Yavé condenó a Caín a andar perdido por el mundo y esa maldición (muy atenuada y, a menudo, cargada de humor) alcanza también a los protagonistas de estos catorce relatos, que viven un poco desorientados, cada uno en un rincón del mundo. En el libro aparecen ciudades rusas, una lujosa mansión de Santa Mónica, el Londres del jubileo de Isabel II, aldeas africanas con mezquitas junto al mar, una piscina pública de Florencia, el París del joven Héctor Berlioz, un pueblo castellano con su psiquiátrico en fiestas o barrios populares de Burgos y Madrid. En estas páginas, animadas por un impulso juvenil irresistible, suenan músicas hermosísimas: el Concierto en sol mayor de Ravel, valses de Granados y obras de Dutilleux, Cherubini o Borodín (y también un mambo y villancicos). Se recitan versos de Rilke y de Gloria Fuertes y hay homenajes a Chéjov, Leskov o Céline.
Ya lo
decía el premio Nobel Juan Ramón Jiménez –sí, ése de Platero es pequeño, peludo, suave…- hace casi un siglo en unas
declaraciones propias de un visionario: “Escribir
largo, ancho y tendido es mucho más fácil que escribir corto, breve y aislado”.
No he dejado de pensar en mi paisano y en esa curiosa concepción de las letras durante la estimulante lectura de Andarás
perdido por el mundo, el libro de relatos publicado por Ediciones del
Viento y escrito por Óscar Esquivias (Burgos, 1972), un talentoso narrador con el don de la
precisión (y muchas cosas más). Escribo
sobre este libro con una ligera sensación febril: lo he terminado hace una
hora y me ha dejado turbado, todavía rendido ante estas catorce historias, por la
capacidad del autor para abordar el complejo mundo de las relaciones, los
silencios y las expectativas, por ese tino a la hora de decidir qué contar y
cuándo callarse, por la complicidad que crea con el lector –el narrador se
lleva tendiendo puentes toda la obra- gracias a un estilo cercano, a esa
pretendida cotidianidad, a su peculiar mirada.
Inescrutables son los caminos
del Señor e inescrutables son también las sendas del deseo. Muchos
son sus disfraces y, a veces, penosas sus consecuencias. El deseo, como
esqueleto que va atravesando este libro de relatos, es a la vez, motor de la acción
y desorden del mundo. El deseo mudo. El deseo homosexual (mucho). El deseo indeseado. El deseo peligroso. Y casi siempre, con una melodía de fondo: la música, símbolo de la belleza inequívoca, de lo bonito de la vida. En estas historias están los incendios invisibles, las ganas de besar, la carne y la canción, el hastío del mundo, la huida hacia ninguna parte y esa sensación que democratiza a los personajes que aparecen: andarás perdido por el mundo. ¿Es que sólo importan en el mundo la música y el deseo? Pues seguramente. Fíjense, cuando
oigo a Aretha Franklin, siempre pienso: qué fácil debe de ser cantar así. Lo mismo
siento con el autor, porque hace que esa habilidad para contar historias parezca
indiscutible, al alcance de la mano, algo innato. Óscar Esquivias acierta de lleno al trabajar la virtud de la
imprevisibilidad: sus relatos no se saben hacia dónde van a evolucionar, el desarrollo es siempre inesperado y sorprendente. Leer estos cuentos es como un atravesar un bosque en una mañana de niebla.
No
es que los personajes estén trazados con tino –que lo están-, no es que los
juegos temporales estén hilvanados con la precisión de un sastre –que lo
están-, no es que los finales nos dejen unos segundos suspendidos en esa tierra
de nadie que hay entre la literatura y la vida –que nos deja-, no es que la
prosa combine con maestría sencillez y efectismo -que lo hace-. Es algo más, algo que ocurre muy pocas veces y que es una especie de
carisma, un je ne sais quoi que
está presente en todos los relatos –un perfume, un guiño, una melodía- y que
hace de la lectura un ejercicio adictivo: uno sólo quiere tirarse de cabeza,
hundirse hasta el fondo. Óscar Esquivias tiene un ramillete de referencias muy
potentes y que maneja a la perfección: musicales, literarias, cinéfilas y religiosas. Y en sus historias
caben un niño que descubre el mundo en un cine, un latino que parece chino y
finge ser chino, un adolescente que no sabe gestionar el embarazo de una
compañera de clase, dos músicos resacosos que sólo piensan en el deseo y en la
posesión. Y todos podemos ser nosotros, en algún momento, en alguna vida.
El mundo se asoma a estos
relatos, y estos relatos le hacen un guiño al mundo. En
cada historia –y aquí radica su éxito- estamos nosotros, hay un trozo de
nuestro universo y de nuestro desconcierto. La lectura Andarás perdido por el mundo, de Ediciones del Viento, es un descubrimiento, un fogonazo de
belleza, un bostezo dentro del pecho. Esta recopilación de relatos, que se
cuela SIN DUDA entre lo mejor del año, me ha dejado una sensación de vacío, de
ser abandonado de alguna manera: eso me pasa por crear lazos afectivos tan
intensos con estos relatos. Y la culpa –la bendita culpa- la tiene el autor.
Óscar Esquivias, a sus
pies.
¡Hola!
ResponderEliminarVaya... pues sí que te ha gustado la lectura... Me has picado la curiosidad con este libro, así que me lo apunto a la lista para poder juzgarlo por mi misma en un futuro. ¡Muchas gracias por la reseña!
Un saludo imaginativo...
Patt
¡Hola!
ResponderEliminarPues me ha llamado bastante la atención, creo que podría gustarme... Así que me lo apunto para darle una oportunidad pronto.
Por cierto, no conocía tu blog así que me quedo para seguirlo, ¿Seguirías el mío devuelta?.
Un abrazo
Siempre he pensado que condensar mucho sentimiento en un relato no es fácil y muchos tienen un merito enorme.
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