Una mañana fría de Navidad, una mujer de mediana edad hace balance de los trece años transcurridos desde que recogió a su niña en un orfanato ruso. Aunque no es precisamente el día más apropiado para rendir cuentas, el impulso de sincerarse y de enfrentarse a su propia decepción hace que madre e hija se enzarcen en una larga discusión en la que aflora el abismo que las separa. Bajo el fuego cruzado de amargos reproches, el vínculo amoroso, profundo e inextinguible, se presenta como el último recurso para superar la crisis y recomponer la relación. Sin embargo, en una jornada aciaga, mientras una feroz tormenta de invierno se abate sobre la zona, un acontecimiento inesperado condiciona de forma dramática la estabilidad de la familia.
El invierno llega siempre cargado de noches largas,
frías. Las relaciones, sobre todo las más cercanas, las más íntimas, se
congelan de vez en cuando por culpa de algún invierno largo, frío. Y uno no puede
hacer nada por evitarlo. En esos casos, los únicos refugios válidos son la luz
y el calor, un abrazo. Así de sencillo. Así de complicado. La nieve bloquea las
puertas de las casas y también los afectos. Las tormentas no sólo cortan las
carreteras sino también la capacidad de comunicarse. El frío del paisaje y el frío del
corazón en una misma estampa. Ya se imaginan ustedes de qué vamos a hablar en la
reseña de la historia de hoy, una de las últimas apuestas de la exquisita
editorial Salamandra, donde nos trasladamos a un particular día de Navidad en
el que una madre y su hija (adolescente y adoptada) se sinceran, se pelean, se
derrumban y, al final, se rinden. Dos mujeres deciden poner en orden sus
recuerdos, airear sus rencillas mientras fuera la nieve lo cubre todo, las deja
incomunicadas. Hoy hablamos de Una noche
de invierno, de la escritora Laura Kasischke, que ha recibido el Gran
Premio que otorgan las lectoras de la revista Elle.
Imagínense
el escenario. Es el día de Navidad y la protagonista se ha levantado tarde,
tardísimo. Su marido ya ha salido, en dirección al aeropuerto, para recoger a los
familiares que se unirán al almuerzo y su única hija está de un humor de
perros, especialmente hostil. Una fortísima tormenta de nieve dinamitará los
planes navideños y dejará a las dos mujeres incomunicadas, solas, asustadas. Y
es ahí cuando se desata la verdadera tormenta: madre e hija les ponen palabras
a sus sentimientos por primera vez. Salen los miedos, las rencillas y los
reproches; salen las decepciones, los lamentos y las tristezas. Todo sale en
esta historia estimulante pero también claustrofóbica que obliga al lector a
presenciar este choque entre madre e hija, del que ninguna de las dos saldrá indemne. Una noche de invierno va más allá
porque no sólo aborda la maternidad sino aspectos más profundos como la
adopción o el encuentro de unos padres con un hijo extraño. Y va lanzando
reflexiones que se van quedando en el lector: Nadie nace sin una herencia, del
tipo que sea. ¿Con qué herencia habrá nacido Tatiana, la hija adoptada en un
orfanato de mala muerte en Rusia? Y es esa parte misteriosa la que va enfriando
el ánimo de la madre. ¿Cuál es nuestro destino? ¿Podemos escapar de él?
No
saldrán de esa casa. Hablo de las protagonistas y de los lectores. Toda la novela –tiene
poco más de 200 páginas- de desarrolla en ese hogar en el que tendrán que
permanecer a la fuerza, en contra de su voluntad. El exterior es hostil, pero no más hostil que el
interior. La historia, que a veces tiene visos de obra de teatro, está
concebida como un viaje del presente al pasado, como una acumulación de
emociones no resueltas, como un intento de congraciarse con la propia experiencia vital. El estilo es dulce y suave, de gran calado, tiende a la poesía y a la
descripción, a la belleza en todo momento. No hay grandes dosis de acción, no hay grandes artificios. Todo es
diálogo, ¡y qué diálogos! Y les aseguro que tiene uno de los finales más impactante que he leído
en años, algo así como una avalancha que te sepulta y que te deja inmovilizado,
al borde del colapso.
Prepárense,
porque las noches de invierno llegan y lo mejor es que nos cojan preparados. Una
madre. Una hija adolescente, adoptada. Una nevada. Y mucho pasado. No hace falta
nada más para meternos en esta noche larga y fría. Y no podrán salir, no
querrán hacerlo, porque a pesar de la tormenta y los reproches siempre queda una pregunta: ¿hay
algo más curativo, más incondicional que el amor de una madre? Lean esta historia contundente y raramente bella porque lo que sé es que no les dejará fríos. Y en cuanto la terminen se sentirán un poco más huérfanos.
Tiene muy buena pinta este libro, me lo apunto.
ResponderEliminarSaludos
¡Hola!
ResponderEliminarNo conocía el libro y tiene una pinta estupenda! Me lo apunto :)
A mí me pareció un bodrio. Y al final hacía rato que ya sospechaba la razón del absurdo... no lo recomendaría
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