jueves, 25 de junio de 2015

Los pecados de verano, Daniel Blanco Parra


SINOPSIS:  
Primavera de 1951. Consuelo, a la que todos llaman la Señora, vive en un permanente estado de hastío: la agotan sus dos hijos pequeños, su madre y criada, la asquea su matrimonio concertado y la asfixia su pueblo. Todo cambia el día en que su marido es invitado a participar en el Primer Congreso Nacional de Moralidad en Playas y Piscinas, donde un grupo de elegidos intentará poner coto a las relajadas costumbres de los turistas. Este viaje de toda la familia a una ciudad mediterránea —el sol, la luz, el mar— los abruma y desarma, mostrándoles un nuevo paisaje de libertad, no siempre agradable. Los pecados de verano es una historia «decente» sobre la rebelión íntima, sobre los arrebatos y el deseo, pero es también un divertido paseo por esa España mojigata y aún dolorida que empezaba a abrirse al turismo, a las suecas y también, a pesar del alboroto, a los bikinis.
Jorge Manrique decía en Las coplas a la muerte de su padre: cualquier tiempo pasado fue mejor. Si él hubiera leído esta novela, habría puesto en duda tal afirmación. Los años 50 en España fueron grises, muy grises, y para muestra esta novela que ha escrito mi compañero de blog, Daniel Blanco Parra.

Hace 65 años España era muy distinta a la España que, por fortuna, hoy conocemos. Son muchas cosas las que han cambiado, quizás la más significativa sea que la dictadura de Franco retrasó la llegada de los cambios que se fueron produciendo en el mundo. Parafraseando al autor: “eran tiempos raros, y también curiosos, en los que los hombres no podían coger el cigarro con la mano derecha, usar paraguas, fregar los platos o tener otro hobby que no fueran deportes. Para las mujeres quedaban reservados los bailes regionales, las flores, la decencia, los espejos y, por supuesto, la cocina…”



En 1951, al tiempo que en Estados Unidos se conseguía financiación para las investigaciones sobre la píldora anticonceptiva, en España se celebraba el I congreso nacional de moralidad en Playas, piscinas y márgenes de ríos (el turismo empezaba a llegar a nuestras costas y había que proteger a este pueblo elegido por la gracia de Dios de costumbres bárbaras). Y este es el hecho que desencadena la novela de Daniel.      Esta podría ser la historia de nuestros abuelos, gente con nuestros mismos deseos, pero reprimida por un Caudillo que competía en devotos con el mismísimo Dios.

Cuando una lee una novela como Los pecados de verano, se siente pequeña, y a la vez siente algo de envidia por no haber sido capaz de escribir una historia tan fascinante como ésta. Esta es una historia de personajes, aunque yo me quedaría sin lugar a dudas con Consuelo, o Chelito, que es como la llama su madre, o La señora, que es como se hace llamar por todos. La Señora se siente atrapada en un matrimonio que no desea, aprisionada en un pueblo que parece una cárcel, de casas encaladas que recuerdan al teatro de García Lorca (La casa de Bernarda Alba), o que detesta a unos hijos que le resultan desagradables. Sin embargo, La Señora (menos casquivana que La Regenta) muestra rebeldía en pequeños detalles para escapar de una vida impuesta y castrada.

La Señora es una mujer joven y guapa, a la que el dinero no puede otorgarle lo que tanto ansía. Porque hay algo mucho más primitivo en todos nosotros que nos hace iguales: el deseo de ser felices. Y si ella no puede ser feliz, los que la rodean tampoco pueden serlo. Puede parecer paradójico, pero es el recurso al que acude para no volverse loca.


Es cierto que hay muchos más personajes, como Amalia, la criada que sirve con verdadera devoción a Don Paco (el marido de Consuelo). También está Trinidad, la madre de Consuelo-Chelito, una mujer que ha tenido una vida difícil. Conoceremos a Don Paco, un hombre envidiado por todo el pueblo, que podría considerarse afortunado por tener dinero, por poder comer lo que quiere y por estar casado con Consuelo, y sin embargo, tampoco es feliz.

La novela está dividida en dos partes, en la primera conoceremos el pueblo, la familia y la casa donde vive Consuelo. En la segunda, descubriremos el viaje que hace esta familia a una ciudad del levante español, y cómo este hecho los cambiará de alguna manera.

Hay novelas que se leen con verdadera pasión. Ya lo decía Montesquieu: Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento. Soy de la opinión de que para que una novela guste, tiene que remover sentimientos, y ésta lo hace. Hay un regusto agridulce cuando lees las últimas palabras.

Me gustaría terminar con unas palabras de Marcelino Menéndez Pelayo: “Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte”. Y si digo esto es porque esta novela ha sido vetada en algunos medios de comunicación. ¡Con la iglesia hemos topado! Ahí dejo esto. Por mi parte, sólo recomendar esta lectura que refleja muy bien aquellos tiempos. Nuestros abuelos se sonreirían al recordar una anécdota: El espacio que tenía que haber entre un hombre y una mujer cuando bailaban era el espacio en el que cabía el Espíritu Santo.

8 comentarios:

  1. Me has dejado con muchas ganas de leerlo, gracias por la reseña.
    Un beso

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    1. Es una novela maravillosa. No puedo decir otra cosa.
      Besos :*

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  2. Me apetece mucho este libro. Las historias de nuestros mayores me llaman muchísmo la atención y con tu reseña me dejas claro que este libro merece la pena.

    Besos.

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    1. La verdad es que con esta novela es como mirar por una rendija cómo vivieron nuestros abuelos. Y la historia no hay que olvidarla nunca.
      Besos :*

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  3. Hola^^
    No me termina de llamar, así que por ahora creo que lo dejaré pasar.
    besos!

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    1. Quizás a la próxima reseña. Aun así, si tuvieras oportunidad de leerla, no la dejes escapar.
      Besos :*

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  4. No me llamaba nada en absoluto,pero justo hoy he leído dos reseñas,la tuya y la de Taly y me habéis dejado con muchas ganas de leerla.
    Un beso

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    1. No he leído la reseña de Taty, pero esta novela se defiende por sí sola.
      Besos :*

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