lunes, 6 de febrero de 2017

Una casa en Bleturge


Este libro cuenta la vida de un matrimonio con hijos. Un hijo que ya no está y una hija en apariencia inmadura. El hijo que murió es el eje en torno al que gira la historia de esta familia que se desgasta. Se desgastan la complicidad y la ternura. Pero no se acaban, sin embargo, el odio soterrado ni el dolor. La hija se siente culpable desde niña y su padre se lo recuerda con cada gesto. Los padres cargan por separado con un vacío que cada cual resuelve a su modo. Él, intentando olvidar el pasado, aferrándose al presente sin futuro que le proporcionan algunas tardes de hotel. Ella, cuidando de un padre que se muere y tratando de comprender a una hija que le recuerda demasiado a su hermana; una soledad inmensa tan solo aliviada por los paréntesis que le ofrecen las visitas al hospital y el trayecto en el tren de cercanías. Es entonces cuando sueña con un lugar donde todo sucede lentamente, donde no es necesario recibir ni dar explicaciones: una casa en Bleturge.

Hay una imagen, allá por la página 20, que bien podría resumir la esencia de esta novela: la de dos niños pequeños que han hecho un agujero en la playa, cerca de la orilla, y que no se cansan de acarrear cubos de agua desde el mar para llenarlo. Evidentemente, la empresa fracasa y el agujero está siempre tan vacío como al principio. Algo así podríamos pensar de Una casa en Bleturge (Siruela), de la poeta Isabel Bono y merecedora del último premio Café Gijón, donde una familia intenta, sin demasiado éxito, olvidarse de la muerte de su hijo. ¿Cómo se mira para otro lado cuando la ausencia es tan imponente? Y aunque el duelo se extiende durante más de veinte años, los protagonistas fracasan en su deseo de llevar una vida normal, de ser felices, porque permanecen intactos el rencor, la culpa y la desgana. Es ésta, señores, una historia sobre la terquedad de unos personajes que sólo buscar tapar un dolor.
            Pienso en Una casa en Bleturge y la veo como una novela detenida, donde los protagonistas –unos padres y una hermana- están atascados en una situación de la que no son capaces de escapar. No hay posibilidad de huir, de superar, de escapar. Parece que viven el mismo día una y otra vez. Es, curiosamente, una historia con muy poca acción –los personajes casi no se mueven en ninguna dirección, apenas hay motivaciones que no sean la de dejar de ser animales heridos-, concebida en capítulos muy pequeños que ahondan en esa parálisis que ha consumido a esa familia: un padre distante y desagradable que culpa a la hija de la muerte de su favorito, una madre que se esfuerza en ser cercana con su hija, aunque reconoce que le cae mal y que no la soporta, y una hija en paro y sin demasiadas inquietudes que se esfuerza en ser querida o quizás perdonada. Y este hecho, el de la muerte del hijo, marca el día a día: desde la relación entre los miembros de la familia hasta la visión del entorno. Todo es triste, desde la luz, hasta los gatos que se cruzan y la comida que comen.
            Es ésta una novela escrita desde el detalle, desde las escenas sueltas y los capítulos cortos, casi inconexos a veces, para potenciar esa sensación de incomunicación, de no avanzar hacia ninguna parte. Es una historia sobre unos personajes que se esfuerzan por mantener su vida en orden, aún cuando saben que la muerte es lo único que no tiene orden ni lógica. Isabel Bono despliega un estilo que tiende a lo poético, una prosa que se recrea en lo pequeño y que está cargada de una contención muy poderosa. La novela, como ya he avisado antes, no se cimenta en la acción, en que estén pasando cosas, sino que se ancla en el presente de estos personajes para hablarnos de los dolores que no se apagan nunca, de los rencores vivos y de las familias lejanas.
            Una casa en Bleturge (Siruela) es la original apuesta de Isabel Bono para hablar de unos de los mayores tormentos del ser humano: la muerte o cómo seguir viviendo después de una muerte cercana. Y ahí, en ese dolor, están la voluntad de amar y la incapacidad de hacerlo. Es una novela intimista y recogida sobre la parálisis de un duelo. Y esa casa de la que habla el título parece el último refugio, la última salida, como también la buena literatura, por ejemplo ésta, es un refugio, una buena salida. Fernando Aramburu, el autor de la formidable Patria, dice que es una escritora excepcional. 

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Muchas gracias por la reseña pero no me llama demasiado el libro!
    Nos leemos, un beso^^

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  2. No conocía este libro. Y me has convencido con tu reseña. Apuntado me lo llevo.
    Besotes!!!

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