martes, 13 de noviembre de 2018

El dolor de los demás


En la Nochebuena de 1995, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a su hermana y se quitó la vida saltando por un barranco. Ocurrió en un pequeño caserío de la huerta de Murcia. Nadie supo nunca el porqué. La investigación se cerró y el crimen quedó para siempre en el olvido. Veinte años después, cuando las heridas parecen haber dejado de sangrar y el duelo se ha consumado, el escritor decide regresar a la huerta y, metiéndose en la piel de un detective, intenta reconstruir aquella noche trágica que marcó el fin de su adolescencia. Pero viajar en el tiempo es siempre alterar el pasado, y la investigación despertará unos fantasmas que creía haber dejado atrás: la infancia marcada por la Iglesia, el pecado y la culpa; la presencia constante de la enfermedad y la muerte; el universo opresivo y cerrado del que un día consiguió salir. Y con ellos emergerá también la experiencia de una nostalgia contradictoria: la memoria de una felicidad velada, el reencuentro con un origen injustamente sepultado.


Tener la historia es el primer paso para cualquier escritor, para cualquier periodista. Es un momento epifánico cuando, como una aparición, se presenta ante el pobre creador la inspiración. ¡Ahí está! ¡Aleluya! El argumento, la respuesta, la luz. Uno, muchas veces, tira de vivencias de otros o se agarra a la imaginación, sin ser consciente de que su próxima novela está delante de sus ojos y de que ha formado parte de su vida desde siempre. Algo así es lo que le ocurrió a Miguel Ángel Hernández, que ahora publica con Anagrama El dolor de los demás, una reconstrucción de un suceso de hace más de veinte años, cuando su mejor amigo se tira por un barranco después de matar violentamente a su hermana. Fue la noche de Navidad cuando el autor, vecino del asesino y casi testigo de los hechos, era un joven tímido, religioso y desubicado en la huerta murciana. Y de repente, detrás de estos recuerdos y muchos años después, brotan todos los impulsos del escritor: la necesidad de contar, de buscar respuestas, de entender los motivos y de observar el dolor de los demás.
            El autor se suma a la tendencia de la autoficción y de la metaliteratura –tan de moda, tan recurrente– y por una razón muy sencilla porque El dolor de los demás no es sólo una historia con cierto regusto detectivesco –el narrador se lleva toda la obra intentando acceder a los detalles de la investigación, a los resultados de las autopsias, a las declaraciones de sus paisanos– sino una reconstrucción de un hecho trágico para hablar de la identidad del autor (¿quién era él de joven?), del peso del ayer en el hoy y de sus orígenes, para ofrecer un auténtico ejercicio de escritura. Porque esta obra no es más que un libro sobre el proceso de escribir sobre un hecho tan cercano, sobre esa magia que es la de transformar un acontecimiento en palabras. Y el lector, mientras espera el resultado –que no es otro que conocer los porqués de ese asesinato, entender qué relación había entre los hermanos para que acabaran así– va entrando sin darse cuenta en el relato de Hernández, en sus pasos como investigador y periodista, en esa historia en la que parece que habla de los demás, pero habla de sí mismo, de su memoria y de profesión de escritor. 
            Sorprende y se agradece que un hecho tan espeluznante –todo lo que eso trajo consigo esté narrado con un tono tan sobrio, tan meditado. No hay lugar para el morbo ni para el amarillismo. La película va por otro sitio, porque no es una novela sobre ese asesinato sino sobre cómo uno asimila un hecho así en su propio entorno. Y ahí está –y eso lo hace muy bien Hernández la palabra, con su poder creador y transformador, con su poder, por qué no, sanador. Porque a veces, sólo poniéndole palabras a las vivencias uno consigue reconciliarse con ellas.
            El dolor de los demás no es un producto común, no es una historia al uso. No es un thriller, no es una novela negra, no es un manual para escribir sobre uno mismo, y a la vez es todo eso. Hernández nos lleva por los caminos espinosos de la creación, de la muerte y la memoria. Y no, los verdaderos protagonistas de esta historia no son el asesino y su hermana asesinada sino el propio autor, que en el proceso de escritura de esta tragedia se enfrenta a sus propios fantasmas y a sus propias pesadillas, a intentar entender cómo ese dolor ha ido fosilizando en él, cómo lo ha transformado. Porque quizás uno nunca llega a entender el sufrimiento de los demás, sólo el propio, el que sigue dentro. Y eso ya es bastante. 

lunes, 12 de noviembre de 2018

Denuncia inmediata


Un joven viaja por el mundo en busca de iluminación; una estudiante de origen indio seduce a un profesor buscando una salida desesperada a la situación de su familia; un poeta fracasado acaba dejándose arrastrar por la tentación del dinero; un sexólogo tiene un perturbador encuentro sexual en una selva remota; un matrimonio que empezó por conveniencia acaba en desastre; un músico que toca el clavicordio se enfrenta a la dificultad de combinar su arte con su condición de esposo y padre y termina perseguido por unos cobradores de morosos; uuna mujer visita a una vieja amiga a la que le están haciendo pruebas para saber si padece alzhéimer y le regala un libro que ambas adoraban en su juventud... Jeffrey Eugenides, que ha demostrado su capacidad para ahondar en la complejidad de las relaciones humanas, continúa su exploración en esta envolvente colección de cuentos. Nos encontramos aquí una vez más con hombres y mujeres que se enfrentan a sus miedos, toman decisiones drásticas y se adentran en territorios desconocidos.


Me dejó en un extraño estado de hipnosis con Las vírgenes suicidas. Después, me noqueó con Middlesex, una novela a la que miro con cierto recelo porque me removió tanto que no podía creer que un libro, un simple libro, tuviera el poder de aturdirme de esta forma. Y ahora, Jeffrey Eugenides vuelve a hacerlo. Preparaos todos, apriétense los cinturones porque Anagrama publica en castellano Denuncia Inmediata, una exquisita recopilación de relatos protagonizados por enamorados, soñadores y trabajadores, todos fracasados, todos incapaces de gestionar su frustración. Y lo avanzo desde ya: este autor ha firmado la que es mi mejor lectura del año. No tengo dudas. Ahora os explico por qué.
            Denuncia inmediata habla de ti y de mí, habla del vecino y del que te mira por encima del hombro en la cola del banco. Estos relatos se nutren de la clase media para hablarnos de esas frustraciones que todos despreciamos, que no podemos creer que tengan algún tipo de lirismo. El autor lo hace. Y ahí tenemos dos ancianas amigas que siguen viviendo de los recuerdos, un hombre en una selva perdida que cree entrever el sentido del universo, una mujer que quiere quedarse embarazada a toda costa (insisto: a toda costa), un hombre que sobrestima su talento y pone en peligro el bienestar de su familia, una denuncia falsa de violación para librarse de un matrimonio concertado, y así, una pasarela de personajes que nos provocan algo intermedio entre la compasión y la repugnancia. Y hay dos columnas sobre las que se levanta este edificio literario, curioso, cuajado de detalles, y son el dinero y el sexo. Sí, esas dos metas parecen democratizarnos a todos, parecen ser el origen de casi todas las frustraciones del hombre.
            Si hay algo que nos deja claro el autor con Denuncia inmediata es que trabaja el cuento con la misma precisión que las novelas. Sus relatos son como semillas que, si se dejaran florecer, podrían convertirse en novelas, en rocambolescas historias. Eugenides pule al milímetro la prosa, trabaja los diálogos con el oído y no se achanta al tratar grandes temas de la humanidad en historias de no más de veinte páginas. El universo, la vejez, la soledad y la maldad. La hipocresía, la excitación sexual, el amor condicional. Denuncia inmediata es, en cierto modo, una especie de homenaje a él y a su literatura porque los relatos ocupan un periodo de treinta años, desde 1988 hasta 2017, aunque no están ordenados de forma cronológica. Comprobamos que hay una constante en su obra: conocer la penumbra del ser humano, sus dobleces y sus laberintos. Y mis títulos favoritos, a ver si coincidimos, son Jeringa de cocina y Denuncia inmediata.
            Denuncia inmediata se parece más a vivir que a leer. ¿Por qué? Por la insólita habilidad del autor para usar la palabra como un arma, para rebelarse, para defenderse, para atacar. Sí, el lector de esta recopilación de cuentos se expone a no salir indemne porque en esas historias está lo que no queremos ver, lo que no queremos ser, lo que no queremos que nos recuerden. Bastante frustración hay ya en el día a día como para que nos lo planten en la cara. Y entre estas páginas hay un mundo y un descubrimiento, y Jeffrey Eugenides es, sin lugar a dudas, un visionario, un genio, como cuando Galileo descubrió que la Tierra era redonda. Aquí, en estos cuentos, conocemos cuál es la verdadera forma del ser humano. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

Hotel Graybar


En este debut, Curtis Dawkins, condenado a cadena perpetua por el asesinato de un hombre, retrata la vida de la prisión y sus habitantes. A través de diferentes relatos y narradores, Dawkins revela las idiosincrasias, el tedio y la desesperación de sus compañeros de celda y la lucha de éstos por mantener vivas sus almas a pesar de su situación. También se describen los entresijos de la cárcel: cómo funciona el sistema de trueque, basado en los tatuajes; los juegos de cartas o el tráfico de cigarrillos.


Él es la última sensación en la literatura norteamericana. Los críticos se han rendido de forma casi unánime a su trabajo, sus lectores se cuentan ya por miles y su primer libro de relatos va camino de convertirse en un auténtico fenómeno editorial que traspasa fronteras. ¿Quién es él? Curtis Dawkins cumple condena en una cárcel de Estados Unidos por matar a un hombre durante un atraco, posiblemente mientras estaba bajo los efectos de las drogas. No saldrá nunca de ahí porque la pena que le impuso el juez fue cadena perpetua. Encerrado toda la vida. Sin posibilidad de reducción de condena. Tiene 50 años y lleva preso casi quince. Él dice arrepentirse, confiesa que no pasa ni un solo día sin lamentarse por lo que ocurrió. Está casado, tiene tres hijos y cuenta que su única ilusión es escribir, que siente que ha recuperado algo desde que habla de lo que le rodea. Y de esto vamos a hablar precisamente ahora, de su primer libro, Hotel Graybar, que trae a España la editorial Seix Barral y que no es más que una colección de catorce cuentos, todos con el mismo escenario, el carcelario, donde ofrece, desde una mirada lúcida y original, pequeños retazos de la vida entre rejas. La muerte, el deseo, la amistad. La desazón, la oscuridad y la esperanza. ¿Qué pasa en la cárcel, cómo son los días, a qué se agarra un preso? Dawkins nos lo cuenta.
            Hotel Graybar es el nombre con el que se refieren a la prisión los que se avergüenzan de haber estado allí para hacerle creer a su entorno que están de viaje, que andan fuera de la ciudad durante una temporada. Y como ocurre en un hotel, la cárcel es también un micro universo donde confluye gente de distinto pelaje, donde pasan cosas que no suelen pasar fuera, donde uno entra sabiendo que la vida real es lo que pasa a las afueras, que eso es sólo un paréntesis. Y no hay lugar a dudas de que el gran logro de este libro de relatos es el escenario en el que se desarrollan sus historias. Os lo digo en serio, Dawkins tiene la enorme habilidad de saber crear esos espacios claustrofóbicos, esa atmósfera densa y pestilente, esa poca luz que ilumina las celdas, esa sensación de poca intimidad. Y en este contexto se producen las relaciones entre los presos, se establece la ley del más fuerte. Contados por un narrador que bien podría ser el mismo, nos habla desde dentro de los intentos de suicidios, de las mentiras y las largas charlas en la oscuridad, de los afectos espontáneos, de las llamadas al exterior, de las cenas en el comedor. Tiene cierto espíritu intimista, cierto gusto reflexivo por entender qué les importa a los que acaban entre rejas. 
            Tiene Curtis Dawkins, sin duda, una voz peculiar. Me refiero no sólo a que sabe contar sin morbo y sin caer en los tópicos sobre las cárceles, sino que exhibe una manera novedosa de narrar. Su mundo es diferente y la forma en la que une las palabras, también. El narrador se para en detalles en los que cualquiera pasaría de largo, reproduce escenas en apariencia banales, da los datos justos, los precisos para levantar imágenes. Aun así, es un guía perfecto: caminamos por él por los pasillos y las celdas, y somos capaces de entender su mundo, su necesidad de observarlo todo para sobrevivir, su negativa a sacrificar el humor. Tiene en su forma de contar un toque de ironía, de seguir sintiéndose un pez fuera del agua.
            En esta época en la que el relato está tan denostado, Hotel Graybar nos trae un soplo de aire fresco, irónicamente desde dentro de la cárcel. Sus relatos son duros y tiernos, contundentes y esperanzados, lúcidos y aterradores. Sus escenas, basadas en hechos y personajes reales, según él, aglutinan la esencia humana, pone sobre la mesa los debates antiguos del ser humano. Y bueno, encima con este libro colea el debate moral de si las obras deben ser juzgadas por los actos de sus creadores. ¿Se puede decir que son buenos los relatos de un asesino? Pues posiblemente, sí. Bienvenidos todos al Hotel Graybar. Disfruten de la estancia.