Este libro cuenta la vida de un matrimonio con hijos. Un hijo que ya no está y una hija en apariencia inmadura. El hijo que murió es el eje en torno al que gira la historia de esta familia que se desgasta. Se desgastan la complicidad y la ternura. Pero no se acaban, sin embargo, el odio soterrado ni el dolor. La hija se siente culpable desde niña y su padre se lo recuerda con cada gesto. Los padres cargan por separado con un vacío que cada cual resuelve a su modo. Él, intentando olvidar el pasado, aferrándose al presente sin futuro que le proporcionan algunas tardes de hotel. Ella, cuidando de un padre que se muere y tratando de comprender a una hija que le recuerda demasiado a su hermana; una soledad inmensa tan solo aliviada por los paréntesis que le ofrecen las visitas al hospital y el trayecto en el tren de cercanías. Es entonces cuando sueña con un lugar donde todo sucede lentamente, donde no es necesario recibir ni dar explicaciones: una casa en Bleturge.
Hay
una imagen, allá por la página 20, que bien podría resumir la esencia de esta
novela: la de dos niños pequeños que han hecho un agujero en la
playa, cerca de la orilla, y que no se cansan de acarrear cubos de agua desde
el mar para llenarlo. Evidentemente, la empresa fracasa y el agujero está siempre
tan vacío como al principio. Algo así podríamos pensar de Una casa en Bleturge (Siruela), de la poeta Isabel Bono y merecedora del
último premio Café Gijón, donde una familia intenta, sin demasiado éxito, olvidarse
de la muerte de su hijo. ¿Cómo se mira para otro lado cuando la ausencia es tan
imponente? Y aunque el duelo se extiende durante más de veinte años, los
protagonistas fracasan en su deseo de llevar una vida normal, de ser felices, porque permanecen
intactos el rencor, la culpa y la desgana. Es
ésta, señores, una historia sobre la terquedad de unos personajes que sólo buscar
tapar un dolor.
Pienso
en Una casa en Bleturge y la veo como
una novela detenida, donde los protagonistas –unos padres y una hermana- están
atascados en una situación de la que no son capaces de escapar. No hay
posibilidad de huir, de superar, de escapar. Parece que viven el mismo día una
y otra vez. Es, curiosamente, una historia con muy poca acción –los personajes
casi no se mueven en ninguna dirección, apenas hay motivaciones que no sean la
de dejar de ser animales heridos-, concebida en capítulos muy pequeños que ahondan
en esa parálisis que ha consumido a esa familia: un padre distante y
desagradable que culpa a la hija de la muerte de su favorito, una madre que se
esfuerza en ser cercana con su hija, aunque reconoce que le cae mal y que no la
soporta, y una hija en paro y sin demasiadas inquietudes que se esfuerza en ser
querida o quizás perdonada. Y este hecho, el de la muerte del hijo, marca el día a día:
desde la relación entre los miembros de la familia hasta la visión del entorno.
Todo es triste, desde la luz, hasta los gatos que se cruzan y la comida que
comen.
Es
ésta una novela escrita desde el detalle, desde las escenas sueltas y los
capítulos cortos, casi inconexos a veces, para potenciar esa sensación de
incomunicación, de no avanzar hacia ninguna parte. Es una historia sobre unos
personajes que se esfuerzan por mantener su vida en orden, aún cuando saben que
la muerte es lo único que no tiene orden ni lógica. Isabel Bono despliega un
estilo que tiende a lo poético, una prosa que se recrea en lo pequeño y que
está cargada de una contención muy poderosa. La novela, como ya he avisado
antes, no se cimenta en la acción, en que estén pasando cosas, sino que se ancla en el
presente de estos personajes para hablarnos de los dolores que no se apagan
nunca, de los rencores vivos y de las familias lejanas.
Una casa en
Bleturge (Siruela) es la original apuesta de Isabel Bono para hablar de
unos de los mayores tormentos del ser humano: la muerte o cómo seguir viviendo
después de una muerte cercana. Y ahí, en
ese dolor, están la voluntad de amar y la incapacidad de hacerlo. Es una
novela intimista y recogida sobre la parálisis de un duelo. Y esa casa de la que
habla el título parece el último refugio, la última salida, como también la
buena literatura, por ejemplo ésta, es un refugio, una buena salida. Fernando Aramburu, el autor de la formidable Patria, dice que es una escritora excepcional.
¡Hola!
ResponderEliminarMuchas gracias por la reseña pero no me llama demasiado el libro!
Nos leemos, un beso^^
No conocía este libro. Y me has convencido con tu reseña. Apuntado me lo llevo.
ResponderEliminarBesotes!!!