miércoles, 17 de octubre de 2018

La gente en los árboles


Todo comienza a mediados de los años cincuenta cuando Norton Perina, un joven médico, se une a una expedición a la Micronesia en busca de una tribu perdida, sin saber que la jungla atrapa y te cambia, porque ahí, donde nadie nos ve, podemos por fin mirarnos en nuestro peor espejo. En 1995 ese mismo hombre ingresa en prisión después de haber sido acusado de abuso sexual por uno de sus cincuenta hijos adoptivos. Los lazos con su familia se rompen, sus amistades desaparecen y la comunidad científica le da la espalda. Desesperado, abandonado por la sociedad, Norton escribe sus memorias desde la soledad de su celda para probar su inocencia y tratar de recuperar aquella parte de sí mismo que se quedó prendida en la isla salvaje. La gente en los árboles nos convierte en confidentes de una mente brillante y nos atrapa en un festín de palabras que pueden ser verdad o mentira.


La conoceréis porque dejó un batallón de lectores destrozados, abrazados a su primera novela, con un hipido en el pecho y la convicción de que aquello, justamente aquello, era la experiencia de la lectura, algo arrebatador, casi mágico. ¡Ése era el poder de la palabra! Ahora hablo por mí cuando digo que pocas veces había sentido esa desazón, esa zozobra en el ánimo tras leer las últimas líneas de un libro. ¡Qué emoción tan maravillosa! Me refiero a Tan poca vida, publicado por Lumen y convertido en una radiografía dolorosísima de las relaciones humanas, de los miedos y las trincheras, del amor. Ése es ya un título de referencia, uno de los pocos que volveré a leer tarde o temprano. Su autora, Hanya Yanagihara, se ha convertido ya en un nombre respetado de las letras modernas y vuelve a ser Lumen la que recupera su primera novela, La gente en los árboles, para hablarnos de un premio Nobel, un científico reputado y admirado, que repasa desde la cárcel su vida después de haber sido acusado de abuso sexual por parte de uno de sus hijos adoptados.
             La historia –o lo que puedo adelantar de ella– es la siguiente: Norton Perina es un científico lúcido y valiente, ganador del Nobel, que descubre en uno de sus muchos viajes a unas islas perdidas de la Micronesia una especie de la garantía para la inmortalidad. Él descubre que las tribus de la zona basan su alimentación en una tortuga autóctona que, al parecer, alarga la vida y que llega a convertirse en un símbolo, casi en un ser mitológico. Él no sólo vuelve a Occidente con su descubrimiento bajo el brazo y la admiración de la comunidad científica sino con varios (muchos) hijos que ha ido adoptando en estas tribus para procurarles una educación, un futuro nuevo. La historia nos la relata, con todo lujo de detalles, el propio protagonista, por lo que vamos a conocer su versión. Tendremos que ponernos en las manos de un narrador poco fiable y confiar en él, a pesar de que podemos intuir que es un gran manipulador. La novela, y os lo advierto desde ya, tiene algunos pasajes que no son fáciles o cómodos (los que la habéis leído me entenderéis), porque obliga al lector a salirse de su zona de confort.
             Ya apuntaba maneras la autora. Su estilo vuelve a ser preciso y preciosista, casi envolvente, como una tela de araña en la que las palabras y su musicalidad tienen un peso importantísimo. La trama avanza lenta pero segura, recreándose en los ambientes y en los detalles, alargándole la mano al autor. Tiene un no sé qué en la forma de narrar que atrapa y desconcierta, que emboba e inquieta. Quizás ése sea el logro de Yanagihara. Sorprende también su temeridad a la hora de abordar ciertos temas de mucho calado: la inmortalidad, el prestigio, el sexo, la dominación y la conquista, y todo sin juzgarlo, sin destilar moralina. La novela tiene un ramalazo antropológico fascinante porque nos obliga a mirar a los ojos a otros humanos con otros rituales y otras creencias. Nos obliga a despojarnos de prejuicios.
            La gente en los árboles y los lectores también en los árboles o donde el narrador nos lleve. Es fácil dejarse arrastrar por la pluma de Yanagihara, algo así como andar con los ojos cerrados pero dándole la mano a alguien en quien confías. Esta novela tiene algunos de los logros narrativos que yo más aplaudo: es una historia estimulante, una prosa cuidada y contundente y una trama que nos hace posicionarnos frente a los temas más controvertidos de la vida. La gente en los árboles y los lectores, con libros así, en las nubes. 

7 comentarios:

  1. Ay, Tan poca vida... ha sido de los pocos libros que nada más terminarlo hubiera vuelto a comenzar... maravillosamente desgarrador y real... eso ha hecho que no dudase en pasar por aquí al ver el nombre de su autora en la portada de este libro. Lo buscaré y lo pondré en la lista de pendientes
    :)

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  2. Hola,

    no he leído nada de la autora, es cierto que cuando se publicó Tan poca vida tenía muchas ganas de leerlo y al final no tuve la ocasión aunque no descarto leerlo en un futuro. Este que comentas hoy me llama menos la atención, sobre todo por el tema que trata.

    Un beso

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  3. Yo no he leído Tan poca vida. Lo compré después de leer este que traes hoy y que me pareció maravilloso, por original y por los temas de más calado.
    Besos

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  4. Dejé pasar "Tan poca vida" para después del boom y todavía no lo leí. Ahora me llevo otro anotado de la autora.
    Besos

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  5. Me apunto tan poca vida me apetece mucho un libro así, un saludo.

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  6. Lo voy a dejar pasar que no me termina de convencer.

    Saludos

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  7. Tenía ya apuntada Tan poca vida y veo que también tengo que apuntar esta nueva novela.
    Besotes!!!

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