Enredado entre dos mujeres de caracteres totalmente opuestos, un joven tokiota de buena familia decide abandonar su ciudad natal y la comodidad de su hogar para poner fin a su vida de una manera heroica. Pero en su camino se cruza un misterioso anciano que le convencerá de que la mejor opción en la encrucijada en la que se encuentra es la de convertirse en minero. Aceptando esa suerte de muerte en vida y escoltado por dos peculiares compañeros de viaje, el protagonista emprenderá un arduo camino que supondrá una ruptura radical con toda su vida anterior. Con el delicado paisaje japonés de fondo, las reflexiones del muchacho sobre su propia identidad, sobre la versatilidad del carácter humano y sobre la sociedad que le rodea supondrán para él la piedra de toque que le hará entrar en la edad adulta.
El viaje, como excusa narrativa, es tan
antiguo (y tan recurrente) como la literatura misma. Además,
suele seguir siempre la misma fórmula: un protagonista que se mueve físicamente para
moverse también psíquicamente; es decir, una transformación no sólo por fuera
sino también por dentro, un cambio de paisaje exterior e interior. En estos casos, el personaje
principal suele iniciar su travesía en busca de algo, con un propósito claro
que, al final, lo lleva a encontrase con su nuevo yo. La novela El minero, del escritor japonés Natsume
Soseki y publicada por la valiente editorial Impedimenta, nos presenta a un joven de diecinueve años que decide dejar su vida
acomodada –y el amor de dos mujeres- para matarse. Sus planes cambiarán a
medida que avanza y acabará trabajando en una mina: termina bajo tierra, pero vivo. Durante este viaje irá descubriendo una nueva identidad en la que caben la
dejadez, el egoísmo, la apatía, la incoherencia. El protagonista visitará su región más oscura.
“En
Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética japonesa lo esencial está en
captar el enigma de la sombra”. Esa cita, sacada del ensayo Elogio de la sombra, de Junichiro
Tanizaki (1933), está vinculada de una manera muy poderosa a El minero, porque esta novela de Soseki que se
convierte, desde las primeras páginas, en un homenaje a la oscuridad. El protagonista
inicia su viaje buscando la muerte (una muerte heroica, por supuesto), pero termina
privado de luz, con los ojos cegados, en el interior de una mina donde trabajan
otros diez mil hombres, monstruos todos ellos, considerados la escoria de la sociedad, los
seres humanos que merecen estar aislados. El minero relata una bajada a los infiernos donde el hombre se
encuentra con lo peor de sí mismo y lo peor de la sociedad, donde parece no
haber escapatoria y donde salen a la superficie los fantasmas del ser humano: la
apatía, la dejadez, el egoísmo, la mentira. Y todo esto sirve para moldear un
nuevo personaje, para dotar al protagonista de una nueva personalidad, fruto
del viaje y de la mina. Fruto de su encuentro con la oscuridad.
El
minero está narrado en primera persona; es casi en su totalidad un monólogo interior, combinado con exhaustivas descripciones del entorno. Aunque
algunas críticas alertan de su prosa densa, a mí me ha parecido detallada, nada
más. No la he vivido como una carga ni como un obstáculo porque uno entiende
que lo importante no es la acción exterior –los hechos podrían resumirse en
diez líneas- sino el agobio del personaje, que se contagia al lector, y la
transformación que se va produciendo en el interior, cómo este joven inocente debe bajar a los infiernos y estar
privado de la luz para aprender quién es, para descubrir su verdadera
valentía.
Tiene esta novela un rasgo
característico no ya de la literatura japonesa sino de su idiosincrasia como pueblo: lo
sagrado de la vida en sí misma. El protagonista sabe que las relaciones humanas
son sagradas, que la muerte es sagrada, que la Naturaleza es sagrada. Y esta
visión, este reverencial respeto por la existencia incluso en un suicida potencial, le da
una dimensión diferente a la historia, una espiritualidad que se agradece porque no se
aborda nada a la ligera, sino que se le da el valor, un peso específico dentro
de la sociedad. Se habla también, como asunto preocupante, del individuo contra
el colectivo, de las clases sociales, del sufrimiento buscado.
El
minero, esta novela que apenas llega a las 200 páginas, es una de las obras
más reconocidas de Natsume Soseki por su capacidad para recorrer –con los
brazos extendidos y los ojos cegados- las oscuridades del hombre; es una
narración que se pasea continuamente entre la vida y la muerte, por la oscuridad
y la luz, y en la que el autor se encarga de ir sacando las penalidades del
protagonista. Es una obra profunda, intensa y dura, aparentamente estática, escrita como un monólogo y
donde la acción es casi mínima porque la transformación se produce dentro, de
una forma sutil. El minero narra una
caída a los infiernos, y hasta eso, fíjense, es sagrado. Como decía Tanizaki,
un auténtico elogio de la sombra.
No conocía este libro y por lo que cuentas, no me importaría nada leerlo.
ResponderEliminarBesotes!!
Mira que no leo literatura japonesa pero tengo que reconocer que estas obras donde se desnuda el alma me atraen mucho.
ResponderEliminarMira que no leo literatura japonesa pero tengo que reconocer que estas obras donde se desnuda el alma me atraen mucho.
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