domingo, 22 de julio de 2018

Un rey de quién sabe dónde


Trece escenas y cinco personajes le sirven a Ariel Abadi para poner en pie una historia que habla de manera hilarante y a la vez profunda de la lucha por el poder. Los niños entienden, los padres entienden y hasta el gato entiende lo que ahí sucede.


¿Cuántas palabras hacen falta para contar una historia? Pues ya os lo digo yo: pocas, poquísimas, casi ninguna. No más de setenta. Y si no se lo creen, aquí tienen la prueba: Un rey de quién sabe dónde, un álbum ilustrado, creado por Ariel Abadi y publicado por la nueva e interesantísima editorial A fin de cuentos y en el que nos hace una curiosa reflexión sobre el poder y la lucha por conseguirlo, sobre la necesidad de tener y conquistar y sobre las consecuencias de esta competitividad.
            Os cuento. El argumento sería algo así como una historia sobre varios reyes que se enfrentan para ampliar sus dominios y para quedarse con los tesoros del otro… Y hasta ahí puedo contar. Este álbum ilustrado, con cuarenta páginas, es especial (y estimulante) por varios motivos: es capaz de contar una historia sin ningún verbo, es decir, entendemos gracias a los personajes y a los dibujos el devenir de los acontecimientos. La narración está reducida a lo mínimo, a lo telegráfico, y es parte de su encanto porque es todo tan esquemático que el propio lector puede dar rienda a su imaginación. No se lo van a creer: hay 65 palabras e insisto: ningún verbo. En segundo lugar, y uno de los aspectos que más me fascinan de Un rey de quién sabe dónde es que aborda desde una aparente infantilidad un tema de tanto calado como es el poder, las ganas de tener más y las desastrosas consecuencias que eso puede acarrear. Me explico: no es sólo un álbum para niños sino también para adultos; la historia se adapta a la mirada y a las necesidades del lector. Y por último, me parece un gran acierto esta esquematización de la narración porque permite contar una y otra vez este cuento dándole diferentes matices, buscándole diferentes tramas.
            Hablemos de las ilustraciones –también de Ariel Abadi–, parte indispensable de esta historia porque son los que le dan una dimensión nueva al texto. Dibujados con una calidad indiscutible, aportan el humor, la ironía, la gracia, y sirven de contrapeso a la parte escrita. Y además, tienen la virtud de acompasarse a la perfección por las palabras. El autor sabe condensar una historia en trece escenas, pero sobre todo sabe dibujar, sabe ofrecernos unas imágenes con unos trazos muy precisos, con un uso del color muy armoniosos y con cierto acercamiento a la caricatura. Funcionan muy bien.
            Un rey de quién sabe dónde es un colorido diálogo con el lector, da igual la edad, dan igual los conocimientos del lector. Este álbum ilustrado es apasionante y está tan resumido que es doblemente estimulante. No se dejen engañar por la brevedad porque ahí, en ese puñado de palabras y en esas ilustraciones, está posiblemente la historia de la Humanidad, nuestra historia como sociedad. Sólo les diré una cosa: ya he perdido la cuenta de las veces que me lo he leído o que le he inventado otra historia a los dibujos.

                                                                                                                        Daniel Blanco 

1 comentario:

  1. Una de las mejores cosas de los álbumes ilustrados es precisamente lo que comentas, con pocas palabras pero gracias a las ilustraciones sus historias transmiten mucho.
    Un abrazo

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