viernes, 31 de julio de 2015

Golowin


En los convulsos días de la Revolución Rusa, la aristócrata María von Krüdener, acompañada de sus cuatro hijos, sus sirvientas y un abultado equipaje, huye de su hacienda en Tula, al sur de Moscú, para reunirse con su marido. Se hospeda primero en un hotel, con gente en su misma situación –príncipes, chambelanes, pequeños-burgueses- que sólo se preocupa de dar fiestas para olvidar su destino incierto. Poco después, tiene que escapar de ahí. El encuentro de María, seductora e inteligente, con Golowin, un marinero revolucionario, experimentado y culto, en una miserable posada en las costas del Mar Negro, a la que ella ha llegado después de un viaje en tren, hacinados docenas de fugitivos en un vagón de ganado, alterará las ideas y valores de la mujer, que ella cree firmes, pero que él demostrará que sólo son un parapeto que le ha robado la libertad de actuar y de sentir.
 Y de repente, llega alguien –ALGUIEN- que transforma tu universo para siempre, que, aún sin quererlo, cambia tu rumbo, tu destino, tu forma de mirar la vida. Y lo peor de todo es que de nada sirve resistirse. En estos casos, uno sólo puede tomar aire, cerrar los ojos y dejarse llevar, adonde sea. Algo así es Golowin, el personaje que da título a esta novela, publicada por Navona con una estética personalísima y que narra un encuentro trascendental entre dos personas muy peculiares, en mitad de una huida, bajo la amenaza del peligro. Es una fórmula literaria muy frecuente la de dos desconocidos que se encuentran por azar y que se sinceran como antes nunca lo habían hecho. Y sigue funcionando, porque la conversación de los protagonistas es como una explosión de fuegos artificiales. Esta novelita –y digo novelita por el tamaño, no por la calidad- de Jakob Wassermann parece el esbozo de una gran novela decimonónica porque el lector sólo ve un ligero fulgor de las inmensas posibilidades de la historia.
            Ya lo dice la sinopsis, pero os lo repito: Golowin narra el viaje de María, una mujer con un carisma irresistible, en plena Revolución Rusa en busca de su marido. Después de refugios y huidas, termina en una hospedería en manos de unos marineros sanguinarios. Será su cabecilla, el señor Golowin, el que le pida hablar con ella a solas. Y así en medio de esa amenaza, que va oprimiendo al lector como un grillete, se produce una conversación entre los dos, de no más de veinte páginas, donde se habla de la libertad y del destino, del amor y del cuerpo, de los destinos y de esa gente fascinante junto a la que nos convertimos en trozos de barro maleable.
            La historia, escrita en 1920, no es una lectura fácil. Y ojo, que no quiero espantar a nadie: me refiero a que tiene una prosa lenta y cuidada que exige su paladeo pausado. La acción, a veces, coge carrerilla y parece despegar, pero nunca lo hace: entendemos después que lo importante no es qué pasa sino cómo eso influye en lo que somos, en la esencia más profunda. Golowin debe conectar con el lector, si no, será una lectura nimia, que no cala ni se recuerda, como esos personajes de la novela que se emborrachaban y bailaban para olvidarse de la muerte. Y ahora voy a ponerme serio: tengo que negar con la cabeza y decir que eso no se hace, no, no y no a las faltas de ortografía. Y pongo sólo algunos ejemplos: "me revelé contra toda oposición" -¿no será rebelarse?- (p. 33), "observaba todo cuánto sucedía alrededor" –ese cuanto no lleva tilde- (p. 50), qué tengas suerte –ese que no lleva tilde- (p. 63), y encima las comas parecen puestas al tuntún: es una pena que una historia tan conmovedora se vea empobrecida por tantas faltas de ortografía. UNA PENA.
            Golowin es una novela sobre esas personas a las que las guerras y las huidas hacen náufragos, una reflexión sobre la libertad y el destino, una historia breve e impaciente sobre un encuentro que cambia la vida de los dos personajes principales. Y fijaos, el marinero, a pesar de darle título a la novela, no aparece hasta la segunda mitad de la historia: eso sí, cuando hace acto de presencia, lo pone todo patas arriba. Una lectura de la que deja poso, pero para la que hay que estar preparado, y por una cosa lógica: la forma de narrar de hace un siglo no es la actual. Golowin pertenece a la colección Los ineludibles, de Navona, así que sí, hay que leerla.

4 comentarios:

  1. No es un libro que me suene, ni me llama demasiado
    no creo que lo disfrutara mucho
    un besote

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  2. No es el tipo de libro que me pueda interesar asi que lo voy a dejar pasar.

    Saludos

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  3. Muchas cosas han llamado mi atención de tu reseña (muy cuidada, por cierto). Para empezar la editorial, que presenta esas portadas neutras y que te hace entrar en la lectura casi a ciegas. Quizá por eso son importantes las reseñas, porque he visto varias veces este libro y nunca me ha dado por tocarlo siquiera. Ya me pasó con "El nadador en el mar secreto", de la misma editorial, que me gustó mucho pero que no hubiera leído sino llega a ser por las opiniones que se habían publicado sobre la novela. La próxima vez que lo vea lo tocaré y muy probablemente me lo traiga a casa porque la temática me gusta.
    Gracias por dárnosla a conocer.
    PD: A mí también me cabrea cada día más que una editorial publique con faltas ortográficas. Muy mal.

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  4. Golowin es uno de los pendientes que tengo de Navona. Sólo he leído El nadador en el mar secreto y Salvar a Mozart que me gustaron muchísimo.

    Besos

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