viernes, 17 de octubre de 2014

Las señoras Hemingway


La tranquila casa familiar donde la esposa vive con los hijos y, enfrente, un edificio de nueve plantas, una para cada amante. Así era el paraíso según el gran escritor Ernest Hemingway, un hombre que no quería renunciar a la comodidad del hogar ni a la diversión de una aventura. Por eso se casó cuatro veces y se vio envuelto en varios triángulos amorosos donde la pasión tarde o temprano dejaba paso al dolor. Primero vino la dulce Hadley, de quien se divorció en el París bohemio de los años veinte. Luego se abrieron paso la elegante Fife, la intrépida periodista de guerra Martha Gellhorn, y finalmente Mary Welsh, la reportera que acompañó a Hemingway durante sus últimos años.
 Bien, hablemos del amor. Y del compromiso, de la lealtad, de lo que estamos dispuestos a ceder cuando nos enamoramos. También de la traición y la atracción, de las despedidas y de que tres son multitud. Y conozcamos de paso a cuatro mujeres expertas en estas lides –Hadley, Fife, Martha y Mary-, todas brillantes y valientes, todas esposas en algún momento de Ernest Hemingway, el escritor Premio Nobel, el macho por excelencia de la Generación Perdida, el autor de clásicos como Por quién doblan las campanas, El viejo y el mar o París era una fiesta. La joven británica Naomi Wood firma esta especie de biografía emocional del autor en Las señoras Hemingway, una deliciosa novela publicada por Lumen y recién llegada a las librerías. Es ésta la historia –no sé por qué me ha dejado este regusto de tristeza– de cuatro mujeres que, con idéntica pasión, se desvivieron por el mismo hombre: lo amaron, le aguantaron sus flirteos, sus problemas con la bebida y sus depresiones, y lo acompañaron con una fidelidad admirable, aunque nunca pudieron conseguir de él lo único que querían, el compromiso.
La idea de que podemos conocer a alguien a través de las personas de las que ha estado enamorado sustenta toda la novela y es por eso que conocemos al escritor (1899-1961) gracias a los vaivenes amorosos junto a sus cuatro esposas, desde sus veintipocos años hasta que se suicidó de un tiro en su propia casa, con sesenta y uno. Y obtenemos un retrato minucioso de un hombre excéntrico y complejo, obsesionado desde siempre con el éxito, el dinero y la fama, magnético –según los que lo conocieron- y, sobre todo, dependiente de las mujeres. De hecho, no estuvo soltero nunca, ni siquiera un día, porque solapaba y encadenaba sus matrimonios. Hay en esta novela mucho amor y mucho champán, con sus correspondientes resacas. Es una historia dividida en cuatro bloques, dedicado a cada una de sus mujeres, con capítulos pequeños y anacrónicos –es decir, que no están en orden cronológico- que nos van mostrando escenas singulares: un verano a tres, con Ernest, su mujer y su amante; la traumática ruptura en la puerta de atrás de un hotel, el ultimátum desesperado e inútil de una de ellas. Las señoras Hemingway se presenta como un ejercicio de ficción, pero se sustenta en cartas y telegramas reales que se mandaron los protagonistas y que Wood ha investigado durante años.
Y ahora, si os soy sincero, os confesaré que uno de los puntos fuertes de la novela es el morbo, sí. El morbo. A mí, al menos, me llamaba la atención conocer los entresijos emocionales de un genio. ¿Cómo amaba Hemingway? ¿Cómo gestionaba las despedidas? ¿Qué buscaba en una pareja? Es fascinante cómo la novela se cimenta en los detalles, en esos momentos aparentemente anecdóticos o accesorios, pero que definen la naturaleza amorosa de los personajes. La prosa de Woods sorprende: tiene un estilo conciso y lírico que imita, sin disimulo, esa forma de narrar tan peculiar de Hemingway. Qué gran acierto contar con tanta dulzura historias tan desgarradoras. Es como la poesía sobre la guerra.
Esta novela polifónica, pausada y visceral es un homenaje al amor y a sus batallas, también a la rendición de los enamorados. Ernest Hemingway decía que, tras terminar un libro, sentía vacío, desesperanza, soledad. Quizás las mujeres eran la única forma de supervivencia, su única posibilidad de salvarse.

PS: Léela si quieres convencerte de que tus relaciones, al fin y al cabo, no son TAN complicadas.
PS: Mi abuela siempre decía: Cuando se convierte en esposa la amante, una plaza queda vacante.
PS: Qué capacidad la de Ernest Hemingway para que todas las mujeres se volvieran locas, pasionales y ansiosas, a su lado.
PS: Os traigo un fragmento para que vayáis abriendo boca:
Quiero ser un escritor, un buen hombre.
Tienes que elegir. No puedes ser las dos cosas.

7 comentarios:

  1. Hola! No conocía el libro pero suena bastante bien así que me lo apunto. Gracias por la reseña, besos!

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  2. En principio no me termina de llamar la atencion asi que lo voy a dejar pasar. Me ha gustado el refran de tu abuela ;-)

    Saludos

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  3. No conocía esta novela. Y me has tentado... Y mucho!
    Besotes!!!

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  4. Anotado queda en la lista de lecturas pendientes. Estupenda reseña. Saludos.

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