Estamos llenos de fronteras: las geográficas, las temporales, las psíquicas y también las lingüísticas. Todo cuanto somos nos aleja de unos y nos acerca a otros. Hoy os hablo de una novela peculiar, y con carácter, una historia dura, inteligente (y también tristísima) sobre el papel que juega la lengua, nuestra lengua materna, en la construcción de la identidad. El español, por el mero hecho de hablarlo y de pensarlo, implica una ordenación de la realidad, como unas gafas con las que vemos de una determinada manera lo que nos rodea. Marcos Eymar (1979) firma Hendaya, título ganador del XVI Premio Vargas Llosa y que ahora publica Siruela dentro de la colección Nuevos Tiempos. Y esta novela huele a experimento en cada página –y ojo, que es un piropo– por esa incansable exploración de las fronteras, por el meticuloso uso del lenguaje y por el desdoblamiento del narrador. Tranquilos, ahora lo explico todo con más calma.En un bar de la frontera entre Francia y España, un hombre acorralado imagina la explicación que dará a los asesinos que vendrán a buscarlo. «¿Cómo me embarqué en esta misión?», se pregunta Jacques Munoz, sin eñe, hijo de una humilde inmigrante española decidida a que su hijo olvide su idioma original. Pero la muerte de la madre despierta el interés de Munoz por la lengua prohibida, que parece encerrar todos los enigmas de su pasado. No tarda en comenzar a estudiar el castellano de manera obsesiva y autodidacta y en aceptar un trabajo ilegal que lo obliga a viajar por tren de París a Madrid, cargando siempre con una misteriosa maleta. Empieza así una arriesgada aventura que abarca dos tiempos, dos ciudades y dos lenguas. Muy pronto Jacques se ve envuelto en la vida privada de una deslenguada madrileña empleada del Metro, en la lucha a muerte entre dos grupos de contrabandistas, en las historias de los hombres y mujeres que tuvieron que abandonar España para salvar su vida o su dignidad, en sus éxitos y fracasos…
Hendaya
nos sitúa en un momento concreto de la vida de Jacques, un hombre de mediana edad: lo
conocemos en un bar de carretera esperando a que vengan a interrogarle, quizá a
matarle. Es hijo de una inmigrante española, ya muerta, que nunca quiso
enseñarle a hablar su lengua materna, y él siente ahora un interés desesperado por
recomponer su pasado. Y la historia
transcurre en gran medida en ese tren que conecta Francia y España, que va
atravesando la frontera como un símbolo de la evolución de Jacques, que
aprende castellano de forma compulsiva para entender sus orígenes. Y es curioso
cómo queda reflejado en el texto; el
protagonista se equivoca, usa las palabras mal, y conjuga mal los verbos. Marcos
Eymar lo deja desarmado y lo sitúa en tierra de nadie -un español que no maneja el español-, como un forastero en su propio país.
Atención, porque uno de los recursos más interesantes de la novela es el
desdoblamiento que el narrador hace de Jacques: por una
parte, le habla directamente –«no sabes cuál será su aspecto…»– y después, se
refiere a él en tercera persona del singular: –«Jacques fue…»–. Este juego de
voces funciona muy bien y dota la
historia de más profundidad, como un trampantojo.
Fijaos,
si esta novela fuera una ciudad, sería Lisboa: por esa decadencia, por esa
carga de pasado, por esos colores ocres al atardecer. Hendaya nos muestra unas vidas miserables, sin motor y sin brillo, nos
acerca a esas gentes grises que tienen la mirada vacía y los hombros caídos. Tenemos
al protagonista, típico perfil de fracasado apátrida, y a María José, una
limpiadora del Metro a la que conoce en una de sus visitas a Madrid, una madre
soltera, desencantada de la vida y de
los hombres, buscadora incansable de cariño. Y es ella, María José, uno de
los personajes más potentes y quizás más coloridos: cada vez que aparece, le da una nueva dimensión a la historia. Desprende una fuerza tal que quizás
mereciera una novela para ella sola. Además, de ser una novela sobre las fronteras y
las revoluciones íntimas, tiene también tintes del género negro. La prosa de Marcos tiene empaque, sobresale,
incluso sin quererlo.
Hendaya
trata sobre el destierro, sobre la lengua materna y la necesidad de
congraciarnos con nuestro pasado. Es
ésta la historia de un hombre que descubre que su patria es la frontera.
Marcos Eymar ha construido una novela potente y oscura, empapada de
esa nostalgia de los españoles que, en los años 50 y 60, dejaron su país para
empezar de cero en otra tierra y con otros sonidos. No os voy a negar, hay algo
triste en sus páginas, pero también están llenas de lírica, de bellas imágenes.
La disfrutarán si aprecian el estilo pulcro, las buenas letras. Dice en la contraportada que Eymar es uno
de los narradores a tener en cuenta. No me cabe duda.
Este no me llama la atencion asi que lo dejo pasar.
ResponderEliminarSaludos
¿Estás leyendo mucho estos días?
EliminarMe has dejado con ganas de conocer más esta historia. Me apunto el libro, que no lo conocía.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es muy curiosa, muy opaca. Un beso fuerte.
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