Un niño sin apetito. Unos padres hambrientos. Un libro sin igual. Un niño demasiado delgado dentro de un mundo demasiado insípido. Un padre y una madre obsesionados con la comida: una lucha en familia que sólo puede acabar en tragedia. O en comedia, en una comedia muy negra. «Cada día es una lucha. Dicen que crezco débil y torcido, que no soy normal porque apenas tengo un hilito de grasa encima, que los otros niños, a mi lado, parecen gigantes. Dicen que tengo que comer, que no es posible que un niño de mi edad nunca tenga hambre. Pero yo no quiero comer.» El protagonista de Orfancia se siente perseguido por sus padres, una pareja de Nápoles que quiere verlo rollizo y feliz. Él está convencido de que, llegado el momento, todos los adultos devoran a los niños y no tiene claro que quiera acabar así. Pero la vida tiene un sabor imposible de resistir...
Los amores están en la comida. Sí, dicen que la
forma en la que uno come –con ansia, despacito o masticando mucho- está
relacionada con la forma en la que ama –con ansia, despacito o saboreando
mucho-. Parece que hay una relación invisible y poderosa entre ambas acciones:
cuando uno no tiene suficientes abrazos puede refugiarse en la bollería industrial y en las chocolatinas, y cuando uno está locamente enamorado pierde el apetito y se le cierra el
estómago. Parece que los afectos y los alimentos pudieran compensarse mutuamente. Pues es este binomio el
que analiza Athos Zontini en su úlrima novela, Orfancia, una de las grandes apuestas de Destino para esta
temporada y en la que nos narra la historia de un niño –el protagonista, el
héroe, el miedoso- que no quiere engordar porque tiene la seguridad de que el
último objetivo de sus padres es cebarlo para después comérselo. (Aquí me acuerdo del cuadro de Goya Saturno devorando a sus hijos y se me ponen los vellos de punta). Fíjense: los
padres convertidos en monstruos, en los malos de la película. Y así, el autor
habla de comidas y amores, de atracones y desplantes, de vómitos y flaquezas en
un escenario especial: el de una infancia triste y solitaria, un paisaje con sus propios miedos.
Tiene
Orfancia algo –no sé qué- parecido a
El niño del pijama de rayas. Es ese aire de novela profunda con un matiz
infantil, es ese niño que intenta comprender –sin éxito- ese mundo de adultos,
es ese estilo sencillo, directo, sin grandes florituras, pero pulido, sobre
todo en el caso de Zontini, es esa apariencia de historia amable bajo la que se esconde
una cruel percepción de las relaciones humanas, del daño que somos capaces de
hacernos unos a otros. El niño, frágil, enclenque, sin fuerzas, es el
encargado de luchar contra el mundo adultos representado en sus propios padres: gente infeliz, que grita y se desespera, que no conoce la amabilidad.
Y aquí, en esta especie de fábula, están varios debates interesantísimos de las
relaciones de padres e hijos, como qué pasa cuando los hijos no cumplen las
expectativas de los padres, o los pequeños le pierden el respeto a las personas
que deben ser sus ejemplos: pues que se produce algo parecido a la orfandad, a
un paseo por la infancia sin guía y con miedos, a una etapa en la que el niño
está continuamente temeroso. No hay que olvidar –además, nos topamos con algunas escenas
muy fuertes- la obsesión malsana del protagonista con la comida: no duda en
meterse los dedos para vomitar, y con la que nos ofrece un retrato triste de la
bulimia (en los niños).
No
se equivoquen. Orfancia no es una
novela-fábula triste ni pesimista, ni tan siquiera gris: tiene momentos de
humor y está contada con una dulzura innegable, con cierto carisma. Sin duda,
Athos Zontini tiene una mirada particular sobre el mundo y, además, sabe hacer
creíble una historia contada por un niño. La historia está
dividida en cuatro estaciones, algo así como un recorrido completo, en el que
el hijo descubre la verdad del mundo y que puede interpretarse como un viaje
iniciático que concluye con la pérdida de la inocencia, con la caída de la venda de los ojos. La publicidad de esta novela se
basa en el final: no se impacienten con llegar a la última página y disfruten del camino y del protagonista. De hecho,
para mí ha sido más apasionante la evolución del niño y la relación con sus padres
que la conclusión.
Orfancia podría ser una orfandad con
padres, algo así como sentirse solo estando acompañado. Esta fábula sobre la
infancia desvalida y la pérdida de la inocencia se vertebra en torno a la
figura de un hijo que ve en sus padres a sus enemigos, a los monstruos que hay que
vencer. Y la única forma que tiene de salir victorioso es dejar de comer. Leed y sentid esa inundación de ternura en el pecho por ese niño triste que son todos los niños tristes del mundo. Porque sí, comer se parece a amar, sobre todo, cuando el que ama o el
que come está desesperado.
Vaya reseña... creo que después de haber leído varias de este libro, puedo decir que has captado algo que antes no había pillado.
ResponderEliminarY sobre todo, has conseguido despertarme las ganas de leerlo.
Besos.
Muchas gracias, Mara. ¡Ya me contarás si lo lees! Un abrazo.
EliminarNo me termina de convencer este libro, no creo que lo lea.
ResponderEliminarSaludos
Se nota que has disfrutado con este libro, que te ha calado. Me dejas con muchas ganas de leerlo.
ResponderEliminarBesotes!!!