Unos no los vivieron y otros los han olvidado. Pero hubo un tiempo en el que, para los chicos, el año tenía dos estaciones: cole y veraneo. Fabulosos veraneos en los que cambiábamos de casa, de amigos y de hábitos de vida. Veraneos de los años 60 y 70 con su iconografía, que iba del Seiscientos al Balón de Nivea, y su fauna humana: los rodríguez, los forzudos de playa, las «suecas» o el macho ibérico. Un universo veraniego que se esfumó entre finales de los 70 y comienzos de los 80. Abramos el grifo de los recuerdos para los que no los vivieron y para los que habían olvidado. Demos un paseo por aquellos veranos de playas abarrotadas y Madrid desierto. De estancias en el pueblo y acampadas junto al pantano. De cines de verano, pelotas hinchables y castillos de arena. De seis más el perro en el Seiscientos y bailongos en los chiringuitos. Abran este libro y comencemos.
Algunos
dicen que la nostalgia es la enfermedad de los pesimistas, de esos que lo único
que hacen es suspirar mientras se quejan de lo bonito que era todo antes y de
lo terrible que es ahora, como si cualquier tiempo pasado fuera mejor. A mí,
sin embargo, la nostalgia me parece necesaria: un justo ejercicio de memoria, de
saber de dónde venimos, de valorar que una vez las cosas fueron diferentes. No
se puede construir un presente sin echar la vista atrás. Y es aquí,
precisamente, donde se coloca el gran narrador León Arsenal con Aquellos fabulosos veraneos, una
curiosísima apuesta de la editorial Edaf en la que, como su título indica, viajamos
a la década de los sesenta y setenta para ver cómo iban a la playa nuestros
abuelos (o nuestros padres), cómo eran las vacaciones, los viajes y los
divertimentos, cómo era esa España que se rendía al sol, a la sangría y al
turismo. ¡Desempolven los recuerdos porque empieza el viaje (en un seiscientos,
claro)!
No seríamos lo que somos ahora sin
el turismo, como país y como sociedad. La llegada de turistas extranjeros cambió
el paisaje costero y emocional de una España que ya quería deshacerse del
Franquismo, que quería abrirse a nuevas experiencias. Supuso un boom económico.
Supuso una modernización sin vuelta atrás. En esas páginas –con una edición
exquisita, a todo color, cuajadas de documentos gráficos- está todo lo que
fuimos: los largos viajes en coches pequeños, las postales de esos colores
chillones y la moda de los bañadores; la construcción de esos rascacielos a la
orilla del mar, las pandillas de verano que duraban dos meses y los balones de
Nivea; los cines de verano con sus butacas duras y los bocadillos, las cámaras
de foto antiguas y las neveras llenas. Y cómo no, los amores estivales. Y por
estas playas de antaño se pasearán los chulitos y los mirones mientras muchos
maridos se quedaban en la ciudad, lo que se conocía como estar de Rodríguez. Volvamos
a esa España que tan bien quedaba reflejada en las películas de Alfredo Landa. Y
todo esto está contado desde el propio recuerdo del autor, con sensatez y también
con gracia, con una mirada muy peculiar, pero muy lúcida.
León Arsenal ha sabido escribir un
libro a medio camino entre la crónica, el diario personal y el documental
histórico. El resultado es una radiografía acertadísima no sólo de su infancia
sino de la España de la época y además, tratado siempre desde la cercanía,
desde la naturalidad, como alguien que te cuenta sus recuerdos en un
chiringuito, mirando al mar, con los labios llenos de sal. Y aquí está uno de
los grandes aciertos de Aquellos
fabulosos veraneos: la capacidad de convertir esta lectura en un ejercicio
íntimo, en una conversación amistosa entre el autor y el lector. El estilo es
sencillo, agradable, pegado a lo oral; y los asuntos que aborda tienen un
fuerte componente emocional. Se nota que lo ha vivido y, sobre todo, que le
gusta recordarlo. Y en esas palabras está el León Arsenal niño o joven, que se
asombra ante lo que ve, que está descubriendo el mundo y recopilando sus primeras experiencias. Este libro es universal: conectará de inmediato con
cualquier persona de más de treinta años porque habla de un paisaje reconocido
y reconocible, de un pasado cercano.
Qué bien sienta la nostalgia cuando viene de mano de
gente tan interesante como León Arsenal y Edaf. Porque Aquellos fabulosos veraneos es un viaje en toda regla, un viaje a
lo que fuimos y a lo que recordamos, a esa España que se abría al turismo con
ganas, a esas primeras veces en la que teníamos vacaciones. Y uno se siente
poderoso, como con un as debajo de la manga, cuando descubre que este libro
tiene la capacidad de transportarlo a un lugar mágico: el de los veranos
felices. Pasen, lean y viajen. Imprescindible.
No me suena, creo que es la primera reseña que leo, gracias ^^
ResponderEliminarBesos :P