Cosida en la chaqueta, justo sobre el corazón, tal y como dictan las normas en una Praga ocupada por los nazis, una estrella convierte a Josef Roubíček en un forastero en su propia ciudad. Él, que era un tipo tan normal e inofensivo que resultaba casi anodino, se ve obligado ahora a esconderse en una buhardilla de las afueras con la única compañía de un gato, a trabajar como sepulturero en el cementerio y a mantenerse alejado de ciertas calles. Aparentemente destinado al transporte a los campos de exterminio, su vida se centrará a partir de entonces en la supervivencia y en las cosas sorprendentemente pequeñas —una cebolla, un libro, un amor perdido— a las que se aferra para perseverar. Vida con estrella es, ante todo, una fábula conmovedora e inquietante sobre la dignidad que nos demuestra que sobrevivir contra toda probabilidad es el mayor acto de resistencia que se puede concebir.
Hay algo peor que el horror y no es otra
cosa que la amenaza del horror. Hay algo más grande que el
dolor, que el sufrimiento o que la humillación y es imaginarse esos dolores,
esos sufrimientos y esas humillaciones, esperarlos con el alma agarrotada, no
saber en qué día, en qué hora, en qué momento llegarán. Pero tener la certeza
de que llegarán. No hay marcha atrás: la vida ha empezado a cambiar hacia algo
infinitamente peor. Así, en este sórdido escenario, (sobre)vive el protagonista
de la novela que reseñamos hoy, Vida con
estrella, del autor judío Jiri Weil y publicada por la valiente editorial
Impedimenta y en la que volvemos a Praga de los años de la ocupación nazi para
mostrarnos una perspectiva diferente, quizás olvidada, la de los judíos que se
quedaron en las ciudades, cada vez más oprimidos, más empobrecidos, esperando
el destino. Su destino. Una novela de una sensibilidad extraordinaria sobre la
soledad y los muchos miedos, sobre bajar la cabeza y arrastrar los pies, sobre
el desgaste emocional de un hombre sin esperanza y sin futuro, sobre eso tan
terrible de esperar lo peor.
El optimismo del título es sólo un
espejismo. La única estrella que tienen las vidas de los protagonistas es la
que llevan cosida al pecho, una bien grande, amarilla y en la que se puede leer
‘Jude’, que los marca como parias y que hacen que los señalen con el dedo, que
no puedan caminar por algunas calles y avenidas, que deban subirse en el último
vagón del tranvía o que tengan toques de queda. Ellos, los judíos, se han
quedado desposeídos de sus derechos como ciudadanos y de todas sus propiedades;
de hecho, Josef Roubicek, el personaje principal, se dedica a quemar o a romper
sus pertenencias para que no se las quede el gobierno nazi. Eso le reconforta
más que entregarlas, son sus pequeñas muestras de rebeldía. Y así sobrevive
este hombre, empobrecido, casi sin comer, obligado a trabajar en un cementerio
y agobiado por los recuerdos de su amada, que intentó convencerlo para huir. Lo
único que lo salvan son los pequeños placeres cotidianos –un café, un rayo de
sol, una palabra-, las atenciones de un gato callejero, las conversaciones
imaginarias, la victoria de un día más vivo. Y así es su rutina, cada vez más
estrecha, más oscura; y él descubre que es un ser miedoso: “por miedo los
hombres son capaces de hacer cualquier cosa que se les ordene, hasta conducir a
sus hermanos a la muerte”.
Jiri Weil prescinde de los horrores,
de la sangre o de las brutalidades explícitas. Aquí no tenemos campos de concentración
ni torturas, ni tampoco ejecuciones. Es todo mucho más sutil e igual de
terrible: un mosaico de la vida cotidiana de quienes saben qué esperar, de los
que no saben si merece la pena luchar. No hay escapatoria, no hay esperanza. Y
para contarnos esta historia de desconsuelo, de abnegación utiliza un estilo
dulce y preciosista, de una prosa impecable –qué bien trabajo también el de la
traductora, Patricia Gonzalo de Jesús- y de un gusto exquisito por los
detalles, por mostrarnos esos pequeños gestos, esas derrotas invisibles. Fíjense,
que tras su publicación, en 1949, esta novela no gustó porque la consideraban
derrotista.
Vida
con estrella se levanta sobre la amenaza del terror, sobre esa angustiosa
espera del sufrimiento, del dolor de los que viven bajo la opresión nazi.
¿Cuándo vendrán? ¿Me matarán? ¿Adónde me llevarán, a uno de esos barcos que
llevan a alta mar y los dejan que se hundan? Y mientras tanto, la vida se
desmorona, el pasado se desmorona y hasta la propia rebeldía se desmorona. Es
un personaje que se va debilitando, que va perdiendo su esencia: él convertido
en un extraño en su propia ciudad. Y es un magnífico retrato de ese espanto
nazi, pero desde un punto de vista menos llamativo quizás, pero igual de conmovedor.
Autores de primera línea, como los Philip Roth o Arthur Miller, se muestran
apasionados con esta novela. Y ahora que lo pienso, quizás el optimismo del título
no sea sólo un espejismo sino una victoria. ¿Qué mayor acto de rebeldía puede
haber para estos judíos que seguir vivos, que sobrevivir? Ninguno.
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