miércoles, 31 de agosto de 2016

Los Sioux


Los Benoir componen una aristocrática y excéntrica familia que, debido a sus altas cotas de esnobismo y a su carácter entre original y amoral, se ve arrastrada hacia las situaciones más desconcertantes. Un nuevo miembro acaba de llegar a sus filas después de que la prepotente Marguerite «Mimí» Benoir, una belleza que cambia de marido como quien cambia de camisa, se haya casado con todo un caballero: Vincent Castleton, que aporta al matrimonio su flema inglesa y un toque cockney. Ella, a su vez, lleva consigo a George, un niño de nueve años fruto de un primer enlace con un primo suyo que falleció en un desgraciado accidente. Junto a una enorme fortuna, el pequeño ha heredado una terrible enfermedad y un soberbio carácter. La convivencia de todos estos peculiares personajes hará que salga a la luz lo más estrambótico de una ya de por sí extravagante estirpe.


En esta globalización que intenta hacernos a todos iguales y que impone modas cada vez más cortas aparece, de repente, algo verdaderamente extravagante-excéntrico-nuevo, ante lo que uno sólo puede asombrarse, dejarse fascinar y desarrollar una mezcla entre la vergüenza ajena, la envidia y la admiración. Hablemos hoy de un rara avis. Los Sioux, escrita por Irene Handl a mediados del siglo pasado y recuperada por una de las editoriales más valientes de nuestro panorama, Impedimenta, se presenta como una obra imposible de clasificar dentro de un género: todos se le quedan pequeños, son inservibles. Esta historia, a medio camino entre la comedia de situación y el drama de catástrofes sin catástrofes, tiene un latido propio, casi peligroso. Marguerite Benoir, viuda de un marido y divorciada de otro, se acaba de casar con un caballero inglés, Vincent Castleton. Ella, además, tiene un hijo, George Marie, aquejado de una extraña enfermedad que lo ha convertido en un niño en apariencia frágil y complicado de carácter. El recién estrenado esposo, indisimuladamente feliz, queda fascinado con el niño y se convierte, en cierto modo, en su protector mientras va descubriendo las malas artes de Marguerite, sus modos bruscos, sus palabras despiadadas. Castleton tendrá que aprender a convivir con los desquiciantes Benoir –exagerados, excesivos, caprichosos, malhumorados- y poner un poco de orden en su propia casa mientras piensa que quizás su matrimonio se vaya al traste, pero si se separan… ¿qué pasará con el niño?
            Por mucho que yo hable de que la protagonista sale fuera de lo común, que es mordaz e ingeniosa, escrupulosa y agotadora, no creo que se hagan una idea de la magnificencia de su personaje. Imagínense, y sólo por poner algún ejemplo, esa madre que le dice a su hijo enfermo de diez años perlas como: “Estás tan cansado que te has vuelto un poco idiota” o “No todos son tan tontos como tú”, además de incómodas conversaciones sobre sus caprichos o el gusto del niño por la leche materna. Ella a veces incluso se avergüenza de su hijo: “Mi hijo siempre ha sido pálido. Lo siento si te molesta”. Es Los Sioux una reflexión sobre la maternidad extraña porque Marguerite está loca por su pequeño, pero de un modo dramático y terrible, de una forma espeluznante. Parece como si la autora nos dijera que hay maneras y maneras de querer a un hijo. Y sí, esta novela, que en principio puede leerse como una comedia (peculiar), termina convertida en una historia de una profunda claustrofobia: esos personajes asfixiados por la madre desquiciada y encerrados en una vida de superficialidades y absurdas convenciones sociales, de amores férreos. Los afectos también son una responsabilidad. Todos parecen atrapados, encerrados y sin posibilidad de escape. La historia, a pesar de la dureza, está contada con un sutil sentido del humor.
            Se nota que la autora, Irene Handl, fue actriz –de hecho, participó en más de cien películas- porque Los Sioux puede leerse casi como obra de teatro: los diálogos, rápidos como una metralleta, están construidos con maestría, son exquisitos en cierta manera y, la mayoría de las veces, disparatados. Atención a los lectores del siglo veintiuno, porque durante páginas y páginas parece que no pasa nada porque los personajes parlotean de cosas banales, de una superficialidad mal entendida. El ritmo es sosegado –nadie debería tener prisa al leer esta novela- y la prosa está muy cuidada. El estilo subraya ese ambiente torcido, ese malestar latente.
            Los Sioux, escrita en el año 1965, sigue asombrándonos medio siglo después, por su extravagancia, por su capacidad para descolocar e inquietar al lector, por sus diálogos delirantes. Esta historia podría ser una comedia oscura o un drama luminoso, o una mezcla caótica de personajes que no se saben muy bien qué quieren, tan caótica como la vida misma, como cualquiera de nosotros. Irene Handl firmó una obra con un sello propio y con un argumento delicadísimo –a veces da la sensación de que no pasa nada-, pero deja al lector con la certeza de que está leyendo algo nuevo, algo diferente, de que está asistiendo a un ejercicio literario inusual. Y como trasfondo de todo, el extraño amor de una madre hacia su hijo. 

lunes, 22 de agosto de 2016

Esplendor


Una luminosa historia de amor entre dos hombres se abre paso en una sociedad marcada por el prejuicio. ¿Llegará el día en el que tengamos el coraje de ser nosotros mismos?Ésta es la pregunta que se plantean los dos inolvidables protagonistas de esta novela.Dos niños, dos hombres, dos increíbles destinos. Uno es intrépido e inquieto; el otro, sufrido y atormentado. Una identidad hecha pedazos que es necesario recomponer.Una conexión absoluta que se impone, la hoja de un cuchillo en el filo del precipicio de toda una existencia.Guido y Constantino se alejan, kilómetros de distancia los separan, establecen nuevas relaciones, pero la necesidad del otro se resiste en aquel primitivo abandono que los lleva a ellos mismos al lugar en el que descubrieron el amor. Un lugar frágil y viril, trágico como la negación, ambicioso como el deseo.

No me canso de leer del amor y sus disfraces; no me canso de admirar a los enamorados ni de asombrarme por las locuras que hacen. Yo siempre aplaudo los excesos del amor, por muy extravagantes que sean, e incluso me fascina el sufrimiento porque, a pesar de todo, querer a alguien es el mejor dolor posible. Seix Barral –gracias, gracias, gracias- nos trae, tres años después de su publicación en italiano, Esplendor, la nueva novela de Margaret Mazzantini, que ya firmó novelas No te muevas o La palabra más hermosa, una durísima historia de amor masculino –porque hay vida más allá de Brokeback Mountain-, un recorrido por la vida de dos hombres inseguros y hambrientos, un retrato de la evolución de Italia durante los últimos cincuenta años. Esta novela nos recuerda el amor, sus obstáculos y sus caídas, la imposibilidad de escapar.
            Es una novela sobre el amor homosexual, sí, porque los protagonistas son dos hombres, pero ahí encontramos todos los arrebatos posibles: la atracción, el rechazo, la necesidad, la huida y hasta el silencio. Esplendor es una historia triste con una potencia narrativa indiscutible. Mazzantini maneja los tiempos, las elipsis y la evolución de la trama, hace con los ritmos lo que quiere: nos acelera, nos calma, nos hace sudar. El estilo, aunque poderoso y con una incansable tendencia a lo poético, a lo barroco, puede resultar en algunos párrafos pasados de rosca, pero nada reseñable ante la brutalidad de la historia. Es más, hay algunas páginas narradas con una belleza enternecedora. La autora consigue, casi sin que nos demos cuenta, ir desnudando a los personajes, abrirnos el camino para enseñarnos sus laberintos, sus incongruencias, sus heridas. No hace concesiones al sentimentalismo barato –o al menos, yo no las he visto- porque así es, a veces, la forma de amar: dura y grotesca, sin orden ni concierto.
            Y cuántos vaivenes encontramos en la novela: desde lo dulce a lo salvaje, desde lo pasional a lo escabroso, desde lo devocional a lo vengativo. La autora nos lleva adonde quiere. Mazzanini despliega sus habilidades literarias para invitarnos a la búsqueda de la identidad, de saber qué somos y de saber qué esperan los demás de nosotros. Esplendor es una historia íntima, de ésas que casi da pudor leer porque no se deja nada en el tintero, pero es también el reflejo de una época. Aquí tenemos el retrato de unos personajes condenados a la infelicidad, de una sociedad que consigue doblegar el deseo, de unas decisiones desacertadas. ¡Cuánto arrepentimiento hay en estas páginas, cuántos lamentos! Y la autora se vuelve a veces reflexiva y nos dice que, cuando el presente no nos ofrece nada, sólo nos quedan los recuerdos y la esperanza. Y así sobrevivimos.
            Esplendor me ha tenido en vilo los tres días que me ha durado. Cuando no estaba leyéndolo sólo pensaba en que tenía que leer. Cuando hacía cualquier actividad cotidiana –cocinar, comprar fruta o mirar al cielo- me recordaba que había una historia que me tenía conmovido y con el ánimo revuelto. Ya ven, a veces la frontera entre la vida y la literatura son, afortunadamente, permeables. Gracias a Seix Barral por traernos esta joya (rotunda, brillante), y gracias a la autora por la valentía a la hora de narrar con tanta precisión los amores masculinos, las particularidades del paisaje emocional de los machos –y uso esta palabra de forma consciente, porque los protagonistas son dos animales, dos bestias enamoradas-. Y el resultado es, sin duda, efectivo, un zarandeo continuo, un ladrido en el pecho. Y en la novela habla de homofobia, de rechazo y de oscuridades, pero… ¿quién quiere hablar de eso cuando tenemos enfrente una de las historias de amor más apasionantes que he leído? Yo no. Que le den a los que no saben amar ni alegrarse del amor.   

jueves, 18 de agosto de 2016

Cómeme si te atreves


Babia tiene diecisiete años, una guitarra, un gato que se llamaMousse de chocolatey unos cuantos kilos de más que el resto del mundo se empeña en recordarle. El verano toma un giro inesperado cuando Daniel Creek regresa a su vida, justo en el momento en el que ella acaba de aceptar ser la acompañante y casamentera de su prima Helena para ganar un dinero extra. Pese a las advertencias de su tía Gloria, Babia decide que solamente tendrá que pasar dos meses más aparentando y después no volverá a verles. Un inesperado giro de los acontecimientos hace que Babia, Helena y Daniel terminen trabajando en el mismo sitio durante todo el verano. Y esto hará que la amistad de Babia y Daniel cuando eran pequeños resurja y con ella todos los sentimientos que Babia trataba de esconder fingiendo que no le echaba de menos. ¿Es capaz un beso de despertar todos los recuerdos que viven en nuestros corazones?

Hay gente que, afortunadamente, tiene el don de la ternura, de hacer que todo parezca fácil y bello, de enseñarnos a mirar el mundo con otros ojos. Hay gente, o más bien escritores, cuyos libros son sólo el resultado lógico de la magia que desprenden. Daniel Ojeda es, sin duda, uno de ellos y Cómeme si te atreves lo corrobora. Su incursión en el mundo literario de la mano de Roca Editorial, viene a hablarnos de lo cotidiano –los amores y los silencios, las vergüenzas y las valentías, los dolores y las esperanzas-, pero desde un punto de vista nuevo y dulce para enseñarnos su filosofía de vida, una colorida y vitalista, para recordarnos los pequeños placeres del día a día, para aplaudir nuestras imperfecciones. Babia tiene sobrepeso porque le gusta comer –y ella lo reconoce sin problemas-, pero tiene algo mucho más importante: carisma. Es lanzada, resolutiva, cariñosa y, sobre todo, sincera con sus emociones. Y durante un verano, su mundo se pondrá patas arriba. Helena y Daniel tendrán la culpa. (Miren la sinopsis).
              El autor tiene muy claro el efecto que quiere crear en el lector desde el principio: una especie de asombro permanente, de contemplación de lo bello y lo bonito, un amago de sonrisa. Y lo consigue gracias a varios aciertos: en primer lugar, una historia tierna, con un desarrollo bien construido, como si la trama siguiera su evolución natural; los personajes, como ya esbozaba en el párrafo anterior, están perfilados con mucha inteligencia: tienen fallos, luces y sombras, logros y pérdidas porque, en definitiva, todos lo hacen lo mejor que saben. Y por último, encontramos un estilo cuidado, que tiende siempre a lo poético y en el que cada palabra está colocada con pulcritud. Daniel Ojeda se despacha a gusto con metáforas, comparaciones y simbolismos varios. Sí, es un estilo preciosista, sin prisas, que se recrea en la sonoridad y en las imágenes. Con respecto a los temas, están presentes el amor a uno mismo y la autoestima, el amor a los demás y la vergüenza, la aceptación del pasado y el orgullo, la amistad y el empeño por ser felices. El autor retrata con mucho gancho el complejo universo de las relaciones.
            Cómeme si te atreves es literatura juvenil, sí. O no. Porque también es eso tan de moda de crossover, es decir, que le gustará a una parte del público adulto. La historia, de por sí, tiene madurez y aborda asuntos más o menos delicados sin caer en los tópicos ni en los lugares comunes. Daniel Ojeda juega con la sorpresa, tanto en la trama como en el estilo, y no se olvida en ningún capítulo del humor, de la ironía, de los juegos de palabras. Y, aquí lo aplaudo sin contemplaciones, además crea una protagonista imperfecta. Por fin, empiezan a salir en literatura personajes principales que no son perfectas ni valientes ni tienen que ser ejemplares a todas horas. Babia es una chica normal y eso, sinceramente, se agradece.
            Cómeme si te atreves es un guiño a lo bonito de la vida y a la gente bonita. Es una de esas historias que te reconcilian con la vida, que te hacen esperar un futuro mejor y más brillante y que nos hace creer en la magia, pero no en esa magia de mundos extraños, sino en la que nos espera en el umbral de nuestra casa o de camino al supermercado. El autor ha plasmado su visión del mundo en esta historia tierna, tiernísima, donde conocemos a una protagonista sin complejos y con un gran compromiso con la vida. Daniel Ojeda, te seguimos, te esperamos. 

martes, 9 de agosto de 2016

Andarás perdido por el mundo


Yavé condenó a Caín a andar perdido por el mundo y esa maldición (muy atenuada y, a menudo, cargada de humor) alcanza también a los protagonistas de estos catorce relatos, que viven un poco desorientados, cada uno en un rincón del mundo. En el libro aparecen ciudades rusas, una lujosa mansión de Santa Mónica, el Londres del jubileo de Isabel II, aldeas africanas con mezquitas junto al mar, una piscina pública de Florencia, el París del joven Héctor Berlioz, un pueblo castellano con su psiquiátrico en fiestas o barrios populares de Burgos y Madrid. En estas páginas, animadas por un impulso juvenil irresistible, suenan músicas hermosísimas: el Concierto en sol mayor de Ravel, valses de Granados y obras de Dutilleux, Cherubini o Borodín (y también un mambo y villancicos). Se recitan versos de Rilke y de Gloria Fuertes y hay homenajes a Chéjov, Leskov o Céline.


Ya lo decía el premio Nobel Juan Ramón Jiménez –sí, ése de Platero es pequeño, peludo, suave…- hace casi un siglo en unas declaraciones propias de un visionario: “Escribir largo, ancho y tendido es mucho más fácil que escribir corto, breve y aislado”. No he dejado de pensar en mi paisano y en esa curiosa concepción de las letras durante la estimulante lectura de Andarás perdido por el mundo, el libro de relatos publicado por Ediciones del Viento y escrito por Óscar Esquivias (Burgos, 1972), un talentoso narrador con el don de la precisión (y muchas cosas más). Escribo sobre este libro con una ligera sensación febril: lo he terminado hace una hora y me ha dejado turbado, todavía rendido ante estas catorce historias, por la capacidad del autor para abordar el complejo mundo de las relaciones, los silencios y las expectativas, por ese tino a la hora de decidir qué contar y cuándo callarse, por la complicidad que crea con el lector –el narrador se lleva tendiendo puentes toda la obra- gracias a un estilo cercano, a esa pretendida cotidianidad, a su peculiar mirada.
Inescrutables son los caminos del Señor e inescrutables son también las sendas del deseo. Muchos son sus disfraces y, a veces, penosas sus consecuencias. El deseo, como esqueleto que va atravesando este libro de relatos, es a la vez, motor de la acción y desorden del mundo. El deseo mudo. El deseo homosexual (mucho). El deseo indeseado. El deseo peligroso. Y casi siempre, con una melodía de fondo: la música, símbolo de la belleza inequívoca, de lo bonito de la vida. En estas historias están los incendios invisibles, las ganas de besar, la carne y la canción, el hastío del mundo, la huida hacia ninguna parte y esa sensación que democratiza a los personajes que aparecen: andarás perdido por el mundo. ¿Es que sólo importan en el mundo la música y el deseo? Pues seguramente. Fíjense, cuando oigo a Aretha Franklin, siempre pienso: qué fácil debe de ser cantar así. Lo mismo siento con el autor, porque hace que esa habilidad para contar historias parezca indiscutible, al alcance de la mano, algo innato. Óscar Esquivias acierta de lleno al trabajar la virtud de la imprevisibilidad: sus relatos no se saben hacia dónde van a evolucionar, el desarrollo es siempre inesperado y sorprendente. Leer estos cuentos es como un atravesar un bosque en una mañana de niebla.
No es que los personajes estén trazados con tino –que lo están-, no es que los juegos temporales estén hilvanados con la precisión de un sastre –que lo están-, no es que los finales nos dejen unos segundos suspendidos en esa tierra de nadie que hay entre la literatura y la vida –que nos deja-, no es que la prosa combine con maestría sencillez y efectismo -que lo hace-. Es algo más, algo que ocurre muy pocas veces y que es una especie de carisma, un je ne sais quoi que está presente en todos los relatos –un perfume, un guiño, una melodía- y que hace de la lectura un ejercicio adictivo: uno sólo quiere tirarse de cabeza, hundirse hasta el fondo. Óscar Esquivias tiene un ramillete de referencias muy potentes y que maneja a la perfección: musicales, literarias, cinéfilas y religiosas. Y en sus historias caben un niño que descubre el mundo en un cine, un latino que parece chino y finge ser chino, un adolescente que no sabe gestionar el embarazo de una compañera de clase, dos músicos resacosos que sólo piensan en el deseo y en la posesión. Y todos podemos ser nosotros, en algún momento, en alguna vida.
El mundo se asoma a estos relatos, y estos relatos le hacen un guiño al mundo. En cada historia –y aquí radica su éxito- estamos nosotros, hay un trozo de nuestro universo y de nuestro desconcierto. La lectura Andarás perdido por el mundo, de Ediciones del Viento, es un descubrimiento, un fogonazo de belleza, un bostezo dentro del pecho. Esta recopilación de relatos, que se cuela SIN DUDA entre lo mejor del año, me ha dejado una sensación de vacío, de ser abandonado de alguna manera: eso me pasa por crear lazos afectivos tan intensos con estos relatos. Y la culpa –la bendita culpa- la tiene el autor.
          Óscar Esquivias, a sus pies. 

jueves, 4 de agosto de 2016

Un hombre bueno


Esta colección de relatos sobre el amor, el deseo y la soledad tienen un punto de vista transgresor y están tratados desde una visión cosmopolita por una de las voces más originales de la narrativa corta de Argentina. Una escritora que sorprende en el panorama de la literatura argentina… Una gran observadora y traductora de los estados de ánimo de sus personajes; los examina a fondo con una feroz ironía, pero sin perder la delicadeza.»

Se publican pocos libros de relatos. Se leen pocos libros de relatos. Y se habla poco de los libros de relatos. Parece como si leer cuentos nos (me) diera pereza: eso de estar continuamente entrando en una historia para despedirse pocas páginas después. Sí, es eso: a veces me convenzo de que no tengo tiempo para leer relatos, de que no es el momento adecuado. Sin embargo, este verano he querido salir de mi zona de confort y me he leído una recopilación de cuentos firmados por María Fasce, escritora y directora editorial de Alfaguara, que además ha sido galardonada con el Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz justo por esta obra. Un hombre bueno lo forman catorce historias-estampas en las que la autora tantea ese terreno intermedio, fronterizo quizás, entre la vida y la literatura, porque en las dos importan los detalles, los silencios y las palabras: nos presenta un vía-crucis de escenas aparentemente cotidianas para hablarnos de algo más grande, de esas sensaciones que palpitan bajo los gestos más rutinarios, y en las que encontramos la melancolía, las ilusiones –no demasiado duraderas-, las ansias de querer y ser querido, las decepciones y las expectativas. Y como en la vida, sus cuentos tienen finales difusos, dejando claro que el silencio que les sigue es también parte de la historia.
            La pluma de María Fasce parece inofensiva: su forma de narrar es suave y casi inocente, sin grandes alardes estilísticos, anclándose a lo sencillo, a lo sonoro. Lo suyo parece la transcripción de la palabra escuchada. Y así, como una observadora profesional, habla, una y otra vez, de los grandes temas del ser humano: el deseo, el rechazo, la supervivencia. Y también la literatura. Sí, es curioso pero en todos los relatos se asoma el escritor, el personaje que pare historias y construye mundos imaginarios, en un intento por mezclar dos universos: el literario y el real. Y al final parece que los dos están armados de lo mismo: de la palabra, de las historias. Todo lo que conocemos se traduce en historias. Tienen estos relatos un regusto amargo o nostálgico, como una pena leve parecida a una brisa.
            Y si hay que resaltar algo de esta recopilación es el gusto por lo pequeño, por esos dolores chicos que se vuelven grandes, y ese acierto a la hora de abordar las relaciones entre las personas: las expectativas que volcamos en los demás, los miedos que nos enmudecen, las palabras que nos guardamos. En los cuentos hay referencias frecuentes a escritores, a libros, a versos: otra vez ese puente entre los dos mundos. Los titulados La torre y La cabellera me han gustado especialmente por ese tino para dejar intuir un universo entero a través de pocas pinceladas.
            Un hombre bueno es la particular mirada de María Fasce sobre el mundo: una mirada que se posa y después, vuela hacia otro punto. En estos cuentos está el afán por entender a las personas y la forma en las que nos relacionamos, en las que nos comunicamos, y es aquí cuando salen las debilidades y los quebrantos humanos. La vida se nutre de esos momentos aparentemente banales. Anímense con estas historias pequeñas, que se leen de una sentada, para comprobar lo complicado que es escribir corto y breve. Y la autora sale victoriosa. Y no se asusten, los cuentos son más luminosos que la portada.  

PS: La edición es muy cuidada, a pesar de un par de errores ortográficos.