
Murillo, el más famoso pintor de ángeles, se ve envuelto en una oscura trama en la turbulenta, y a la vez devota Sevilla del siglo XVII Un día de enero de 1682 Bartolomé Esteban Murillo cae desde el andamio en elque pinta un cuadro. Obligado al reposo, se refugia en el recuerdo de su vida remontándose a su niñez y adolescencia en la aún poderosa Sevilla, ciudad que poco a poco entrará en su decadencia, asolada por las riadas del Guadalquivir o por epidemias como la de la peste en la que el pintor pierde a tres de sus hijos. Una Sevilla devota y lujuriosa, que se disfraza de la falsa alegoría de su glorioso pasado. Murillo, pintor de Inmaculadas, santos y milagros, también será el favorito de acaudalados mercaderes y aristócratas caprichosos. El mejor pintor de ángeles que se verá envuelto en un turbio asunto que descubre el lado lúbrico y secreto de una Sevilla contradictoria.
La
talentosa Eva Díaz Pérez ha escrito este libro con colores. Con el negro ala de
mosca, el rojo herida de santo, el blanco muerto, el azul de ultramar, el
carmín de Indias y, cómo no, con el rosa carne de ángeles. Un banquete para los
ojos, una avalancha de estímulos. La última novela de esta periodista y
escritora se acerca a la figura del gran Bartolomé Esteban Murillo, el pintor sevillano
del que este año se conmemora el cuarto centenario de su nacimiento (1617),
para contarnos no sólo cómo revolucionó la pintura y cuál fue la fascinación
que despertó entre sus coetáneos sino para darnos a conocer al hombre tras el
artista, para acompañarnos de la mano en un tranquilo paseo por la Sevilla de
la época, por las miserias y las bellezas de la que había sido la ciudad más
importante del mundo. Y en este minucioso retrato cabe todo, sus gentes y sus
supersticiones, sus vírgenes y sus pecadores, la lujuria y la devoción, los
olores, la comida y, sobre todo, la luz que entra a raudales por entre las
páginas. Recomienda el protagonista en un capítulo a sus discípulos: “Pintad el
aire. Pintad el instante. Pintad el silencio”. Algo así hace también la autora
en la novela El color de los ángeles,
publicada por Planeta y llamada a convertirse una guía imprescindible sobre el genial
pintor y su tiempo. Ella contagia el ambiente, ella cuenta la magia.
Arranca la narración con un Murillo
entrado en años, con la vista cada vez más incierta, con las manos cada vez más
inseguras que, tras subirse a un andamio para pintar Los desposorios de Santa Catalina, cae y se ve obligado a
permanecer en la cama, temiéndose lo peor: la muerte. Es este reposo el que lo
lleva a recordar, a hacer balance, a fantasear sobre su vida y sus muchas
muertes –las de sus hijos, su esposa-. Piensa en sus grandes obras y en sus
grandes momentos, en los duros años de la peste, en las gentes que ha conocido,
Velázquez, Miguel de Mañara o Juan Rana, y, sobre todo, en el papel de la
pintura. Y ojo, porque tenemos aquí uno de los cimientos de la novela: las
reflexiones sobre el arte, sobre sus responsabilidades y sus valentías, sobre
su afán de inmortalizar lo mortal, sobre esa tendencia a embellecer lo feo y a
denunciar lo triste. Y se van abriendo en la novela ventanas intelectualmente
estimulantes, debates interesantísimos sobre la pintura, sobre su deber y su
verdad. Hay escenas de gran ternura como las de su mujer, Beatriz, que, tras
perder a sus tres hijos, se pasea por Sevilla buscando los cuadros en los que su marido pintó la cara de sus pequeños. ¿No es ése la intención
última de cualquier artista, hacer eterno lo que no dura? Y Eva Díaz Pérez se
siente como pez en el agua ante tales debates porque los aborda desde su
conocimiento, desde su indiscutible lucidez. Y se preocupa de poner en valor su legado, de repetirnos que parte de la imagen
que tenemos del Siglo de Oro es gracias a él, a sus lienzos con los pícaros y los niños
mendigos.
El
color de los ángeles suena a otra época, tiene la virtud de transportarnos.
Es verosímil porque somos capaces de ver-creer-sentir que caminamos junto a
Murillo bajo esa luz y esos colores, que entendemos al artista, que nos
asomamos a esa ciudad devastada por la peste que se va avanzando hacia su decadencia. Consigue este (hiper)realismo gracias a un estilo que tiende a lo poético, que se deja
contagiar de lo barroco y de los claroscuros, y gracias también a la precisión
de la autora a la hora de dibujar los escenarios. Eva Díaz Pérez sabe, y sabe
tanto que lo cuenta con exhaustividad. Ella es generosa en detalles y en
pequeñeces, en los matices. La novela, por otra parte, no tiene una estructura narrativa al uso;
es decir, no hay un desarrollo cronológico de unos hechos. Son más bien
capítulos sueltos que a modo de pinceladas va conformando un paisaje, van ayudándonos a entender al artista y su mundo.
El
color de los ángeles viene a humanizar la figura de Murillo, a enseñarnos
el hombre que (sobre)vivía detrás del artista, a ponernos en valor su trabajo,
su perfeccionismo, su aportación a la pintura. La autora comparte su sabiduría y nos lo cuenta con ternura y cercanía, con cierto
carácter didáctico, señalándonos con el dedo lo fascinante, lo importante, lo
curioso. Nos enseña los mercados del arte y la devoción, nos enseña esa ciudad
fascinante y contradictoria, nos enseña el valor de la pintura. Y el lector sólo tiene que dejarse llevar, que
disfrutar, que asentir. Porque ¿quién no necesita una guía como ella, como Eva Díaz Pérez?
Aunque el personaje no me apasiona especialmente, me habéis convencido de las bondades de esta guía, no me importaría echarle un ojo.
ResponderEliminarBesos.
A mí me gustó mucho el libro y descubrí muchas cosas sobre el pintor que desconocía. Besos
ResponderEliminarMe encanta esta novela, muy buena reseña. Por si es de vuestro interés os dejo un enlace a una web que conocí hace poco que tiene una selección de libros estupenda: https://eltinteroeditorial.com/libros-interesantes-para-leer
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