene el carácter reconocible de
Cunningham, cada vez más místico, cada vez más desencantado. Y el lector va
leyendo con un aura de tristeza, como la cola de un cometa. Y después de leer, ¿qué?
¿Puedo ser más feliz de lo que estoy siendo? Y mientras me recupero, lo único
que me queda claro es que es un placer leer a Cunningham, como si yo también
hubiera visto una luz mágica. Su talento es indiscutible; su voz es peculiar, a pesar de sus excesos.
Me gustan sus historias, aunque a veces, como un familiar extravagante, se vaya
por las ramas y divague hasta la pesadez sobre lo humano y lo divino. Bienvenida,
reina de las nieves.
Hola!!! no lo conocia, pero tiene buena pinta, asi que me lo apunto. GRacias por la reseña
ResponderEliminarUn abrazo
Jaime, pero si quieres conocer al autor, empieza con Las horas. ¡BRUTAL! Un abrazo.
EliminarYo también lo apunto. Lo había visto en la snovedades de Lumen pero no había leído nada de él.
ResponderEliminarPuede que me guste este libro.. aunque a veces se le vaya la pinza al autor y divague xD
Besos
Creo que podría gustarme este libro, pero todavía no me he estrenado con el autor. Y lleva tiempo Las horas entre mis pendientes.
ResponderEliminarBesotes!!!