
Elisabeth, ingeniera de patentes del Instituto Pasteur, ha entrado en la sesentena, está triste por la muerte de su madre, melancólica por el recuerdo de un amor de juventud perdido y algo más sola desde que su hijo se ha independizado. Por lo demás, vive una existencia plácida y monótona con su marido Pierre. Para alegrar el ánimo, decide organizar una fiesta de primavera a la que invita a varios amigos y vecinos, entre ellos los Manoscrivi, que viven en el piso de arriba. Él, Jean-Lino, también enfila la sesentena, y ella, Lydie, es cantante de jazz aficionada. Acabada la fiesta, en plena noche, alguien llama a la puerta de Elisabeth y Pierre. Es Jean-Lino, el vecino de arriba. Lo que les contará, agitado, lo que les pedirá a ambos que hagan, va a cambiar el curso de la velada sin remedio.
Su nombre les suena, ¿verdad? Ella es Yasmina
Reza, la escritora-actriz-dramaturga francesa que nos dejó con la boca abierta después
de hacernos reflexionar sobre lo civilizados que (erróneamente) creemos que somos, sobre la
violencia que llevamos en los genes, sobre la dificultad de la palabra para resolver ciertos conflictos en Un dios salvaje –la historia de dos
parejas que se reúnen para solucionar una pelea de sus hijos y terminan como
el rosario de la aurora: léanla y vean la película, con Kate Winslet y Jodie Foster-
y que ahora vuelve a la actualidad literaria gracias a Babilonia, una novela publicada por Anagrama, y en la que nos habla
de esas decisiones absurdas,
irresponsables, que los seres humanos tomamos sólo para darle un poco de
dinamismo a nuestras vidas, sólo para sentir que el aburrimiento no nos ha
engullido por completo. El personaje principal, Elizabeth, es una mujer de
sesenta años que organiza una pequeña cena en su casa, y lo que parece una
velada normal termina convertido en una aventura (peligrosa), en la
prueba de que ella es lanzada y que está hambrienta de estímulos, y de que el entorno, por muy
predecible que parezca, puede sorprendernos de cualquier manera y a la mínima
de cambio. La triste, la resignada, la mujer que se encoge de hombros –y que
protagoniza la novela- resucita gracias a un hecho terrible, a una sorpresa oscura.
Los
hechos en Babilonia se suceden en el
interior de un edificio, en un espacio cerrado y sombrío, sólo abierto al mundo
por ventanas pequeñas y balcones incómodos; este escenario funciona como símbolo de la falta de
ilusiones, de la imposibilidad de tocar el paisaje y de escapar porque todo lo que rodea es soso, separado de la luz y de los ruidos. Es también una metáfora del último tramo
de la vida: la vejez, donde la vida sólo se ve de lejos, el momento en el que uno mira demasiado atrás, en el que
uno hace balance y todos los logros le parecen demasiado pobres, demasiado cortos.
Elizabeth, esta mujer –listísima, brillante, exitosa– permite que
el mundo, su mundo, se dinamite ante sus ojos durante una sola noche. Sí,
porque una noche es suficiente para darle a la vida otra dimensión. La novela se
va transformando a medida que se avanza con la lectura: empieza siendo una
historia intimista, con un fuerte componente psicológico, para ir mutando en
algo parecido a un thriller, a una historia de sangre y policías. Y todo vuelve
a insistir sobre lo mismo: lo único que quiere la protagonista es que su vida descarrile,
aunque sea sólo una vez.
Tiene
algo esta historia de La señora Dalloway,
de Virginia Woolf (“La señora Dalloway, siempre organizando fiestas para
ocultar su vacío”). Es quizás la protagonista: esa mujer que se obsesiona con
los detalles para no pensar en lo importante, para no asomarse al abismo del
pasado. Y aquí juega un papel fundamental la mirada de Yasmina Reza: esa
capacidad de hablarnos de lo aparentemente banal, de enseñarnos lo justo para
conocer a los personajes, de describirnos espacios que son más bien estados de
ánimos o posiciones en el mundo. Sí, es esa prosa envolvente, absolutamente camaleónica
con la que parece querer entender el mundo. Y va enseñándonos un auténtico
catálogo de debilidades humanas, como el egoísmo y la búsqueda desesperada del placer, la
incapacidad para conectar con un dolor que no nos afecta directamente, la violencia que palpita
bajo la piel y que a veces sale al menor roce, la sensación de que la vida es
lo más parecido a una fotografía –el pasado se diluye, el futuro son nubes-, la
alegría que cada uno se inventa para sobrevivir. Babilonia, merecedora del prestigioso premio Renaudot, toma el
título de los salmos bíblicos y de esa ciudad que quería construir una torre
hacia el cielo y que fue castigada por Dios con la confusión de lenguas.
Babilonia
es la catástrofe que se esconde en lo cotidiano, la crueldad que guardamos bajo las alfombras. Es una tragicomedia aparentemente inofensiva sobre esa
gente que parece normal, esa gente a la que saludamos al cruzarnos en el ascensor, pero la historia termina convertida en un grito desesperado sobre
el paso del tiempo, sobre la necesidad de sentir, sobre el aburrimiento que se
acumula un día tras otro como una capa de polvo y frente al que, a veces, la vida
sólo nos deja una solución: soplarlo con todas nuestras fuerzas aunque nos haga
llorar, aunque de repente nos veamos inmersos en una nube de suciedad. Porque donde se posa la mirada de Yasmina Reza, el mundo parece interesante sin esfuerzo, sin necesidad de adornos.
Y bueno, les dejo un adelanto, un par de párrafos que confirman el talento narrativo de la autora: “Ahora tengo sesenta
y dos años. No podría decir que he sabido ser feliz en la vida, no podría
puntuarme con un siete a la hora de mi muerte, como ese colega de Pierre que
dijo bueno, pongamos un siete, yo diría más bien un seis, porque me daría menos
la impresión de ser ingrata o de herir a alguien, diría un seis haciendo
trampa. ¿Cambiará eso algo cuando esté bajo tierra? A todo el mundo le
importará un pito el que haya sabido o no ser feliz en la vida, y a mí también
me importará un pito”.
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