
Decía Santo Tomás de Aquino algo tan bonito como que un buen amigo te conoce incluso mejor que tú mismo porque él puede verte la espalda, es decir, que tiene una imagen de ti mucho más completa de la que jamás podrás tener tú. La cita era algo así –no es exacta, disculpadme–, pero resume a la perfección la grandeza de la amistad. Y sobre este vínculo tan débil, y a la vez tan sagrado, va este libro, uno de mis favoritos de los últimos tiempos: por su humanidad, por guiarnos con tanta sencillez por las regiones salvajes del ser humano y por contar una de las historias de amigos más conmovedoras (y más reales) que recuerdo. Hoy os hablo de La habitación de invitados, escrita por Helen Garner y publicada por Salamandra, una novela corta –apenas 150 páginas–, que se ha ganado por méritos propios un lugar de honor en La Gran Estantería de mi casa, que no es otra cosa que una estantería donde sólo coloco libros maravillosos. Y ahora os pregunto, porque es ésa también la cuestión que vertebra la historia, ¿tiene límite tu entrega hacia un amigo?Helen, una escritora independiente y de edad madura, prepara con esmero el cuarto de invitados a la espera de la llegada de su vieja amiga Nicola, que va a quedarse tres semanas para someterse a un tratamiento de medicina alternativa, aunque muy pronto se hace evidente que se encuentra más enferma de lo que ella misma está dispuesta a aceptar. Por su parte, Helen, convertida en enfermera, ángel de la guarda y juez, apenas puede disimular su disgusto por la extravagante cura en la que su amiga confía ciegamente. El desacuerdo entre ambas no sólo genera una inesperada brecha en su amistad, sino que las mueve a reflexionar hasta qué punto están dispuestas a sacrificar los intereses propios por ayudar a otra persona.
Nicola, la bohemia y divertida
Nicola, se autoinvita a casa de Helen
para someterse a un novedoso tratamiento contra el cáncer que tiene pinta de
ser un absoluta estafa. Ellas, amigas desde la juventud, se reencuentran con la
mejor de las voluntades, pero enseguida surgen las diferencias, los roces y las
desesperanzas, y las dos se verán obligadas a ceder, pero ¿hasta dónde? Y aquí
tenemos el conflicto, esa catástrofe
silenciosa que va gestándose en la habitación de invitados y que, en
cualquier momento, se hará evidente y lo arrasará todo; nos explotará entre las
manos. ¡Boom! No os preocupéis, no es una novela morbosa ni sentimentalista, ni
tampoco facilona a pesar de hablar de la enfermedad y de la muerte, porque esta
historia reposada y madura aborda algo más profundo: la supervivencia de la
amistad, la entrega y, sobre todo, el
egoísmo. Cuenta la autora –una reputadísima escritora australiana– que la
idea surgió de una experiencia autobiográfica. Ella misma es la desesperada Helen que aparece en la
novela; ella misma tuvo que hacerse egoísta como única forma de salvarse
ella y de salvar su relación con una amiga moribunda. Y qué valiente ha sido,
que le ha puesto nombre a esos sentimientos negativos que todos sacamos en
algún momento y que callamos, por vergüenza o por ser políticamente correctos.
Nos
encontramos ante una de esas tramas en las que, en principio, no pasa nada
llamativo; no hay cliffhangers ni misterios centenarios ni acción, pero eso no
le resta intensidad. Lo importante ocurre sotto
voce, como una corriente subterránea bajo nuestros pies, y es imparable,
letal. La habitación de invitados
demuestra que la vida, a veces, no tiene
grandes titulares, porque lo más trascendental también ocurre como si nada,
sin anunciarse. Y ahora que lo escribo, me doy cuenta de que ése es el adjetivo
perfecta: una novela trascendental y también humana, con una prosa sometida a
un concienzudo proceso de desnudez que puede recordar a los grandes autores americanos,
como Carver. Y eso sólo lo hace más enorme.
No
me canso de recomendar La habitación
de invitados. Y sólo os digo: confiad en mí. Podría hablaros de los premios
que ha ido recogiendo la novela a lo largo de estos años, de cómo la he leído con
lágrimas en los ojos o de por qué releo capítulos algunas noches, en la cama,
pero no os diré nada, porque no quiero sonar demasiado efusivo, aunque es eso
lo que estoy haciendo ahora mismo. Este libro llegó a mis manos por casualidad
–de vez en cuando me compro algún libro desconocido– y me veo en la obligación
de contarle al mundo sus bondades. Quedaos con el título: La habitación de invitados. Y después, dadme las gracias por habérosla descubierto. Pues nada, para eso estamos.
PS:
¿No creéis que todos somos egoístas, en mayor o menor grado?
Queda totalmente apuntado, muchas gracias :D
ResponderEliminarAvísame cuando lo leas, ¿vale? Un abrazo. Dani,
EliminarEl egoísmo.. esa virtud o defecto tan humana que tantas veces nos corroe..
ResponderEliminarno sé, hay gente que peca tanto de egoísmo que debería ser su apellido, y hay otros en cambio, que apenas conocen lo que eso significa... pero sí, supongo que todos alguna vez hemos sido egoístas.. o lo seremos
Me gustan este tipo de libros, así que sí, lo apunto :)
un besito
Jajajaja. "Debería ser su apellido". Qué gracia. Un beso fuerte.
EliminarMe descubres este libro y me dejas con muchas ganas de leerlo. Lo buscaré en la biblio.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es una locuraaaaaaaaaa. Un beso fuerte.
EliminarHola! No lo conocía pero con todo lo que has dicho de él tengo ganas de leerlo ;) Un beso!
ResponderEliminarPues ya me contarás. Un beso!
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