domingo, 15 de enero de 2017

Azul marino


Barcelona, 1959. Mientras la Sexta Flota norteamericana permanece fondeada en el puerto, un marinero estadounidense es asesinado en un antro del Barrio Chino en lo que a primera vista no parece más que una simple reyerta arrabalera. Pero una vez más, la indudable perspicacia de la periodista Ana Martí serán fundamentales a la hora de esclarecer el suceso. Ya sea ejerciendo como intérprete del inspector Isidro Castro —viejo conocido con el que ya colaboró anteriormente— en su forzoso entendimiento con la Policía Militar de la Marina americana o bien desarrollando sus propias investigaciones para El Caso y Mujer Actual, nuestra intrépida protagonista irá desenmarañando una historia plagada de medias verdades e intereses diversos: los de quienes buscan un culpable español y los de aquellos que preferirían que el asesino fuera un extranjero. Además, una serie de tramas interconectadas, que van desde la prostitución y el contrabando de los bajos fondos hasta la degradación moral de las altas esferas de la burguesía, vendrán a complicar las cosas en este extraordinario fresco de una ciudad y un tiempo recreados con tal maestría que permanecerán para siempre en el imaginario de todos los lectores.

Las despedidas son menos tristes si se hacen por todo lo alto y dejan un buen sabor de boca porque, aunque da pena decir adiós, uno sabe que ha merecido la pena. Algo así pasa con Azul Marino, la última entrega de la apasionante trilogía policíaca de las autoras Rosa Ribas y Sabine Hofmann, en la que nos han llevado a la España de la Dictadura –concretamente hasta finales de los 50– para presentarnos a Ana Martí, una joven periodista que intenta buscarse la vida como puede (o como le dejan) y que resuelve, con la única ayuda de su curiosidad y su valentía, varios crímenes que no son lo que parecen. Y gracias a ella, una mujer sin demasiada experiencia en un enrevesado mundo masculino, conocemos un país lleno de dobleces y de bajos fondos, poblado por seres oscuros y en el que la verdad no es siempre la mejor opción. Sí, hablo de la España de nuestros abuelos. Con Azul Marino se cierra una de las series más contundentes y más interesantes del panorama literario negro de los últimos años. Don de lenguas y El gran frío preceden esta entrega, también en la editorial Siruela.
            En esta ocasión, Ana Martí, la periodista que sigue escribiendo para Mujer actual y El caso, se ve envuelta en un doble crimen: por un lado, la muerte en una reyerta de un marine y por otro, el de una costurera que se suicida y que nos llevará hasta el inhóspito mundo de los internados de la posguerra. Estamos en la Barcelona del año 1959, cuando la Sexta flota americana desemboca en el puerto y revoluciona el Barrio Chino. Y las autoras vuelven a demostrar una maestría indiscutible a la hora de desplegar ante nosotros el retrato de esa España gris y tramposa, cimentada en la moral y en la apariencia, donde cualquier error se paga (de por vida). Como ya dejaron claro en las anteriores novelas, saben cómo dosificar la intriga, saben cómo compensar los datos de la investigación con los íntimos, saben cuidar –qué gustazo- el estilo. Y así, nos topamos, por ejemplo, con los chanchullos de la prostitución en la Dictadura, con las asociaciones caritativas que intentaban reeducar a las mujeres que habían tenido hijos sin estar casadas o con el desolador panorama de los internados y niños huérfanos. Y todo nos lleva a lo mismo: las reglas de comportamiento no son iguales para los que tienen dinero que para los pobres. Los elegidos gozaban de algo parecido a la amnistía.
            Azul marino, que incluso podría leerse como novela independiente, utiliza la España de la Dictadura como un personaje más, un villano que entorpece la investigación, que se convierte en cómplice de los opresores, que guarda también sus oscuros secretos. Y ése es, sin duda, uno de los aciertos de Ribas y Hauffman: el control absoluto del escenario, de los personajes que lo habitan y de las reglan que lo determinan. Ana Martí, la protagonista, ha evolucionado desde la aparición del primer libro: ya no es esa jovencita tímida y temerosa sino que ha desarrollado una serie de recursos propios, es una mujer decidida y valiente, dispuesta a cambiar ciertas cosas. Y se agradece. Ah, por cierto, no se pierdan las últimas páginas porque es especialmente conmovedor el epílogo, a modo epistolar.
            Azul marino cierra esta trilogía patria. Y sí, da cierta tristeza despedirse de este universo porque no sólo cumple el objetivo de entretenernos sino que, además, nos acerca a la España de los cincuenta: uno aprende del periodismo de la época –sólo estaba permitidas dos noticias de crímenes a la semana-, del (pequeño) papel de la mujer en la sociedad (y en la vida) y de ese ojo omnipresente que fue la Dictadura. Aquí están el silencio y la represión, la religión y la oscuridad, los desvelos profundos, la muerte. Una vez más, gracias a las autoras por su pasión, por tomarse en serio sus historias, por recordarnos con tanto cariño nuestro pasado como sociedad. Esta trilogía, señores, no es más que un homenaje a la palabra: a la de la mujer, en una época muda y difícil. Y ya sólo por eso tiene mi admiración.

PS: He escuchado a Rosa Ribas adelantar algo sobre sus próximos proyectos: algo sobre los hombres y mujeres que, en los 50, emigraron al Norte de Europa. Y desde aquí, me froto las manos: ya estoy impaciente. 

2 comentarios:

  1. Me quedé en "Don de lenguas" y a estas dos les tengo muchas ganas, y más después de leer tu calificación de "serie contundente",
    besucus

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