Aunque la lectura suele ser un acto solitario –incluso un ejercicio de aislamiento-, cuando uno encuentra un libro-joya siente la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, de compartirlo con quien sea, de comentarlo de pe a pa. Y si no hay nadie a tu alrededor que se lo haya leído, uno se vuelve un pesado y achicharra a los de su entorno: “Este libro es muy tú”. “Deberías leerlo”. “¿Todavía no te lo has leído? ¿A qué esperas?” Algo así es lo que me ha pasado con El devorador de calabazas (1962), de la británica Penelope Mortimer, rescatado en España por la editorial Impedimenta, (con una portada, todo hay que decirlo, preciosa). No me canso de hablar de esta novelita, de recomendarla, de repasar algunos párrafos, incluso semanas después de haberla leído. Ésta es la historia de la señora Armitage –cínica, desesperada, ingeniosa- una mujer, ama de casa, que sólo encuentra su lugar en el mundo a través de la maternidad, teniendo hijos y quedándose preñada sin parar, hasta que un aborto provocado –y a instancias de su marido- la deja estéril para siempre. No queda aquí la cosa: justo en ese momento, ella descubre que el señor Armitage ha dejado embarazada a su amante.La señora Armitage ha pasado por cuatro matrimonios y es madre de un buen número de hijos, pero quiere tener más porque, en su opinión, traer hijos al mundo es algo que se le da bien. La maternidad es lo que hace de ella un ser humano importante, una idea que no encaja en los planes de su actual marido, Jake Armitage, un guionista de éxito que la convence de que la única manera de salvar su matrimonio es impidiendo el nacimiento de un nuevo bebé.
Si
con esta presentación, no os he terminado de convencer, leed esto porque la
realidad siempre supera a la ficción. Los paralelismos entre la protagonista y
la autora son tantos –Penelope Mortimer también tuvo hijos de diferentes
matrimonios, también abortó y perdió la capacidad de concebir mientras su
marido iba fecundando a sus amantes- que uno tiene la sensación de estar
leyendo un diario íntimo, una especie de venganza o confesión, como si todo el libro fuera un desahogo
necesario. El devorador de calabazas tiene algo desestabilizador para el lector. Es una claustrofobia cotidiana o
esa desesperación tan reconocible, quizás las ganas que todos hemos tenido
alguna vez de desaparecer-huir-escondernos y que los personajes de esta historia
también sienten, a través de la maternidad o del adulterio, como sea. Escapar
es lo único que importa. El gran valor de la novela es su protagonista, una mujer-olla exprés –que ha aguantado
tanto que está a punto de explotar- y de la que tenemos ejemplos fantásticos en
la historia de la literatura o la televisión: la Nora de Casa de Muñecas, la Betty Draper de Mad Men, algunos personajes femeninos del dramaturgo Tennessee
Williams, la infeliz esposa de Las horas,
de Michael Cunningham, incluso Madame
Bovary. A la señora Armitage le han quitado lo único que conoce: la
posibilidad de parir. Y de ahí viene el desgarro íntimo, la desesperanza ante
todo, su pérdida de identidad. Es
entonces cuando surge la pregunta terrible, la de si todos tenemos las
habilidades necesarias para ser feliz. Quizás no.
Mortimer
nos habla sin tapujos ni vaselina sobre la maternidad, sobre lo que da sentido
a la vida, pero que a la vez esclaviza y aliena, hace menos libre. Es ésta una
novela cruel, brillante e implacable, que
también funciona como comedia, intensa, abrumadora, aunque dé un poco de
reparo reírse ante tanta tragedia. El
devorador de calabazas fue un auténtico bombazo en los años 60 porque se
interpretó como un alegato feminista en el que se vieron reflejadas miles de
mujeres. ¿Lo es? Quizás. Y en caso de que lo fuera, es sólo una parte más de
esta obra. Tiene un estilo impecable y fluido, casi musical. Por todo esto, va directo a mi top 5 del año. Directísimo.
¿Todavía no os lo habéis leído? Os va
a gustar. Hacedme caso, aunque sea por esta vez. Merece la pena escuchar a la
señora Armitage. Fijaos, he tardado casi un mes en hacer la reseña porque
quería releérmelo y saber si la conmoción de la primera vez era pasajera, si
era uno de esos libros que sólo perduran en la memoria un par de días (o un par
de horas). Para nada.
PS: Atención a la conversación inicial entre la
señora Armitage y su psicólogo, es magistral.
PS: Uno tiene que saber cuándo callarse. Voy a
dejar que hablen los personajes del libro. Éstas son sólo algunas de sus
perlas:
“Me
han dicho que soy frígida, pero no sé cómo la gente lo puede saber. A ver, en
serio, ¿cómo lo pueden saber?”
“Las
personas son infelices porque regalan su amor a hombres y mujeres que no se lo
merecen”.
“No sé
quién soy, no sé cómo soy, ¿cómo puedo saber lo que quiero? (...) Sólo quiero
ser feliz. Quiero
encontrar el modo de ser feliz, sea cual sea. ¿Ves? Todo lo que digo suena
absurdo. Es como si hablase un niño. Ni siquiera creo en mí misma”
“Francamente, tendría que haber sido usted
inquisidor –le dije-. ¿Me quemo ahora o lo dejo para luego?
“No se
aprende nada lastimando a los demás, sólo se aprende si te lastiman a ti”.
Hola! No lo conocía pero con lo que dices me ha picado la curiosidad así que me lo apunto ;) Gracias por la reseña, besos!
ResponderEliminarAdemás, Impedimenta tiene unas ediciones TAN bonitas. Gracias a ti. Muack.
EliminarMe has convencido completamente!
ResponderEliminarBesotes!!!
Buenos días! Me alegra saludarte. Un beso!
EliminarYa le tenía echado el ojo pero con tu reseña más una recomendación de una amiga me lo leeré seguro.
ResponderEliminarBesos
Cuéntame cuando lo leas. ¡Un beso!
Eliminar¡Hola!
ResponderEliminarHace tiempo que le tengo muchas ganas a esta novela y por eso he leído diagonalmente tu reseña, porque quiero encontrarme de ella sin ningún tipo de idea preconcebida, solo el libro y yo. Y si los libros de Impedimenta no fueran tan caros (aunque son taaaan bonitos ;__;) creo que ya lo habría leído.
Gracias por la reseña, se nota que te ha entusiasmado :D
No conocía el blog, me quedo por aquí :D
¡Un beso!
Gracias por pasarte, bienvenida. Dime algo cuando te lo leas, ¿vale? Que quiero saber qué te ha parecido. Un beso. Dani.
Eliminar