viernes, 13 de marzo de 2015

La cigarra del octavo día


SINOPSIS: Agarra el pomo de la puerta y abre. Kiwako sabe que los días laborables, a partir de las ocho y diez de la mañana, el apartamento no está cerrado con llave durante veinte minutos. No hay nadie. En este intervalo dejan solo al bebé. «No voy a hacer nada malo. Sólo quiero verlo un momento.» Kiwako se acerca a la cuna. El bebé llora, tuerce la boca; a pesar de sus ojos llorosos, sonríe. Sí, claramente ha sonreído. La mujer murmura como si estuviera hechizada: «Te protegeré. Voy a protegerte para siempre», así que se desabrocha el abrigo para meter dentro el bebé, como si lo envolviera. Después, empieza a correr a ciegas. Desde ese día, Kiwako y el bebé robado vivirán una huida sin fin.
 Aún no he conseguido sacudirme este libro de encima, y mirad que lo he intentado. ¿No os ha pasado que, por ejemplo, estáis leyendo una historia protagonizada por un alcohólico y os parece que toda vuestra casa huele a alcohol? A mí sí, y lo mismo me ha ocurrido con La cigarra del octavo día: he sentido la huida como mía, he sentido cerca a los personajes, he sido capaz de revisar mis convicciones morales. Como ya habéis intuido en la sinopsis, esta historia ahonda en la maternidad a cualquier precio, en la arbitrariedad de los vínculos afectivos y en la búsqueda desesperada de esa ración de felicidad a la que todos tenemos derecho. No os desvelo nada si os digo que la novela arranca –y de qué forma– con una mujer que entra en una casa ajena con la única intención de ver a un bebé recién nacido aprovechando un momento en el que los padres no están. Pero algo se remueve en su interior y ella escapa con una hija que no es suya. Ése es el principio –y a partir de aquí no hay tregua– de la inquietante La cigarra del octavo día, la primera novela traducida al castellano de Mitsuyo Kakuta, publicada aquí por Galaxia Gutenberg en una fantástica edición de pasta dura, y con una portada preciosa.
            Las cigarras, quizá no lo sepáis, tardan mucho en pisar la superficie. Una vez que han salido de debajo de la tierra, sólo viven siete días. Y con este símil, queda establecido muy claramente el concepto que atraviesa, como una corriente subterránea, toda la historia y que no es otro que la revisión de los límites. Y fijaos, Kakuta usa la maternidad para proponernos un debate sobre la infinidad de tipos de madres que podemos encontrar, porque cada una de ellas lo hace lo mejor que puede, de la única forma que sabe. La cigarra del octavo día está dividida en dos grandes bloques, que se desarrollan en tiempos diferentes y con narradores distintos. Y notaréis que mi reseña está contenida, como el estilo de Kakuta, porque no quiero desvelaros nada: parte del encanto de esta historia es acompañar a las protagonistas en su huida, cargar también con sus angustias, con sus miedos, con sus arrebatos, enfrentaros a lo desconocido.
            Me atrevería a decir que es una novela muy japonesa, y no sólo en esa contención narrativa que nos deja un estilo delicado –sin excesos- y tranquilo, como si no hubiera prisas ninguna, como si tuviéramos toda la tarde por delante para tomarnos un sake, sino también en la propia concepción de la historia: ese respeto por los personajes, por sus acciones y, sobre todo, por sus sentimientos. Y atención, que aquí la autora se moja: en esto de tener hijos parece que la madre siempre tiene más responsabilidades que el padre. Me imagino esta novela susurrada, con una elegancia indiscutible; y aclaro que esto no le quita nervio ni intensidad. Y me acuerdo de Tanizaki, y su Elogio de la sombra, en su capacidad para captar el enigma de lo oscuro, lo más oculto del ser humano.
            ¿Lo oís? Es el canto de la cigarra del octavo día. La novela de Mitsuyo Kakuta, una auténtica escritora superventas en su Japón natal, es algo así como un thriller emocional, un viaje desesperado hacia la felicidad o, más bien, una huida a toda costa de la frustración. Una maravilla. No hay hueco para el aburrimiento en esta historia sobre la maternidad, sobre la relación entre las madres y los hijos –y cómo eso marca el futuro de los niños–, sobre los límites del bien y del mal. Una inteligente reflexión sobre la alegría o la desgracia y sobre cómo, tanto la una como la otra, llegan casi siempre por azar, por circunstancias que uno no ha elegido. Esta novela sólo nos exige a los lectores una cosa, valentía; y además, hace algo maravilloso: nos pone a prueba. ¿Y si termináis cogiéndole cariño a una persona que ha hecho algo despreciable? Avisad si os la leéis y decidme cómo habéis conseguido sacudíosla de encima.


PS: Si fueras una cigarra, ¿elegirías vivir ese octavo día o no querrías ver que las demás mueren antes que tú? 

3 comentarios:

  1. No me termina de convencer asi que por el momento lo voy a dejar pasar.

    Saludos

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  2. A mí eso de que no se me quitan de encima me pasa a veces con los de King que empiezo a ver las cosas que cuenta por todas partes jajajajajaja!!! Un besazo! Me lo apunto! Ya te contaré!

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  3. Solo con tu primera frase ya me habías convencido. Tengo que leer este libro que tanto te ha llegado y tanto te ha hecho pensar.
    Besotes!!!

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