martes, 23 de octubre de 2018

Filek


La famélica España de 1939 estuvo a punto de convertirse en la principal potencia exportadora de petróleo. Eso al menos es lo que Franco creía entonces y lo que pronto la prensa del régimen se encargaría de pregonar a los cuatro vientos. Un químico austriaco llamado Albert von Filek, inventor de un combustible sintético que mezclaba extractos vegetales con agua del río Jarama, había puesto su fórmula secreta al servicio del engrandecimiento de la nueva España después de rechazar generosísimas ofertas de las grandes compañías petroleras. Protegido y adulado por el régimen, Filek gozó de la estima de sus más altas personalidades hasta que un simple análisis químico desveló el engaño y provocó su ingreso en prisión.

Imaginaos la historia: un austriaco con ínfulas de visionario dice que es capaz de convertir el agua en gasolina. Sí, así de fácil. ¿Cómo? Añadiéndole unas hierbas. Lo que a todos nos pudiera parecer una sopa o un puré convenció a Franco y a sus colaboradores, que le dieron un puñado de millones de pesetas, expropiaron un solar enorme para que levantara ahí su fábrica y lo publicitaron en todos los medios de comunicación de la época. El dictador se frotaba las manos porque pensaba que había encontrado la gallina de los huevos de oro, un nuevo combustible. Ese extraño líquido que, evidentemente, nunca funcionó se bautizó como Filek, igual que el apellido de su inventor. Y así se llama la última creación de Ignacio Martínez de Pisón, una novela publicada por Seix Barral en la que narra la llegada de este impostor a España, sus tretas para llamar la atención de la cúpula del poder y su posterior caída en desgracia. 
             Filek no es ficción o, al menos, no como la entendemos nosotros. Me refiero a que lo que se narra forma parte de la Historia de nuestro país –hicieron falta tres años de investigación para armar este libro- y además, el autor se encarga de escribirlo como un reportaje periodístico (largo), trufado de datos, nombres y documentos, como una especie de experimento metaliterario donde va compartiendo con los lectores no sólo sus descubrimientos sino también su fascinación por este hombre que consiguió engañar a todo un país con una historia que no tenía ni pies ni cabeza. Martínez de Pisón se ciñe a la información que tiene y cuando conjetura o imagina, lo deja claro. Y además, no imagina diálogo ni introduce digresiones imaginarias. El susodicho se llamaba Albert von Filek. Detrás, como imaginaréis, del protagonista había un seductor, un embaucador, un estafador profesional que había dejado un reguero de damnificados, incluidas un montón de noches de hotel sin pagar y hasta a una mujer casi en el altar. Él no tenía vergüenza ni remordimientos. Era un buscavidas, un pícaro, un hombre predestinado siempre al engaño. Además, fíjense, todas las mentiras se desarrollan en una época especialmente complicada donde señalarse, en uno y otro bando, podría significar la vida o la muerte.
             Ignacio Martínez Pisón apuesta en Filek por la naturalidad. Se nota en el estilo y en el tono de la narración, que da la sensación de ser una confesión donde se limitan al mínimo las florituras narrativas. Todo es claro, directo, conciso. Todo es serio. La historia, es curioso, empieza casi como una comedia de enredos con uno de esos personajes que sólo sabe meterse en líos y termina convertida casi en una tragedia cuando lo encarcelan en una de esas prisiones republicanas durante la Guerra Civil. Sobrevive, primero, por el caos burocrático y después porque Franco tampoco quería airear que había sido engañado.
            Filek se lee con agrado, con curiosidad y hasta con cierta sorpresa. En esta novela de no ficción –ojo a este género al que muchos se están sumando- confluyen dos grandes aciertos: un protagonista que es un estafador de medio pelo, pero al que le suerte parecía acompañar, y un narrador solvente –solventísimo- que sabe subrayar lo mejor, que contagia el entusiasmo por este personaje. Sí, esta es la Historia del hombre que engañó a Franco, porque las pequeñas anécdotas también retratan una época.

miércoles, 17 de octubre de 2018

La gente en los árboles


Todo comienza a mediados de los años cincuenta cuando Norton Perina, un joven médico, se une a una expedición a la Micronesia en busca de una tribu perdida, sin saber que la jungla atrapa y te cambia, porque ahí, donde nadie nos ve, podemos por fin mirarnos en nuestro peor espejo. En 1995 ese mismo hombre ingresa en prisión después de haber sido acusado de abuso sexual por uno de sus cincuenta hijos adoptivos. Los lazos con su familia se rompen, sus amistades desaparecen y la comunidad científica le da la espalda. Desesperado, abandonado por la sociedad, Norton escribe sus memorias desde la soledad de su celda para probar su inocencia y tratar de recuperar aquella parte de sí mismo que se quedó prendida en la isla salvaje. La gente en los árboles nos convierte en confidentes de una mente brillante y nos atrapa en un festín de palabras que pueden ser verdad o mentira.


La conoceréis porque dejó un batallón de lectores destrozados, abrazados a su primera novela, con un hipido en el pecho y la convicción de que aquello, justamente aquello, era la experiencia de la lectura, algo arrebatador, casi mágico. ¡Ése era el poder de la palabra! Ahora hablo por mí cuando digo que pocas veces había sentido esa desazón, esa zozobra en el ánimo tras leer las últimas líneas de un libro. ¡Qué emoción tan maravillosa! Me refiero a Tan poca vida, publicado por Lumen y convertido en una radiografía dolorosísima de las relaciones humanas, de los miedos y las trincheras, del amor. Ése es ya un título de referencia, uno de los pocos que volveré a leer tarde o temprano. Su autora, Hanya Yanagihara, se ha convertido ya en un nombre respetado de las letras modernas y vuelve a ser Lumen la que recupera su primera novela, La gente en los árboles, para hablarnos de un premio Nobel, un científico reputado y admirado, que repasa desde la cárcel su vida después de haber sido acusado de abuso sexual por parte de uno de sus hijos adoptados.
             La historia –o lo que puedo adelantar de ella– es la siguiente: Norton Perina es un científico lúcido y valiente, ganador del Nobel, que descubre en uno de sus muchos viajes a unas islas perdidas de la Micronesia una especie de la garantía para la inmortalidad. Él descubre que las tribus de la zona basan su alimentación en una tortuga autóctona que, al parecer, alarga la vida y que llega a convertirse en un símbolo, casi en un ser mitológico. Él no sólo vuelve a Occidente con su descubrimiento bajo el brazo y la admiración de la comunidad científica sino con varios (muchos) hijos que ha ido adoptando en estas tribus para procurarles una educación, un futuro nuevo. La historia nos la relata, con todo lujo de detalles, el propio protagonista, por lo que vamos a conocer su versión. Tendremos que ponernos en las manos de un narrador poco fiable y confiar en él, a pesar de que podemos intuir que es un gran manipulador. La novela, y os lo advierto desde ya, tiene algunos pasajes que no son fáciles o cómodos (los que la habéis leído me entenderéis), porque obliga al lector a salirse de su zona de confort.
             Ya apuntaba maneras la autora. Su estilo vuelve a ser preciso y preciosista, casi envolvente, como una tela de araña en la que las palabras y su musicalidad tienen un peso importantísimo. La trama avanza lenta pero segura, recreándose en los ambientes y en los detalles, alargándole la mano al autor. Tiene un no sé qué en la forma de narrar que atrapa y desconcierta, que emboba e inquieta. Quizás ése sea el logro de Yanagihara. Sorprende también su temeridad a la hora de abordar ciertos temas de mucho calado: la inmortalidad, el prestigio, el sexo, la dominación y la conquista, y todo sin juzgarlo, sin destilar moralina. La novela tiene un ramalazo antropológico fascinante porque nos obliga a mirar a los ojos a otros humanos con otros rituales y otras creencias. Nos obliga a despojarnos de prejuicios.
            La gente en los árboles y los lectores también en los árboles o donde el narrador nos lleve. Es fácil dejarse arrastrar por la pluma de Yanagihara, algo así como andar con los ojos cerrados pero dándole la mano a alguien en quien confías. Esta novela tiene algunos de los logros narrativos que yo más aplaudo: es una historia estimulante, una prosa cuidada y contundente y una trama que nos hace posicionarnos frente a los temas más controvertidos de la vida. La gente en los árboles y los lectores, con libros así, en las nubes. 

domingo, 14 de octubre de 2018

Infiltrada


Han pasado casi dos décadas desde que Soo-min desapareció en una playa de Corea del Sur. El informe oficial afirma que murió ahogada junto a su novio, pero Jenna, su hermana gemela, siempre se ha negado a admitir esa versión de los hechos. En todos estos años, el errático e impenetrable régimen de Kim Jong-il ha intensificado su política de intimidación al vecino del sur, y por extensión a todo Occidente, mientras se confirman los indicios de que su programa nuclear avanza a un ritmo peligrosamente rápido. Debido a sus conocimientos de geopolítica, a su dominio del idioma y a los rasgos físicos heredados de su madre coreana, Jenna es escogida para unirse a los grupos de expertos en asuntos norcoreanos reclutados por el gobierno estadounidense con el propósito de hacer frente a la amenaza. Servir a su país y al mismo tiempo indagar en la verdadera historia de la desaparición de su hermana es una oportunidad que Jenna no puede dejar escapar. Convertida en una agente encubierta e infiltrada en Corea del Norte, está dispuesta a poner en riesgo su vida para recuperar a Soo-min y así cauterizar las heridas que le impiden llevar una existencia plena.


Era cuestión de tiempo que alguien escribiera esta novela. Un thriller. Una historia de suspense, de acción. Casi una distopía. Un mundo raro y a la vez posible. Una sociedad inimaginable y a la vez cercana. Lo nuevo, lo carismático, lo sorprende no está en ninguna de las decisiones propiamente narrativas sino en el escenario elegido: Corea del Norte. Sí, la mismísima Corea del Norte. Con semejante paisaje, uno ya se predispone a un nivel altísimo de desasosiego, de inquietud. Lo que cuenta es ficción, pero está pasando. Infiltrada es una de las últimas apuestas de la editorial Salamandra, del autor D.B. John, y en la que se narra la historia de una joven surcoreana –lista, valiente y traumatizada- a la que proponen infiltrarse en Corea del Norte para investigar ciertas políticas del gobierno. Y de paso, intentará descubrir por qué su hermana desapareció misteriosamente en una playa veinte años antes, cuando era adolescente. 
           No hay nada que dé más miedo que lo real, que lo posible. Es por eso que Infiltrada se lee con avidez, con una angustia constante metida en el pecho porque el lector tiene la sensación de estar colándose de puntillas en un sitio prohibido. Y así es. Nunca antes habíamos tenido tanta información sobre Corea del Norte. Uno, a medida que avanza la historia, conoce la opresión, el hambre y el miedo de los habitantes del país, y sobre todo, descubre lo que no se puede contar. Conocemos a la señora Moon, que retrata a las capas más bajas, ésas que mueren de hambre, que están continuamente vigiladas y expuestas a cientos de castigos. Tenemos a los militares, los que sirven a la familia del dictador –no voy a decir su nombre por si hay espías también por aquí, y sobre todo, tenemos bases secretas, operaciones especiales, los delitos que pasan de generación en generación y hasta campos de trabajo forzados. Es, sin duda, el gran acierto del autor, la elección de Corea del Norte y su tratamiento, como si fuera un personaje más, como si realmente tuviéramos ante nuestras narices el enemigo. El autor cuenta que todo está basado en su “espantosa” experiencia en ese país. 
           La sombra de Corea del Norte es alargada. Aunque el estilo y los personajes siguen los parámetros del género, lo que le da a esta novela un elemento novedoso y absolutamente revelador es el escenario. Aun así, y como adelantaba antes, los personajes están bien trazados, son creíbles y tienen motivaciones coherentes, el estilo está cuidado –quizás muy por encima de los libros del género- y está muy bien estructurada: los capítulos son sólidos y terminan siempre en alto. Se nota a leguas que no es obra de un principiante. Además, el suspense está dosificado con criterio y la ambientación se sostiene.  
            El equipo de Salamandra ha dado en el clavo a la hora de promocionar la novela: en efecto, es una apuesta original y, además, tiene un plus de angustia porque sabemos (con cuentagotas) que situaciones parecidas están ocurriendo al otro lado del mundo. ¡Están ocurriendo! Infiltrada se lee con ansia, como una buena novela de suspense, y también con la curiosidad del que se enfrenta a un ensayo sobre cómo se vive en Corea del Norte. Sí, respiren hondo. Esta novela es como dejarte encerrado en una sala sin ventanas. Falta el aire. No hay luz y de nada sirve gritar. Prepárense para sentir la claustrofobia. No hacen falta fantasmas, zombies o asesinos en serie para temblar de miedo. El terror está, a veces, más cerca de lo que nos creemos. ¡Bienvenidos a Corea del Norte