viernes, 6 de marzo de 2015

Los amigos


En clase, a Yamashita lo llaman el gordinflón, Kiyama es tan larguirucho que le dicen «espárrago» y Kawabe tiene fama de raro porque cada vez que habla de su padre se inventa una profesión distinta. Los tres tienen doce años y una vida normal hasta que la abuela de Yamashita muere. Entonces experimentan una súbita curiosidad por la muerte: ¿qué pasará después?, ¿qué expresión se le quedará a uno al morir?, ¿existen los espíritus? En busca de respuestas, deciden espiar a un anciano que vive cerca del colegio porque han oído comentar a un adulto que morirá pronto. Sólo es cuestión de organizarse para no perderle de vista. Y de que él no se dé cuenta, claro.
 Al final va a ser verdad eso de que los niños guardan los secretos del mundo. Con sus mentes maleables y aún libres de prejuicios, son capaces de buscarles las respuestas más simples, y también más lógicas, a los misterios que nos rodean. Y hoy vamos a reavivar el antiquísimo debate sobre la muerte de la mano de tres chavales que, a raíz de la muerte de la abuela de uno de ellos, se preguntan qué hay después de la vida, qué pasa cuando desaparecemos. Los amigos, la entrañable novela de Kazumi Yamoto, llega a España recuperada por Nocturna Ediciones, veinte años después de su publicación en Japón y de ser un auténtico fenómeno en Estados Unidos. Hasta se hizo una película basada en el libro. El planteamiento de la novela no puede ser más tierno: a estos tres niños protagonistas, ante su curiosidad por saber cómo es la muerte, sólo se les ocurre una cosa: montar guardia en el jardín de un anciano del que se dice que la va a palmar pronto. Y hacen turnos, y esperan (y se despesperan), mientras llega el fin.   
            Lo más curioso de todo es cómo un libro que habla sobre la muerte puede convertirse en una defensa de la vida y, sobre todo, de la vida con sentido: «Un tío mío me dijo hace mucho, mucho tiempo que morirse es dejar de respirar. En aquel entonces, le creí. Pero ahora sé que no es verdad. Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo». A mí, os lo confieso, me asustan los libros/las películas protagonizados por niños. ¿Y por qué? Pues porque es muy complicado que los adultos que escriben estas historias no pongan en sus labios reflexiones de mayores. Y entonces, queda un resultado grotesco: un niño con palabrería de adulto. ¡Un monstruo! Y sale airosa la escritora Kazumi Yumoto de este reto en Los amigos, porque se mantiene durante toda la novela en ese mundo de los niños, con pensamientos y con acciones de niños. Ella es capaz de abordar el asunto con sencillez, nada chirría dentro de la historia. El cóctel le sale bien: jovencitos de doce años hablando de la muerte, de matar y de la guerra, de los miedos, de la vejez y la derrota. Y nosotros, como adultos, leemos sus reflexiones con sorpresa y hasta con ternura. En nuestra mente, ya fosilizada, los debates son más rígidos, y las conclusiones, menos originales. «Si todos morimos, ¿por qué le tenemos miedo?»
            Atención, lectores occidentales acostumbrados a los tiros, a las persecuciones y a los cliffhangers: Los amigos tiene un ritmo narrativo diferente del que estamos acostumbrados. La historia se detiene en los detalles, no pasan grandes cosas ni hay sorprendentes quiebros en el argumento: todo se desarrolla desde la cotidianeidad, desde la vida rutinaria de tres personajes bien esbozados a los que, durante un periodo de sus vidas, todo parece recordarles a la muerte. Por ejemplo, uno está a punto de ahogarse, un anciano les habla de la guerra y de cómo se vio obligado a matar a gente… Y a pesar de todo, tiene esa dulzura japonesa, esa delicadeza en la prosa, como esa música de campanillas.
            Después de leer Los amigos estoy convencido de que, de vez en cuando, es necesario abordar el perenne debate sobre la muerte desde la perspectiva, sencilla y valiente, de un niño: «quizá morir sea demasiado fácil», dice uno de ellos. Posiblemente. Pero mientras ese momento llega, tenemos tiempo de entretenernos con obras como éstas, de una cercanía apabullante y con una capacidad indiscutible de conectar con el lector. Una lectura amable y asequible. Además, esta novela de iniciación funciona igual para jóvenes que para adultos. Por cierto, uno de los personajes dice: «Yo nunca recuerdo las cosas malas que me pasan». Pues qué suerte.

3 comentarios:

  1. Le tenía el ojo echado. Ahora me lo llevo! A mí también me pasa eso con las películas y los libros en los que los niños son los protagonistas pero reconozco que me he llevado muy gratas sorpresas. ;)

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  2. No me termina de convencer asi que lo voy a dejar pasar.

    Saludos

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  3. No me hubiera fijado en este libro. Ahora no voy a dejarlo pasar.
    Besotes!!!

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