miércoles, 18 de marzo de 2015

Ni rubia ni pelirroja


David, un guionista un poco negro, es el artífice de la serie de televisión más exitosa de la historia, ‘Vuela, Amanda’, que, temporada tras temporada, arrasa entre el público. Su protagonista, Amanda, es un personaje un tanto grotesco, aunque Eva, la actriz que lo interpreta, está encantada con ella. Sin embargo, un día, una desconocida, harta de Amanda, decide buscar por tierra y cielo al creador del personaje con el fin de que intente hacerla más real. Hasta que lo consiga, vivirá todo tipo de enredos e intrigas. Al fin y al cabo, el mundo de la tele no queda tan lejos del mundo real, y sus miserias y alegrías tampoco son tan diferentes.
 Antes de empezar, dejemos las cosas claras: Alberto Rey sabe mucho de televisión y también de series, maneja a sus antojo los códigos de la ironía, el doble sentido y la hijoputez graciosa, y además tiene el don de no tomarse nada (ni siquiera a él mismo) demasiado en serio. Si no, díganme ustedes, cómo iba a escribir una novela ligera para chicas –éstas son palabras suyas– riéndose de las novelas ligeras para chicas; y encima salir airoso del reto. Lo que en principio no parece más que un ejercicio literario que busca, a toda costa, entretener se vuelve algo mucho más complejo a medida que avanza la lectura: es una novela sobre escribir una novela, es un extravagante retrato de los entresijos de la televisión y de la fama, es también una reflexión más o menos seria sobre el feminismo, el arte moderno y la tomadura de pelo, sobre la frustración de los treintañeros. Ni rubia ni pelirroja es, a grandes rasgos, una historia sobre bajarse los pantalones (en sentido metafórico). El debut literario de este popular crítico televisivo –¿conocéis su blog en elmundo.es, Asesino en serie?– viene respaldado por Martínez Roca (Planeta). Y antes de seguir, dejemos también claro que la sinopsis oficial no le hace justicia al texto.
            Insisto a menudo en que el narrador no es el autor, es decir, que la voz que cuenta la historia –cualquier historia– es también una construcción y tiene un tono, una visión y unas características que no tienen por qué coincidir con los de la persona que firma el libro. En Ni rubia ni pelirroja, los dos se parecen demasiado. Dos gotas de agua, como Mary Kate y Ashley Olsen: el narrador y el señor Rey son igual de deslenguados y de mordaces, tienen la misma tendencia a sacarle punta a todo, y a no callarse (casi) nada. Para los que seguimos al autor en alguna red social es fácil reconocer su eco en el narrador. «Es muy tú», le diría si lo tuviera delante. «Es TAN tú». Hay una conexión inmediata con la novela porque el narrador rompe sin tapujos lo que en teatro sería la cuarta pared y nos habla continuamente a los lectores, como si efectivamente estuviera de nuestra parte y se cachondeara de su propia historia. El argumento no puede ser más sencillo: un joven escritor que ha pasado desapercibido con un par de libros intensos se vende a una editorial para escribir una historia ligera para chicas que, por una carambola del destino, resulta un bombazo. La grotesca protagonista se convierte en un ídolo de masas, y el éxito, que viene de no sé dónde, está a punto de engullirlos.
            La foto que acompaña la biografía en la solapa del libro es una declaración de intenciones en toda regla: tenemos a un Albero Rey en blanco y negro leyendo (del revés) Dubliners, esa densa colección de relatos de James Joyce sobre la parálisis cultural de la Europa del principios de siglo pasado. Referencias a Sexo en Nueva York y a Madame Bovary, a Shakespare y a su Tito Andrónico, a los Manolos (los zapatos): todo cabe en este batiburrillo loco que es Ni rubia ni pelirroja, y que podría parecerse, por ejemplo, a la decoración de la casa de Alaska y Mario; esa combinación gamberra-burlona-desquiciada de iconos que nos ofrece la cultura pop, esa regla no escrita de la postmodernidad que es la de reírnos de todo. Esta novela, quizá por la influencia televisiva del autor, está estructurada en capítulos cortísimos, que recuerdan al montaje audiovisual: escenas que se suceden y que van marcando el ritmo de una prosa moldeada desde el habla cotidiana y que parece que se lee con el oído, porque estamos escuchando al narrador contándonos la historia.
            Ni rubia ni pelirroja tiene la extraña habilidad de la cercanía, de parecer una historia contada por un amigo. Que hay que reírse de todo, incluso de uno mismo, es algo que Alberto Rey parece tener muy bien aprendido. En esta trama todo es disparatado y estrambótico, sí, y también sorprendente, aunque el autor es en todo momento consciente de lo que está haciendo y del juego que le propone a los lectores. Esta primera novela funciona, sobre todo gracias a ese elemento autoparódico, y cumple con creces su objetivo, que no es otro que el de divertir de principio a fin. Yo cada vez lo tengo más claro, la gracia es un don que tiene o no se tiene. Y el narrador, o el autor, o los dos, la tienen. Permítanse ser gamberros, y lean esta novela. Y después, denme las gracias por recomendársela.

8 comentarios:

  1. Hola!
    Pues me ha llamado bastante la atención, me lo apunto para futuras lecturas.
    Besos
    Mis momentos de relax.

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  2. No conocia el libro y me ha llamado la atencion, me lo apunto que tiene muy buena pinta.

    Saludos

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  3. ¡Hola!
    Me ha llamado mucho la atención el tema y el libro, así que sin duda me lo apunto :) tengo mucho que leer, pero buscaré hacerle un espacio.
    Nea.

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  4. pues ala, como yo, que soy castaña clara.. ^^ jajaja
    pues no sé, parece al mens divertido, habrá que probar
    un beesito

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  5. No conocía ni a la novela ni al autor, pero tengo que admitir que, tras la sinopsis que ya me ha llamado la atención, tu reseña me ha terminado de convencer. Me lo apunto y espero disfrutarlo tanto como tú.

    Un besito.

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  6. No le hubiera hecho mucho caso a este libro, pero me has dejado con curiosidad.
    Besotes!!!

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  7. Qué curiosidad me ha entrado. Es el típico en el que no me pararía ;) Besos!

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  8. A nosotras nos llama mucho, así que seguramente terminemos cayendo.

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