martes, 24 de julio de 2018

Laëtitia o el fin de los hombres


Laëtitia Perrais tenía dieciocho años cuando fue violada, asesinada y descuartizada la noche del 18 de enero de 2011. Dos días después, la policía detuvo al asesino, pero este se negó a confesar dónde había escondido el cadáver, que tardó semanas en aparecer. El crimen llegó a los periódicos y conmocionó a Francia. De ahí saltó a la política, y el entonces presidente Nicolas Sarkozy, en un gesto de oportunismo populista, apuntó hacia los jueces y las fisuras del sistema judicial, porque el asesino acumulaba un largo historial de detenciones previas. Recomponiendo las piezas del puzle, este libro desgarrador aborda el macabro crimen, la reacción política, social y judicial, la personalidad del asesino y la investigación policial, pero sobre todo reconstruye la historia de la chica asesinada a través de sus mensajes en las redes sociales, del testimonio de su hermana gemela y del entorno en el que vivió. Y aparece la figura de alguien que llevaba mucho tiempo padeciendo la violencia masculina: hija de un padre que abusaba de su mujer, adoptada por una familia cuyo progenitor violó a varias chicas, incluida su hermana, Laëtitia ya era, mucho antes de saltar a los titulares de los periódicos, una víctima. 

Hay libros que llegan a las librerías en el momento adecuado, perfecto. Hay libros que parecen el resultado de un momento concreto y de un sentir general y que, además, consiguen hacerse un hueco en esta sociedad ruidosa y plantear un debate lúcido, furioso. Hay libros que deberían existir sólo porque nos hacen mejores personas, más conscientes de las injusticias que nos rodean, más sensibles al dolor de los otros. Y sí, hay libros que deberían estar en todas partes, que deberían ser leídos por muchos (o por todos) porque nos cuentan en qué nos estamos convirtiendo. Hablo de Laëtitia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonka, publicado por la exquisita editorial Anagrama y donde se narra, con herramientas periodísticas, sociológicas y literarias, la violación y asesinato de una joven, Laëtitia, de 18 años, en una pequeña localidad francesa. El caso no sólo conmocionó a la opinión pública sino que provocó hasta la misma intervención de Sarkozy, que culpó a los jueces por haber dejado en libertad a un joven, el asesino, con un larguísimo currículum de detenciones previas. Y lo más importante es que obligó a una sociedad del primer mundo a mirar a la cara a una lacra mortal: la violencia masculina.
           Esta novela puede oler a A sangre fría, de Truman Capote, y a otros ejercicios literarios –cercanos a la crónica de sucesos- que se entremezclan con la literatura. No es gratuito. El autor lo hace de forma consciente para conseguir su objetivo: construir una historia (un cuento) que nos permita conocer a una víctima (un personaje), de la que sabemos que nació en una familia complicada, que es dada en adopción junto a su hermana gemela a un hombre que había violado a varias chicas. El recorrido vital de esta joven, cuajado de penurias, soledades y desapegos, forma el esqueleto de este reportaje novelado o de esta novela periodística donde lo importante es la víctima, las circunstancias que la llevan a convertirse en una joven vulnerable y con importantes carencias afectivas, derrotada siempre por un monstruo feroz: la violencia masculina, la agresividad y el abuso que nace de ellos y que las mata a ellas. Y sí, a través de la pobre Laëtitia, entendemos la sociedad francesa actual, que bien podría ser la nuestra, entendemos unos patrones de conducta que parecen normalizados y nos echamos las manos a la cabeza por las pocas posibilidades de escapatoria que tiene alguien con el pasado de la víctima. Y en un tiempo en el que se ensalza a los verdugos, el autor nos enseña (nos facilita, nos invita) a empatizar con la víctima, a mostrárnosla para que sea ella la que reciba nuestra admiración, nuestra ternura y nuestra comprensión
            Laëtitia o el fin de los hombres no es sólo –ni por asomo- un exhaustivo trabajo de investigación, documentación o reflexión sino un ejercicio literario de primer orden. La historia está contada con pulso, con ritmo y con corazón; las palabras parecen al servicio de un bien mayor: el de concienciar a los lectores, el de darle algún tipo de justicia poética a la víctima. La información se va mostrando a lo largo de todo el libro porque el autor ha hecho un concienzudo trabajo de recopilación –hay desde entrevistas a mensajes por internet-, pero su virtud como escritor es que sabe exponer las cosas, sabe dar los datos y sabe invitar al lector a que forme sus propias conclusiones. La prosa es depurada, limpia y precisa y se estructura en capítulos cortos en los que no se sigue una línea cronológica sino que sólo se intenta que entendamos que Laëtitia no fue una joven con mala suerte en un momento concreto de su vida, sino que vivió asediada por el machismo, por la violencia machista, desde niña.
            Sí, hay libros que saben contar el dolor y la impotencia, hay libros que salvan porque gritan y porque nos escandalizan. Laëtitia y el fin de los hombres es la historia de una pobre joven violada y asesinada, pero es también una reflexión sobre la sociedad que estamos construyendo –sobre lo que somos y lo que consentimos-, sobre la masculinidad y la pobreza, sobre un sistema que hace aguas, sobre gente que parece que nace para sufrir. Esta novela es un ejercicio periodístico-literario de altura, porque sólo los grandes autores son capaz de hacer esto: de conmover, de hacer llorar. Y de hacernos mejores personas. ¿Para qué, si no es para esto, sirve la literatura?

                                                                                                               Daniel Blanco



1 comentario:

  1. No conocía este libro. Qué duro... Lo tengo que leer sí o sí.
    Besotes!!

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