miércoles, 15 de febrero de 2017

Chicos y chicas


En este libro de relatos –el séptimo–, la voz narrativa de Soledad Puértolas se expresa en tercera persona y cobra el tono de las narraciones clásicas, cuando el narrador, por encima de todo, perseguía la magia, la seducción inherente a la narración, independientemente de lo que se contara. Ha alcanzado un matiz nuevo. Quizá de mayor serenidad, de mayor hondura. Sin que falte el humor, que recorre todos los relatos, y que en algunos de ellos hace que se acentúe nuestra sonrisa. Son relatos que tratan de encuentros, de desencuentros, de reencuentros. De chicos y chicas. De parejas que se separan, de traiciones, envidias e ilusiones, de mitos de adolescencia, de ideales de juventud, de las perplejidades de la madurez, del extrañamiento de la vida. Hay hijas que veneran a sus madres, madres que desconfían de sus hijas o de sus yernos, hay perros que se encaraman a las novias de sus dueños, hay horas arrancadas a la vida oficial, de todos conocida, horas secretas. Y horas que, aun estando a la vista de todos, nadie ve. Sólo la voz que narra, que escoge ese momento y lo detiene.


Los escritores grandes lo saben. No hace falta recurrir a un terremoto, a una muerte o a uno de esos amores monumentales para tener una trama con peso. La mayoría de las veces, la vida se cuela en las grietas, se define en los hechos cotidianos, se nutre de los detalles, de los guiños y de las cosas que nunca ocurren. Algo así nos enseña la académica Soledad Puértolas en su reciente colección de relatos, Chicos y chicas (Anagrama), que con este genérico título nos presenta un catálogo de gente corriente, a la que no le pasa nada peculiar, pero que representan toda una concepción del mundo. La escritora zaragozana se mancha las manos y nos muestra las grandezas (y las miserias) del ser humano a través de hechos en apariencia banales, de pequeñas historias en las que dinamita, como en mucha de la narrativa moderna, esa estructura de presentación-nudo-desenlace, y apuesta por escenas, flashes, finales abiertos.
            Algo parece unificar, como un esqueleto, todos los relatos de este libro: lo ideal frente a lo cotidiano, lo bonito frente a lo imperfecto. Y es en esta lucha eterna en la que se sitúan los personajes: atrapados en una vida que parece elegir por ellos, pero que sueñan con Dios sabe qué. Son ciudadanos en la cuneta, a las afueras de su felicidad. Quédense, por ejemplo, con esa mujer que, durante unos días de descanso en una cabaña, vuelve al hogar sin decirle nada al marido, con ese catedrático que se vuelca con una jovencita doctoranda, en esa chica fea que se casa con un joven guapo y que se lo consiente todo. Soledad Puértolas se confirma aquí como una experta en los abismos cotidianos, en mostrar ese momento en el que la vida está a punto de ser maravillosa, justo ante los ojos, pero inalcanzable. No pasen por alto el relato -quizás el mejor- en el que un profesor les pide a sus alumnos analizar un cuadro de El Greco y uno hace una redacción titulada: lo que no se ve. Aquí está la llave que abre todo el valor de esta obra como conjunto.
            Soledad Puértolas no tiene que demostrar nada con Chicos y chicas. Se desenvuelve con soltura en ese estilo sobrio tan suyo que tiende a la elipsis y a los silencios, en el que todo fluye con una nostálgica calma. Condensa el tiempo con una precisión de sastre y, en contra de lo que ha decidido en otras ocasiones, apuesta por un narrador en tercera persona para subrayar la distancia, para multiplicar la frialdad. Además, le pone voz a eso que los humanos queremos olvidar, a esas infelicidades que nos acompañan como sombras o como jaquecas, a esa sensación de que la vida siempre va por su cuenta, por mucho que nos empeñemos en cabrearnos o en cantarle las cuarenta. Y parece inagotable su interés en las relaciones, en las largas o las esporádicas, en las sanas o las tóxicas, en cualquiera que retrate cómo nos conectamos los seres humanos, cómo somos crueles los unos con los otros. Soledad Puértolas tiene el don de la inquietud, de contagiarnos esa zozobra que a veces no es más que un zumbido interior.
            Chicos y chicas sois vosotros y soy yo, somos todos, somos la gente que hace cola para subir al autobús, que se desespera bajo un paraguas en un día de lluvia o que se decepcionan de un amigo, de una madre o de un hijo. Soledad Puértolas homenajea a los que creemos que la vida por venir será mucho más maravillosa de lo que es ahora, y nos mira con compasión, con ternura y, sobre todo, con esa visión de las personas inteligentes que saben contar qué pasa cuando no pasa nada. Y ahí, en los silencios, en esa gente que calla, está la grandeza, el impacto de esta colección de relatos. 

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