Inteligentes e irreales, cómicas y oscuras, hilarantes a la vez que desgarradoras: las seis historias magistrales que conforman el nuevo libro de Adam Johnson suponen un paso más hacia su consolidación como uno de los escritores más originales de la actualidad. Yo fui amigo de George Orwell ofrece al lector puntos de vista inusuales sobre problemas universales y nuevas formas de asomarse al mundo: Johnson se vale de la ficción para profundizar en temas como el amor y la pérdida, los desastres naturales, la influencia de la tecnología o cómo lo político da forma a lo personal.
Que
no, que no nos enteramos de que estamos permanentemente vigilados, de que la
tecnología nos esclaviza y determina nuestros comportamientos, de que todos
esos aparatitos que nos hacen la vida más fácil
recopilan continuamente datos sobre nuestros gustos, nuestras preocupaciones y
nuestros deseos que van a parar a manos de Dios sabe quién. Estamos vendidos. El siglo veintiuno es de la tecnología y lo
más curioso es que, posiblemente, la gran mayoría de nosotros no querríamos que
la cosa cambiara. Nuestra jaula de oro.
Ya lo vaticinó George Orwel en la imprescindible 1984, y ahora sus devastadoras consecuencias vuelven a aparecer otra
vez delante de nuestras narices gracias al lúcido Adam Jonhson que, gracias a Seix Barral, hace toda una declaración de intenciones con George Orwell fue amigo mío, una
recopilación de seis relatos que escarba en el poder de la tecnología en nuestra rutina, en los obstáculos de la comunicación entre humanos, en lo difícil de la vida y la serenidad y, sobre todo, en esa
anestesia general en la que hemos caído los seres humanos ante la invasión de las
máquinas.
El
carisma del autor norteamericano ya quedó de manifiesto con El huérfano, la novela que le hizo
merecedor del Pullizter, pero ahora vuelve a sorprendernos –qué distinta su
visión, qué ojos (literarios) más grandes los suyos- para hablarnos de esa
interacción persona-tecnología, para presentarnos a humanos-monstruos, para
enseñarnos cómo nos rendimos a la apatía. Sus paisajes están ruinosos,
sus personajes son erráticos y deambulan con incertidumbre, como si la vida les quedara grande.
Tenemos a un hombre que ha creado un programa para seguir comunicándose con los
muertos –a través de toda la información que ha dejado en las redes- y que
tiene una mujer tetrapléjica, a un hombre alcohólico y vago que de repente
tiene que hacerse cargo de su hijo pequeño, a una mujer que ha superado un
cáncer de pecho y que está casada con un escritor que ha ganado el Pullizter;
tenemos también a un pederasta que no sabe de qué lado está, al empleado de la antigua prisión de la Stasi o a un disidente de
Corea del Norte que no se acostumbra a vivir fuera de la Dictadura. Y todos
tienen el común algo: están atrapados, inmovilizados. Ellos no lo saben, pero
están gravemente presionados, como un hámster en un circuito. Sus vidas no las eligen
ellos sino que vienen impuestas, y no pueden hacer nada por cambiarlas.
Nadar
a contracorriente. Luchar contra molinos de viento. Abandonarse finalmente.
Soñar con huir, pero no poder hacerlo. Adam Johnson, como un observador
privilegiado, como si tuviera unas gafas modernísimas que le permitieran analizar
el alma humana, se convierte en un cronista del futuro (¿o es ya el presente?)
y nos advierte, nos cuenta, nos tranquiliza. Todo a la vez. Su estilo es
mordaz, impredecible, tremendamente efectivo porque tiene la capacidad de
meterse dentro, de hipnotizarnos, de hacernos creer que lo que cuenta es
importante. Y lo es. Sus relatos son tan
reveladores que el mundo parece otro después de haberlos leído. Él, además,
tiene la virtud de enseñarnos a los personajes, de dejarlos actuar para que se
definan a ellos mismos. Nada hay banal o prescindible en estos cuentos donde el detalle, lo pequeño, tiene una fuerza indiscutible.
George Orwell fue amigo mío viene a confirmar lo que
unos pocos llevan tiempo augurando: que Adam Jonhson es y será un nombre
imprescindible en la nueva narrativa norteamericana, gracias a esa escritura
sucia y realista, a ese prosa desnuda, tosca a veces, tremendamente poderosa, a ese sentido del humor tan peculiar.
Los seis relatos que conforman este libro –que bien podría ser cada uno una
novela- se mueven entre la ternura y la dureza, parecen querer decirnos que la
vida puede ser bella y terrible a la vez, y que las nuevas tecnologías nos
hacen peores personas porque nos condenan a la sordera y a la incomunicación, pero que no
haremos nadar por salir de aquí, como un preso que besa sus cadenas, porque en
realidad nos gusta que nos esclavicen. Teniendo
internet, ¿a quién le importa lo demás? Quizás tenemos aquí el nuevo opio del
pueblo. Y os aviso: lo peor es que no hay lugar seguro al que regresar.
Hola
ResponderEliminarNo conocía este libro. Seix barral es una editorial cuyos títulos me gustan mucho, pero no soy de mirar las novedades sino de haber lo que encuentro y me entero de lo que me entero.
Me ha gustado mucho y me tiene intrigada así que lo he apuntado. POr lo que se dice en la reseña, podría parecerse a la serie de Black Mirror pero en forma de novela. ¿Tiene un aire? No puedo decir si George Orwell tenía razón porque aún no he leído nada suyo. Tiene pecado. Pero lo intenté con 14 años y me dio tal dolor de cabeza que ya no lo he vuelto a intentar.
Un saludo