sábado, 7 de febrero de 2015

El año sin verano


Un periodista que sufre bloqueo creativo cuando está a punto de comenzar a escribir su primera novela se encuentra un día en su edificio un manojo de llaves. Pronto descubre que las llaves abren todas las puertas de su inmueble. Es agosto no está ninguno de sus vecinos, y él tiene tiempo y ganas de curiosear. Lo que en principio empieza como un pasatiempo -visitas nocturnas a todos los pisos de su edificio- acaba por convertirse en su ocupación principal, cuando descubre las vidas ajenas de aquellos que tiene a su alrededor, conocidos y al mismo tiempo tan desconocidos, y, sobre todo, una historia de amor y una misteriosa muerte a la que se ve abocado, inevitablemente, a investigar.
 Eso va en los genes: el cotilleo, la curiosidad y el comadreo. El espionaje. La irreprimible tendencia a meter las narices donde no nos llaman. Decía no sé qué estudio que si tuviéramos la oportunidad de ser invisibles, un 80% de nosotros elegiríamos colarnos en otras casas y asistir a otras vidas. Pues al protagonista de esta novela no le hace falta ninguna Capa de Invisibilidad porque un día cualquiera se encuentra, en mitad de la escalera, un manojo de llaves que abren todas las puertas del edificio en el que vive. Y claro, la tentación es demasiado fuerte como para no colarse en otros pisos, de noche y de puntillas, y así este hombre, que curiosamente es un periodista que trabaja en la tele, se convierte en el guardián de los secretos de sus vecinos. Y aquí empieza todo. Éste es el prometedor arranque de la recién publicada El año sin verano (Espasa), la primera novela –que no el primer libro– del periodista televisivo Carlos del Amor, que nos trae una hábil historia sobre escribir esta historia, sobre los silencios que se cultivan en todas las casas y sobre los amores que no se gastan.
            Carlos del Amor empieza a juguetear con el lector desde el principio. Los hechos están contados en primera persona por un narrador que bien podría ser el autor, por lo que la historia toma visos de confesión, o lo que es lo mismo: tenemos la sensación de estar ante unos hechos autobiográficos; y, si sois tan cotillas como yo, lo leeréis con más morbo o con la sensación de estar observándolo por el ojo de una cerradura. El protagonista, según nos cuenta, está atascado en la creación de su primera novela, se le acaba de morir el padre y se ha enterado de que su pareja está embarazada. (No os estoy desvelando nada, se dice en las primeras páginas). A partir de aquí, la historia se presenta como un curioso cóctel de novela negra, género romántico y diario. Y el lector, en esa costumbre tan nuestra de querer saber qué es realidad y qué fantasía, empieza a preguntarse: «Oiga, pero ¿esto pasó realmente?» Queridos, habéis caído en la trampa, porque ése es uno de los grandes aciertos de El año del verano, dinamitar los límites de la ficción y la no-ficción, reinventar la realidad en cada capítulo y reivindicar el poder de la imaginación. Con qué sutileza lo hace el autor y qué bien le sale el experimento.
            A la literatura que habla de la propia literatura se le llama metaliteratura. Y aparte de la historia sobre los secretos de los que nos rodean y sobre las cuentas pendientes del pasado, aquí asistimos a una curiosa reflexión sobre el proceso de escritura y edición de la novela que estamos leyendo. Vemos en todo momento lo que hay detrás, la cocina de El año del verano. Carlos del Amor nos enseña sin reparos las vigas de la escritura creativa porque su novela son, en realidad, varias novelas, como una de esas muñecas rusas. Su estilo, por otra parte, está pulido desde la sencillez y prescinde de grandes artificios estilísticos. Yo me voy a mojar y os voy a decir que, sin lugar a dudas, lo mejor del libro es el final, donde el autor le da tantas vueltas de tuerca a la historia que todo acaba convertido en un estimulante discurso sobre los límites de la ficción, e incluso del tiempo. El golpe de efecto de las últimas treinta páginas es para quitarse el sombrero.
            Muchas veces me he imaginado esta novela como un algo vivo entre mis manos que no sabía qué forma iba a tomar. El año sin verano es una historia coral, con muchos personajes, y diminutas historias que se trenzan al final. Si te gustan los cotilleos sobre el oficio de escritor, aquí los hay. Si te gustan los enamoramientos literarios, aquí los hay. Si te gustan los detectives y sus misterios, aquí también los hay. Y si además te gustan las sorpresas, voilá. Y encima todo esto está contado por un narrador que se mimetiza con el autor. El año sin verano es una sagaz e inquietante historia sobre los difusos límites de la realidad, sobre la capacidad de narrar y sobre esa tendencia tan nuestra a meternos en la vida de los demás. Todos tenemos un cotilla dentro. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.


PS: Hace poco he visto Birdman –una joya–, una obra que comparte fondo y reflexión con esta novela de Carlos del Amor.

12 comentarios:

  1. hola!!


    Hombre parece que no pinta mal, como tu dices somos cotillas por naturaleza y debe ser como estar detrás de la pared viendo todo aquello que nos podemos imaginar. pero creo que todavía tengo demasiado pendiente como para añadirla del todo a mi lista :(



    gracias por la aportación :)


    Un besazo

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  2. No conocía esta novela pero tiene muy buena pinta.
    Esperare a ver varias reseñas a ver si me decido a leerla.
    Un beso :)

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    1. Gracias por pasarte. Además, la novela se lee en un par de tardes. No es larga. Un beso.

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  3. No pinta mal pero no me llama :(
    un beesito

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  4. Ya me había fijado en esta novela y por lo que cuentas, creo que me va a gustar. La leeré tarde o temprano.
    Besotes!!!

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  5. Me la apunto porque me da que la disfrutaré ;) Gracias!

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  6. Parece interesante el libro. Ya vi que lo comentaban en la televisión pero ahora me animo a leerlo. Gracias.
    Visiten mi blog: paginasdepapelytinta.blogspot.com

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    1. Gracias por pasarte. Y felicidades por tu blog: muy interesante!!!

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