Uno se siente más cómodo en los lugares en los que pasan cosas. Lo mismo podría decirse de las novelas. Queremos que pasen cosas, muchas, cuantas más mejor, pero a veces llega a nuestras manos –y a nuestros ojos- una historia en lo que lo importante es la ambientación, los sutiles cambios que se producen en los personajes, la transformación forzosa de una sociedad. Como cuando uno se queda sin batería en el móvil y se ve obligado a mirar sin prisas el atardecer, a contemplar lo que pasa alrededor. Así es El fragor del día, la contundente novela que escribió Elizabeth Bowen en 1948 y que ahora recupera Impedimenta en una edición exquisita. El lector quedará encerrado en un Londres asediado por las tropas enemigas durante la Segunda Guerra Mundial con unos personajes que, además, libran su propia guerra doméstica, igual de cruel la de dentro que la de fuera. Y esto es lo maravilloso de la historia: los bombardeos, los muertos, las sirenas y las ruinas no interrumpen lo importante, que no es otra cosa que las emociones, las terribles ganas del ser humano de amar, de comunicarse, de querer ser feliz.Londres está asediado por las bombas y la pobreza durante el Blitz –ataque aéreo de la Alemania nazi sobre el Reino Unido-, y Stella Rodney ha decidido no abandonar su casa cuando todos los demás se han marchado huyendo de una muerte posible. Para ella, la sensación imperante de catástrofe se vuelve personal cuando descubre que el hombre a quien ama, Robert Kelway, es sospechoso de vender secretos a los alemanes y que el hombre que lo persigue, Harrison, quiere que sea ella quien pague el precio por su silencio. Atrapada entre dos corrientes, Stella ve su mundo derrumbarse.
Me
siento ridículo teniendo que decir que Elizabeth Bowen es una gran
narradora. De hecho, está considerada como una de las voces imprescindibles del
siglo XX. Y con razón. Su prosa es tan ingeniosa, tan cuidada, tan vivaz que a
veces uno deja de leer sólo por el placer de digerir lo que acaba de decir.
Estamos ante una maestra del arte de la descripción, con una fuerza
sobrenatural para levantar imágenes. Quizás es esto lo que la hace enorme: su capacidad de mirar la realidad con ojos
extraños. La autora compone una de esas novelas de interior en la que todo
parece ocurrir sotto voce, en un
nivel subterráneo, casi imperceptible, y donde se abordan sin pudor esos
grandes debates a los que todo ser humano se enfrenta en algún momento: la
libertad, la identidad, el amor. Y con el ruido de las bombas de fondo, es
imposible no preocuparse por la supervivencia. ¡Todos queremos seguir viviendo, aferrarnos a lo que sea! Con qué
naturalidad plantea la autora estos asuntos y con qué elegancia los resuelve,
cómo evita ser obvia y, sobre todo, cómo deja que los personajes se expliquen,
mientan, se contradigan y duden. Como la vida misma.
El
fragor del día es una historia sobre
una guerra en el salón y sobre unos personajes que establecen, sin
quererlo, relaciones explosivas. También hay ruinas, fuego y desastre dentro de
casa, junto a los sillones y sobre las alfombras. El encuentro de Stella,
Robert y Harrison, el trío protagonista, sólo puede producirse en el contexto
de una contienda y es en estos momentos, en
los que se sueña con una victoria –la que sea-, cuando se despojan de lo
superfluo y sacan a la luz su desazón por lo profundo, por eso tan incierto que
es el futuro. “A nosotros la guerra nos hace pensar”, dice ella en un momento
dado. ¡Y vaya si lo hace! La vida se vuelve trascendente, honda. Como todo
inglés que se precie, Bowen hace un hueco –pequeño- para el humor, como esa
escena de los pacientes de un
psiquiátrico que se unen a un cortejo fúnebre sólo para hacer bulto o la de
esas dos mujeres que leen obsesivamente la prensa para saber cómo deben
sentirse.
Impedimenta nos trae una novela en
penumbra –casi todas las escenas se desarrollan con las cortinas corridas, las
lámparas apagadas- en la que el lector también quedará aislado, atrapado por el
embaucador estilo de Elizabeth Bowen, que escribió El fragor del día como una forma de congraciarse con su pasado.
Ella, como su Stella, también se quedó en Londres y su casa quedó destruida por el bombardeo nazi. Ah, esta autora
formó parte de ese grupo de influyentes intelectuales que revolucionó la
cultura de principios del siglo XX y que se llamó El Círculo de Bloomsbury, en el que también estaban, por ejemplo,
Virginia Woolf o Gerald Brenan. Sea como fuere, tenemos a una escritora que no
tiene prisa por contar sus historias y que demuestra un talento descriptivo indiscutible. Es una de esas pocas personas
que sabe hablar con lirismo de la guerra y sus consecuencias. Una gozada.
¡Hola!
ResponderEliminarLlevo un tiempo con ganas de leer algo de esta autora, ningún libro en concreto pero este me ha llamado mucho la atención. A ver si lo puedo leer en 2015 y a ver que me parece.
Un beso
Cuéntame qué te parece si lo lees. Un beso. Feliz finde!
EliminarSeguro que es bueno, pero ahora mismo tengo ganass de leer cosas menos densas, ya igual el próximo año vuelva a ponerme otra vez con este tipo de novelas
ResponderEliminarun beesito
Sí, la verdad es que hay que estar en el momento apropiado para leer esto. Un besito.
EliminarPor ahora lo voy a dejar pasar porque no lo veo muy de mi estilo.
ResponderEliminarSaludos
Un beso muy fuerte. Gracias por pasarte.
EliminarCómo me tientas con este libro... Me apetece muchísimo.
ResponderEliminarBesotes!!!