Mitsuko tiene una librería de lance especializada en obras filosóficas. Allí pasa los días serenamente con su madre y Tarô, su hijo sordomudo. Cada viernes por la noche, sin embargo, se convierte en camarera en un bar de alterne de alta gama. Este trabajo le permite asegurarse su independencia económica, y aprecia sus charlas con los intelectuales que frecuentan el establecimiento. Un día, una mujer distinguida entra a la tienda acompañada por su hija pequeña. Los niños se sienten inmediatamente atraídos entre ellos. Ante la insistencia de la señora y por complacer a Tarô, a pesar de que normalmente evita hacer amistades, Mitsuko aceptará volver a verlos. Este encuentro podría poner en peligro el equilibrio de su familia.
Tienen
la portada –los colores, el trazo, la estampa- y el título algo que invita al
recogimiento, a ponernos cómodos, a descalzarnos quizás y a bajar las persianas, a
aislarnos del mundo, algo parecido al olor de una tarta que se hornea y que nos arrastra
hasta la cocina. Está relacionado, y no
me pregunten por qué, con la dulzura y el silencio, con la armonía. Quizás
es que hay libros que tienen carisma, que atrapan incluso antes de leerlos. Hôzuki, la librería de Mitsuki es una de
las últimas (y más exquisitas) apuestas de Nórdica Editorial, escrito por la
autora japonesa -aunque lleva muchos años viviendo en Canadá- Aki Shimazaki:
una novela corta sobre una librera y su hijo sordomudo, una fábula sobre las
casualidades y el destino, sobre la maternidad y la nieve, sobre las personas que se encuentran en esta vida porque ése es su
cometido: encontrarse y hacerse felices.
Como apuntaba antes, Mitsuko regenta
una librería y vive con su madre, una mujer católica, divorciada y ex
presidiaria, y con su hijo Taró, sordomudo y mestizo, mitad japonés, mitad
español. Un día, entra en la tienda una misteriosa mujer y su hija, que quieren
comprar algunos libros, y esa visita desequilibra su rutina, abre una ventana
ante un paisaje incierto. Ese encuentro, casual, fortuito, servirá a la
protagonista para recordar ciertos episodio de su vida relacionados con los
amores y las soledades, con la maternidad y el sufrimiento, con el futuro. Y aquí están, a grandes rasgos, los desvelos de una mujer, sus
desaciertos, las decisiones con las que tendrá que cargar el resto de su vida.
Y hablaba antes del silencio: fíjense, su hijo es sordomudo, la nieve cae tranquila a las afueras. Y sí, la novela
está llena de colores blancos, habitada por secretos, por cosas que no se dicen porque ponerle palabras haría
más daño que mantenerlas ocultas. A pesar de la carga de la historia, prevalece
siempre la ternura, esa suavidad que es obra de la autora.
No podía ser de otra forma: el estilo
de Shimazaki es conciso y armónico, como si nos estuviera susurrando. Elige las palabras precisas, no se enreda
en descripciones interminables. Todo es sencillo y ordenado, luminoso, como si
la literatura también tuviera su feng-shui. Se decanta por los párrafos
cortos, por las frases tajantes y por dejar que los personajes se desenvuelvan
solos. El narrador, en este caso ella misma, parece contar la historia con
pudor, con cierto sonrojo, como si fuera igual de importante lo que se cuenta y
lo que se calla. Tiene el don de callar, de sólo sugerir. Y lo mejor es que
tiene varios niveles de lectura: está la acción, y todo lo que subyace. Y
después, como esa estela que deja el cometa, está ese buen sabor de boca, la
sensación de que en poco más de cien páginas nos ha contado una vida entera, o
tres vidas enteras, todas con sus desamores.
Como ver nevar tras la ventana, junto a una chimenea, Hôzuki, la librería de Mitsuko habla de una
forma calidad sobre los amores grandes y los encuentros mágicos, nos hace
reflexionar sobre la maternidad y sus límites, nos muestra el momento en el que
una madre y un hijo se miran a los ojos y saben que no cabía más opción que la
de estar unidos. Qué susurro más bello
el de Shimazaki. Y desde aquí, sólo puedo recomendar esta fábula, y decir
que a veces para contar una historia sólo hay que elegir las palabras más
sencillas, las más elegantes. Y dejar que todo fluya
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