En la noche del 15 de mayo de 1570, coincidiendo con la visita a Sevilla del rey Felipe II, las campanas de la iglesia de la O, en Triana, comienzan a doblar misteriosamente a muerto, con el toque específico que proclama el fallecimiento del rey. El notario apostólico, don Pedro de Cifuentes, encarga una nueva cerradura cuya llave deberá colgársela el párroco al cuello y no quitársela ni para dormir. Pero en las noches siguientes se repite el mismo toque fúnebre, incluso a pesar del retén de vigilancia apostado en la iglesia. La clave de tan singular suceso parece residir en Antón González, campanero de la parroquia, a quien la malicia y las mentiras habrían conducido a la hoguera de la Inquisición casi setenta años antes.Don Lope de Céspedes y el caballero Rodrigo de Alvarado se harán cargo de revisar el proceso inquisitorial contra el desventurado campanero. Y a partir de ese momento, como si se hubieran abierto las puertas del infierno, una serie de extraños sucesos sacudirá la ciudad.
Una
campana suena por las noches en la Sevilla del siglo XVI sin que nadie sepa por
qué. La ciudad se extraña, se asusta y, por supuesto, se pone a rezar para
encontrar una explicación a tan incomprensible suceso. Cunde el miedo y
aparecen las supersticiones. Ocurre cada noche, en Triana. Y este hecho
sobrenatural sirve para armar una novela, a medio camino entre el thriller y el
género histórico, que nos lleva hasta una de las ciudades más apasionantes de
la Historia de la Humanidad –y no porque yo viva aquí–: la Sevilla de la época
del Descubrimiento, o como se dice ahora, del Encuentro entre dos Mundos. Imagínense:
Sevilla era el ombligo de la civilización, el centro del comercio con las
Indias, una mezcla explosiva de culturas, de gentes y de mucho dinero. Y sobre todo, la
sede de la todopoderosa Inquisición, que mandaba cada año a la hoguera a
cientos de herejes. En este apasionante contexto se ubica Campanas de duelo, la novela de Fernando Artacho que publica
Algaida y que es una de las novedades más interesantes de finales del año
pasado.
Este título, a grandes rasgos, sigue
los cánones habituales de las novelas de intriga, en la que la acción se va
dosificación y el misterio se usa como una constante que debe atravesar la
historia de principio a fin. Sin embargo, el valor de Campanas de duelo va más allá porque es capaz de contagiarnos el
ambiente de la ciudad con una plasticidad indiscutible: sabemos, después de
leer las casi 500 páginas, cómo eran las calles, sus gentes y sus costumbres. El
entusiasmo del lector es, por tanto, doble: por un lado, el ansia por saber a
qué viene esas campanas sonando en mitad de la noche y, por otro, conocer de
mano del autor la Sevilla del siglo XVI. ¡Qué profusión de detalles, qué
talento para las descripciones! Y así nos enteramos del toque de queda de la
ciudad, de que se empezaban las comidas por la fruta, de que se le echaba
azúcar a casi todo –los ricos, claro-, de que las monjas de familias pudientes
no tenían por qué rezar ni tener voto de pobreza. Y sobre todo, conocemos el
funcionamiento de la Inquisición: los interrogatorios, las torturas y las penas.
Fernando Artacho nos pone los pelos de punta.
El autor ha conseguido algo
importantísimo en este tipo de historias: mantener el equilibro perfecto
entre la narración y la información; es decir, hace que la acción avance, que
el misterio se enrede y no lo obstaculiza con demasiados datos ni fechas. La
información es justa y está colocada en el lugar adecuado. El estilo está al
servicio de la historia: llano, pulido, efectivo; y los personajes tienen una
misión clara, que es la de ser un reflejo de la sociedad de la Sevilla de la
época. El misterio lo resuelve bien y ese punto esotérico –las campanas sonando
sin campanero y sin badajo- le da a la ambientación un punto más oscuro, más
fascinante todavía.
Escuchen estas Campanas
a duelo y acudan a su llamada. Mientras se inventan las máquinas del
tiempo, autores como Fernando Artacho tienen la habilidad de trasladarnos a
otras épocas, de hacernos viajar, en esta ocasión hasta la carismática Sevilla
de finales del siglo XVI. Bien por él y por su talento para recuperar una
ciudad que ya no existe. E insisto: el valor fundamental de esta historia,
aparte del entretenimiento, es la capacidad de levantarnos ante los ojos una
ambientación efectiva y rotunda. Léanla y sienta el miedo ante la Inquisición.
Este tipo de historias suele gustarme mucho. Y por lo que cuentas, no creo que ésta me vaya a decepcionar, así que apuntada queda.
ResponderEliminarBesotes!!!
Muy buena pinta. Me encantan los libros que proponen un paseo por ciudades y lugares de esos que en algún momento dejaron huella en tu mente o, si no los conoces, te invitan a recalar en sus rincones. Así a bote pronto me encanta el Estambul de Pamuk sobre todo en El museo de la inocencia y en Una sensación extraña. O el Madrid de La trilogía de Madrid de Umbral, la Viena de Zwieg y Roth, París de Cortazar, Londres de Dickens, Dublín de Joyce, y tantas otras. Lo compraré.
ResponderEliminarUn saludo y enhorabuena por la reseña.
Pues ya no tienes excusa para conocer Sevilla. Un abrazo. Y gracias por leerme!
EliminarTengo que reconocer que Fernando de Artacho juega constantemente al despiste en la novela y eso la hace más atractiva. Coincido contigo, conocer como funcionaba aquella época no tiene precio en esta lectura.
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